sábado, 26 de septiembre de 2015

My Blueberry Nights (2007)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 1

Título original: My Blueberry Nights.
Fecha de emisión: 30 de octubre de 2015, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Elizabeth (Norah Jones) es una joven que comienza un viaje espiritual a través de América en un intento de recomponer su vida tras una ruptura. En el camino, enmarcada entre el mágico paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, la joven se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que le ayudarán en su viaje.

TRÁILER



CRÍTICA 1

Tras el laberinto egocéntrico de 2046, a Wong Kar-wai le ha venido bien oxigenarse en otro territorio para, en definitiva, reafirmar sus propias esencias desde otra perspectiva. Luces de neón, carretera americana y música de Ry Cooder parecen contravenir los postulados del director de Deseando amar, pero es solo una apariencia; en realidad amplía y diversifica las posibilidades de su romanticismo exacerbado. Igual que el acento de Nat King Cole cantando en castellano añade una dimensión mítica a las canciones paladeadas por un extranjero, Wong Kar-wai se permite un ejercicio de apropiación de una cultura ajena para adaptarla a sus propios mandamientos estéticos. A través de los colores, los gestos, los objetos y los sonidos, en un derroche de sensualidad que va más allá de lo puramente carnal (aunque ese beso en doble dirección es uno de los más atractivos en años), My Blueberry Nights aplica una serie de tópicos (el abandono amoroso, la road movie, el encuentro con personajes de diversa índole) para distorsionalos a través de elaboradísimas imágenes cargadas de sensaciones, más allá de lo puramente narrativo. Es quizás la película que a Wim Wenders le hubiera gustado hacer (tradición genérica más sentido de la modernidad) pero ya no puede.

Ricardo Aldarondo (fotogramas.es)


CRÍTICA 2

‘My Blueberry Nights’ es el título de la nueva película del prestigioso director Wong Kar-Wai. Una película que debería haber llegado a los cines españoles el pasado 1 de febrero, pero, a saber porqué, la fecha del estreno fue pospuesta, y ni siquiera se sabe hasta qué día, sólo que será “próximamente”. Lo único que falta es que algún “lumbreras” le cambie el título y le ponga ‘Deseando Amar 2: Más allá de la pasión’. Lo del cine y este país es que no tiene nombre.

Con un reparto de lujo, ‘My Blueberry Nights’ (2007) se centra en el personaje de Elizabeth (Norah Jones), una mujer que tras una ruptura sentimental, decide viajar por los Estados Unidos, trabajando como camarera, encontrándose en el camino con otras historias de amor, tan tristes o más que la suya.


Teniendo en cuenta la carrera del señor Wong Kar-Wai, y tras ver el trailer de la película, nadie puede (o nadie debería) sorprenderse de lo que ocurre en estas noches de (tarta de) arándanos. El cineasta ha rodado en Estados Unidos lo que ya había rodado en su tierra. Un bellísimo y triste drama romántico. Lo que ha hecho siempre. Lo que le interesa.

‘My Blueberry Nights’ es, de este modo, muy similar a ‘Days of Being Wild’ o ‘Deseando Amar’ o ‘2046’ o ese corto que hizo Kar-Wai para BMW, tan recomendable como cualquier película suya; la más atípica es ‘Ashes of Time’ (curiosamente, la única inédita en DVD en nuestro país), pero sólo por incluir algo de arte marciales. Básicamente, y para entendernos, nos encontramos, otra vez, con una delicia para los sentidos, una historia cuya profundidad la ponen los hermosos encuadres, los maravillosos temas musicales y las cuidadas poses de los actores, puestos ahí para componer una obra de tanta belleza como escasa trama.

Aquí no hay sitio para diálogos complejos ni giros argumentales sorprendentes; no en vano, el director ha revelado alguna vez que rueda sin guión (no al menos uno cerrado). Las palabras apenas tienen importancia, acompañan las imágenes, interesando más la forma que el contenido de las mismas; las trata como canciones que no es necesario entender. Y en cuanto a las historias, en cuanto empiezan ya sabemos cómo acabará todo. La idea es disfrutar contemplando una obra de arte sobre cómo las personas adoramos sufrir y hacernos daños jugando con el amor. No es de extrañar que en el festival de Cannes etiquetaran la película más o menos como de caramelo vacío. El discurso de Kar-Wai está acabado ya para la gran mayoría, es más que comprensible.

Por tanto, la principal novedad de esta obra, casi la única, junto a la (de nuevo en un film suyo) majestuosa banda sonora, que cambia los boleros por el jazz, es que el reparto está integrado por rostros occidentales. Así, nos encontramos con un reparto muy llamativo encabezado por Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz, David Strathairn y la cantante Norah Jones, cuyo personaje sirve de nexo de unión de las cinco historias de amor (o desamor, más bien) que integran la película.

De ellas, la más floja es la que rodea al personaje de Portman, que encarna a una poco creíble jugadora de póker con problemas para relacionarse con su padre; además, el personaje de Jones está puesto ahí con calzador, gracias a un intercambio poco verosímil. La historia más lograda, por el contrario, es la que protagonizan Strathairn y Weisz; el actor está magnífico, especialmente en un par de momentos muy emotivos, y la actriz nunca ha estado tan impresionante como aquí, en todos los sentidos. En cuanto a Law y Jones, correctos, en su sitio; el primero parece que imita a Takeshi Kaneshiro en ‘Chungking Express’, y la segunda, en su debut en el cine, cumple sin problemas en los pocos momentos en los que tiene que actuar.

Podría decirse, por consiguiente, que ‘My Blueberry Nights’ es una preciosa repetición de la misma película que lleva rodando Wong Kar-Wai durante todos estos años. De esta forma, es una oferta ineludible para los que disfrutaron plenamente de las anteriores obras del cineasta (o para los que aún no vieron ninguna, que algunos habrá) y, posiblemente, una aburrida forma de pasar el tiempo para el resto.

Por supuesto, un servidor lo pasó en grande con esta película, y está escuchando la banda sonora por enésima vez, en este mismo momento. Wong Kar-Wai no realiza cine convencional, sino un cine que es como una droga, de imágenes tan poderosas que, si te atrapa, no abandonará tu cabeza durante muchísimo tiempo.

Juan Luis Caviaro (blogdecine.com)

CRÍTICA 3

Una joven comienza un viaje espiritual en busca de sí misma a través de América para superar una rotura amorosa. 

En el camino, enmarcado entre el paisaje urbano de Nueva York y las espectaculares vistas de la legendaria Ruta 66, la joven se encontrará con una serie de enigmáticos personajes que la enriquecerán como persona y desenfocarán su angustia convirtiéndola en espectadora del drama de los otros.

El amor y la búsqueda interior, la desesperación y el arrepentimiento, la vida y la muerte, el deseo y la contención. Un viaje donde los protagonistas se encuentran al borde del precipicio, a punto de saltar o cayendo.
La filmografía de Wong Kar Wai es exquisita en el uso de los recursos visuales y sonoros, destila espacio tiempo por los poros y se construye con materiales y gramáticas netamente cinematográficas.

Si podemos hablar de un género, éste sería el de una película romántica travestida en una especie de road movie del alma que en su deriva aprende, se desprende y vuelve al punto de partida. Tiene también algo de western en el sentido de la búsqueda del lugar en el mundo y el descolocamiento fronterizo de los personajes.

Sin embargo, se pueden rastrear sutiles desplazamientos de sentido en la experiencia del viaje de la protagonista, que a su manera es también espejo metafórico del propio viaje del director (es ésta la primera inmersión de Wong Kar-Wai en el cine estadounidense), y que llevan a leer la obra como una traslación, más no una traducción. 

El director realiza un ejercicio de anticlasicismo como perfecto paradigma del postmodernista que es. Viste sus pequeñas historias de una grandilocuencia y un refinamiento en la naturalización de la copia (en el sentido de la apropiación de referentes) que ahoga todo concepto de narración clásica. Los detalles son magnificados, sus pequeños personajes convertidos en cuasi héroes, las historias de amor y desamor cotidianas alcanzan una dimensión de epopeya. Todas alrededor de una barra de bar, santuario que sirve de puente y frontera tras la cual se halla el guardián de las llaves que esconden los secretos olvidados (magnífica la metáfora). 

Y tenemos que caer en el Ulises como referencia para contextualizar y enmarcar la ambigüedad del mensaje (nada mejor que comparar con el arquetipo clásico, referente del paradigma occidental de viajero), para encontrar la llave que permita abrir y percibir la transferencia poética y la potencia del símbolo resignificado en la mirada de un chino taiwanés desembarcando en América.

Un Ulises que no es él sino ella, Norah Jones, y una Penélope que no es ella sino él, Jude Law (segunda traslación, o el extrañamiento de género en sentido literal).

Un tejido vital que se teje y se desteje con el aporte de los cantos de sirena: historias cruzadas, encrucijadas y situaciones límite interpretadas por David Strathairn, Rachel Weisz, Natalie Portman, Tim Roth (tercera traslación, o la construcción del yo en la mirada del otro).

Un paisaje (interior, exterior) convertido en atmósfera, intermediado por un cristal (la lente de la cámara?) que le otorga un clima de máxima fragilidad asimilable al espaciotiempo vital de los protagonistas (¿el del director?, ¿el del propio paisaje, entendido como lugar y no lugar, y devenido personaje?), cuya presencia tiñe sentimientos y colorea también la mirada del espectador (cuarta traslación, o el impresionismo posmoderno en la estética del video clip).

Una composición de lugar que también teje capas o layers de distinta densidad material, sensorial y conceptual: redes espaciales topológicas articuladas a una especie de matrix emocional conformada por nodos/nudos/nidos y derroteros, zonas de calma y quietud con remolinos. 


Físicamente eso remite a locaciones: una Nueva York como punto de partida y de llegada, la ruta 66 como línea de escape y de regreso, cauce libre del río existencial que permite navegar una superficie: el territorio americano, mapa/piel sensorial significado como fondo sobre el que dejar registro (quinta traslación, o el punto línea plano de un Mondrian contemporáneo que transmuta puertos costas mares por topografías terrestres y paisajes humanos).

Una composición temporal plena de alegorías, el tiempo del viaje como metáfora del aprendizaje, el movimiento y el desplazamiento como recorrido exterior pero también interior, una cámara con ritmos y velocidades que se acomodan intencionadamente según el dramatismo de las situaciones y la metamorfosis con los contextos (introspección igual lentitud e interiores -ejemplo: el bar-; extroversión igual aceleración y exteriores -ejemplo: la ruta-), un manejo de la continuidad de la historia que la asemeja a una especie de loop (sexta traslación, o la cadencia iterativa de la sociedad postindustrial que todo lo re-cicla, como la naturaleza, en una especie de "ecología de las emociones").

Unos personajes que dibujan con trazos provisorios formas y figuras que describen sus propias trayectorias: carto-grafías emocionales hechas de instantes congelados que requieren del dinamismo simbolizado en el viaje para traccionar decisiones vitales (séptima traslación, o la inestabilidad posmoderna de un situacionismo hecho de itinerarios, encrucijadas y derivas vividas... En El Camino).

En síntesis, azar y elección. Caminos que inscriben huellas, postales que escriben mensajes lanzados al correo como botellas en el mar, cristales que se rompen o se abren como puertas. 

Dice una leyenda china que existe un hilo, simultáneamente rojo e invisible, que une a las personas destinadas a encontrarse: aunque se retuerza y se adelgace, nunca se rompe y sigue comunicando experiencias distintas y distantes unidas como una red tejida de coordenadas puestas en un mapa. 

Coordenadas todas para una reflexión sobre el amor. 

Siempre. 


Pues tanto en este film de Wong Kar-Wai como en los anteriores hay, invariablemente, irrenunciablemente, obsesivamente una búsqueda del hilo invisible -¿el hilo de Ariadna?- que abreva en la ética y la estética del amor para darle su coloratura y hacerlo, por fin, visible. 

Un hilo que une pero a veces se rompe y entonces nos sume en una profunda melancolía.


Marina Villelabeitia (elespectadorimaginario.com)