domingo, 31 de enero de 2016

La isla mínima (2014)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 5

Título original: La isla mínima.
Fecha de emisión: 12 de febrero, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

España, a comienzos de los años 80. Dos policías, ideológicamente opuestos, son enviados desde Madrid a un remoto pueblo del sur, situado en las marismas del Guadalquivir, para investigar la desaparición de dos chicas adolescentes. En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse no sólo a un cruel asesino, sino también a sus propios fantasmas.

TRÁILER



CRÍTICA 1


La isla mínima es un clásico del cine policíaco en el que una pareja de inspectores contrapuestos en su forma de actuar y pensar se enfrenta a un asesino en serie. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Es de sobra conocida la dificultad de revisitar el thriller aportando algo de originalidad y sin embargo La isla mínima lo consigue: es una película del género en la que no aparece Morgan Freeman.

Bromas aparte, se trata de un film hipnótico, fascinante, bien dirigido y sobre todo, de una película con un gran equilibrio. Un equilibrio que comienza con la pareja protagonista, un policía joven y honesto interpretado por Raúl Arévalo y su compañero, un personaje más oscuro que viene del régimen franquista y que interpreta magistralmente Javier Gutierrez. Ambos bordan su papel, sin estridencias, con el diálogo justo, como si Richard Linklater y Wong Kar-Wai hubieran encontrado un punto intermedio conversacional.

Y el equilibrio sigue con la trama, plagada de elementos contextuales que sitúan al espectador en un tiempo: años ochenta, y un espacio: una aldea de las marismas del bajo Guadalquivir. Violencia machista, lucha sindical, droga y proxenetismo, son detalles que aparecen de soslayo en la película. No hay disonancias, ni dramas intimistas, ni circunloquios adolescentes para el lucimiento de los actores. En La isla mínima todo fluye, te atrapa, te mantiene en vilo. Los detalles están para situarte, son el territorio.

La recreación de los ochenta está bien conseguida, mención especial a las técnicas CSI de la época en lo referente a las escuchas telefónicas, tan cerca en el tiempo: apenas treinta años y tan lejos tecnológicamente al gran hermano que nos tienen organizados la NSA  y adláteres.

La fotografía merece un capítulo aparte, donde destacan los cenitales del entorno del Parque de Doñana y la ribera del bajo Guadalquivir, que parecen sacados de un documental de National Geographic. El paisaje, a veces sereno como la Tierra de Medem, a veces asfixiante como los pantanos de  Arde Mississippi o True detective, permite al director, Alberto Rodríguez,  desarrollar la trama con las dosis justas de suspense.


De manera similar a lo que ocurre en Twin Peaks, en el pueblo todos tienen algo que ocultar; poco a poco irán aportando la información necesaria para desvelar el misterio. A pesar de ser una comunidad pequeña no sabemos quién es el asesino, no lo intuimos hasta el final y sin embargo todo encaja.

Los actores secundarios contribuyen a la verosimilitud de la trama huyendo de lo tópico y el folclore ligado a lo andaluz, no encontraremos a lo largo de toda la película un carro de caballos moviéndose al son de Los del Río, y algo aún más inverosímil, tampoco encontraremos ni una sola pegatina de coche con la efigie Camarón.

La isla mínima debería, definitivamente, reconciliarnos a todos con el cine español.

Ángel L. Fernández Recuero (jotdown.es)


CRÍTICA 2

En el 2014 se estrenaron varias cintas españolas que lograron poner en el punto de mira del público y crítica, el que casi siempre denostado cine patrio, a veces con razón, otras por la falta de autocrítica de la que hacemos gala tan descaradamente. A las imprescindibles ‘Magical Girl’ (Carles Vermut, 2014), o ’10.000 Km’ (Carlos Marques-Marcet’, 2014), apuestas arriesgadas de cara a ganarse el favor del siempre acomodado público, hay que sumar, dentro de un género más aceptado como el thriller, ‘La isla mínima’ (Alberto Rodríguez, 2014), que se edita esta semana en Blu-ray y está nominada a nada menos que 17 Goyas en la próxima edición de los Oscars españoles.

Con ella su director, cuya filmografía ha ido creciendo en interés con el paso de los años, y tanto en su anterior, y para mí magistral, ‘Grupo 7’ (2012) como en la que nos ocupa, Rodríguez indaga en nuestro pasado, encontrando en ambas ocasiones material más que suficiente para ofrecer al gran público dos thrillers intensos, magníficos, que bucean en nuestra memoria, encontrando algo más que la típica España que estamos acostumbrados a ofrecer, la de la pandereta. En tierras andaluzas, como en cualquier otro punto español, hay recovecos de historia, lugares y personajes que sirven para llenar mucho buen cine, si se quiere.


Dejando a un lado el paralelismo que demasiados medios se han encargado de subrayar y subrayar, con la excelente serie de televisión ‘True Detective’ (id, Gary Fukunava, 2014), que es como comparar dos westerns porque en ambos hay caballos, las referencias de ‘La isla mínima’ son múltiples sobre dentro del Film Noir, del que Rodríguez se declara tan fan –algo que puede verse con claridad en sus dos últimos trabajos, los mejores−. Si uno de los más evidentes es el también indispensable ‘Memories of Murder’ (‘Salinui chueok’, Bong hon-jo, 2003), las referencias, señaladas por el propio director, hacia una de las obras maestras de John Sturges son sensacionales.

La investigación que dos policías llevan a cabo en la España de 1980, con claras referencias a casos reales, como el de las niñas de Alcásser, se empareja con la investigación de Spencer Tracy en el film de Sturges. El caso va dando paso a una soterrada denuncia, en aquella los campos de concentración en suelo estadounidense, en ésta los rastros de una recién salida dictadura, que aún a día de hoy envenena el cerebro de alguna gente. El código de silencio del pueblo no es más que un miedo arrastrado a lo largo de los años, y la amenaza invisible toma forma en personajes como el de Jesús Castro, más aprovechado que en ‘El niño’ (id, Daniel Monzón, 2014).

Pero las referencias a otros títulos, más conocidos o no, y que sirven para disfrutar de la enorme experiencia de Rodríguez como espectador, encuentro la mayor virtud en la forma, que al final hace el fondo, de un thriller de poco más de hora y media de duración, en unos tiempos en los que parece que las películas deban durar más de dos horas por ley. La enorme capacidad de síntesis de Rodríguez, tanto en el guion como en la impecable puesta en escena me hace recordar los thrillers de los 50 a cargo de Don Siegel, auténtico maestro en el montaje de sus films, y que incluso en los 70 seguía gozando de la misma virtud. Rodríguez no se contenta con la cita cinéfila, la viste de ritmo, síntesis, como antaño, con los medios de hoy.


No hay un solo detalle técnico que sobre, o esté exagerado en uso. La impresionante fotografía de Alex Catalán alcanza su máximo esplendor en esa tomas aéreas digitalizadas e inspiradas en fotografías de Héctor Garrido, que muestran una paisaje laberíntico en el que la verdad parece escabullirse delante de nuestras narices, como en esa persecución nocturna de un coche que desaparece en la densa lluvia llevándose consigo un trozo de esa verdad que se busca —y que coqueta con el fantastique, como en algún que otro instante—. Lo mismo con la minimalista música de Julio de la Rosa, y que por momentos parece evocar al John Carpenter más inspirado.

Raúl Arévalo, en el que para mí es el mejor papel de su carrera, casi siempre asociada a la comedia, y Javier Gutiérrez, encabezan un excelso reparto en el que nadie sobra ni falta, demostrando un feeling fuera de lo común. Dos policías totalmente diferentes con distintos pasados, en un descenso a los infiernos tan deslumbrante como terrorífico, en el que para atrapar y vencer a lo que parece un demonio invisible, hay que convertirse, o haber sido, uno de ellos. De gran coherencia el personaje de Gutiérrez, que resolverá la situación haciendo lo que mejor sabe hacer.

Sólo un demonio puede salvarnos de otros demonios, sólo alguien que ha tenido demasiada sangre en sus manos puede pensar como el más sanguinario asesino de niñas. La salvación gracias a la sangre derramada por uno de los monstruos de nuestro vergonzoso pasado. La verdad que se escabulle entre los muertos. Determinadas cosas nunca verán la luz, y se perderán en la memoria de un país que avanza a trompicones, escondiendo sus crímenes. Porque hay ciertas cosas que nunca sabremos, y tal vez, sólo tal vez, sea mejor así.

Una obra maestra.
Alberto Abuín (blogdecine.com)

CRÍTICA 3

¿Podríamos a estás alturas hablar ya de una nueva hornada de cineastas andaluces?. ¿Estamos ante un Nuevo Cine Andaluz como durante los 90 tuvimos uno vasco a manos de gente como Juanma Bajo Ulloa, Daniel Calparsoro, Álex de la Iglesia, Julio Medem o Enrique Urbizu?. ¿Son cineastas como Miguel Ángel Vivas, Paco Cabezas, Santi Amodeo o el Alberto Rodríguez que nos ocupa la nueva esperanza del celuloide ideado por directores nacidos en el sur de España?. Posiblemente la respuesta a todas esas cuestiones sea un rotundo sí. Films como la brutal Secuestrados, la entrañable y espídica Carne de Neón o la tierna y marciana Cabeza de Perro comenzaron a dar muestras de una savia nueva de origen sureño con ganas de contar historias con genuino aroma español sin tirar de clichés autóctonos e incluso abordando de manera crítica estos últimos cuando en alguna ocasión han decidido parar en ellos. El nombre de Alberto Rodríguez comenzó a darse a conocer en algunos círculos de cine independiente español con una obra como El Factor Pilgrim en la que compartía labores de realización con su amigo, el ya mencionado Santi Amodeo. Dos años después rodó su primera película en solitario, la poco conocida El Traje, pero no sería hasta 2005 que diera un considerable puñetazo en la mesa con aquel inesperado éxito llamado 7 Vírgenes, protagonizado por unos inspiradísimos Juan José Ballesta y Jesús Carroza, que hacía un retrato tan duro como naturalista de los barrios más bajos de Andalucía. Tras ella llegó la no muy publicitada After Party que narraba una noche de exceso veraniego repleta de alcohol, sexo y drogas con protagonistas como Guillermo Toledo, Tristán Ulloa y Blanca Romero.

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Pero fue en 2012 cuando Alberto Rodríguez nos regaló la que hasta ese momento era su mejor obra. Aquella nihilista revisión del cine policíaco a lo Sidney Lumet pasado por un tamiz puramente ibérico en el que se nos relataban los hechos reales de las andanzas de un grupo de policías sevillanos que campaban a sus anchas en la capital andaluza “limpiando” las calles de “indeseables” para que unos políticos “preocupados” porque la Exposición Universal de 1992 estuviera exenta de cualquier tipo de problema o disturbio pudieran dormir tranquilos mientras un equipo de supuestos defensores de la ley ponían en práctica métodos propios de gangsters. Mario Casas, un enorme Antonio de la Torre o secundarios como Joaquín Núñez, José Manuel Poga, Inma Cuesta, Julián Villagrán o Alfonso Sánchez conformaban el reparto de una de las mejores películas patrias de aquel 2012.

La Isla Mínima es la evolución natural de Grupo 7, otro policíaco noir con un reparto de actores entregándose hasta lo indecible y un trasfondo social y político que hace un retrato tan desolador como necesario de una época turbulenta de un país como España y una comunidad autónoma como Andalucía, tierra (la del cineasta y también la de un servidor) que guarda muchos esqueletos en su armario y a la que el director sevillano ha querido volver para narrar de nuevo un trhiller magistral con algunos de los momentos más potentes del cine español reciente y un puñado de las interpretaciones más conseguidas vistas en años dentro de la producción patria. El resultado no sólo es la mejor película (con mucha diferencia) de Alberto Rodríguez sino también una de las obras cinematográficas más interesantes y completas de este 2014 al que le quedan pocos meses para abandonarnos.

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Una atmósfera y dos protagonistas que remiten a True Detective, un punto de partida y algunos apuntes que nos llevan de Twin Peaks (esos pájaros que se le aparecen al personaje de Javier Gutiérrez son puro David Lynch) a Forbrydelsen/The Killing pasando hasta por la meritoria miniserie española Punta Escarlata (producto para la pequeña pantalla que comparte muchos puntos en común con la obra que nos ocupa). La trama la hemos visto cientos de veces: Dos policías de la capital viajan a un pueblo andaluz a investigar la desaparición de dos chicas de la zona que finalmente son encontradas brutalmente violadas y asesinadas. Allí se mezclaran con la fauna local para intentar desentrañar el crimen, pero entre pistas y falsos culpables encontrarán secretos a voces y actos inenarrables llevados a cabo por personas sin rostro o identidad.

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La Isla Mínima es una de esas películas que desde su primera imagen ya sabemos que está rematada por un profesional que es consciente completamente lo que está haciendo y cómo debe hacerlo. Esos planos cenitales a vista de pájaro, acariciados por la excelente e intimista partitura de Julio de la Rosa, que retratan marismas que parecen lóbulos cerebrales y que el realizador irá utilizando a lo largo del metraje para acentuar la pequeñez de esta historia tan mínima como la isla que da título al film, afirmándonos que asesinatos como los de Ángela Y Carmen se sucedían, suceden y sucederán en España por centenares, son un toque de aviso para avisarnos que vamos a asistir a toda una lección de cinematografía de altos vuelos, ya que el salto de calidad en el trabajo de Alberto Rodríguez con respecto a su obra inmediatamente anterior es sencillamente enorme y con Grupo 7 hablábamos de una obra soberbiamente rodada, con una puesta en escena llena de nervio y una dirección de actores brillante.

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Pero la última película del cineasta sevillano juega en otra liga, aquí el centro no son los enormes personajes a los que dan vida nos Raúl Arévalo y Javier Gutiérerrez a los que no se puede hacer justicia con palabras (sobre todo al segundo, lo suyo no tienen nombre) ni siquiera la investigación del caso del doble asesinato, ya que uno de los logros más grandes de los creadores del largometraje es que en ocasiones nos implicamos tanto con la narración que saber quién está detrás del crimen es lo que menos nos interesa. Aquí lo que realmente mueve la historia gracias al intachable y complejo guión del mismo Alberto Rodríguez y su habitual colaborador, Rafael Cobos, es el contexto histórico, aquel 1980 en el que una joven y todavía débil democracia trataba de abrirse paso entre esperanzas y sueños, muchas veces, sepultados por la furia y la amenaza heredadas por 40 años de aislamiento político y social.

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Porque si en Grupo 7 la crítica lectura política del largometraje se encontraba adherida tangencialmente a la historia que Alberto Rodríguez y Rafael Cobos nos narraban, en La Isla Mínima la misma es la que bascula todo el entramado central de la historia. Aquella época del posfranquismo se puede palpar en la atmósfera fantasmal del pueblo, en las moscas que revolotean alrededor de las casas, en las caras de tristeza asumida años ha de los ciudadanos, todo localizado en unos días inciertos en los que el mínimo gesto, el más pequeño movimiento, podía hacer volar por los aires los intentos porque aquellas dos Españas no volvieran a enfrentarse. Las sombras de la dictadura sobrevuelan toda la localidad donde Estrella y Carmen han perdido la vida de manera descarnada, un lugar donde el tiempo parece haberse detenido, donde los señoritos y terratenientes siguen haciendo lo que les viene en gana con los más desfavorecidos, como si aquello que nos contaran, Miguel Delíbes primero y Mario Camus más tarde, en Los Santos Inocentes fuera extrapolado a una trama detectivesca de aire asfixiante, calor húmedo y naturaleza siniestra.

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Los espéctros de aquella dictadura habitan en el cuerpo menudo de un Javier Gutiérrez al que por fin le han dado el papel protagonista que llevaba años mereciendo. La oportunidad no se puede decir que la haya desperdiciado y por ello se ha llevado la concha de plata al mejor actor en el pasado festival de San Sebastián. Policía violento, de métodos expeditivos, alcohólico, al que con sutiles pinceladas el guión nos perfila como un hombre de talento desperidiciado (esa libreta llena de dibujos) que supuestamente sirvió a las órdenes del régimen y que el actor asturiano llena de gestos, matices, miradas y una verdad doliente que atraviesa la pantalla en favor de una empatía compartida con el espectador que nos causa tanto rechazo como atracción. La réplica se la da un no menos apabullante Raúl Arévalo que muestra la otra cara ideológica de las fuerzas de la ley, la que contesta a sus superiores y no acepta ordenes así como así, pero la personalidad vírica de su compañero calará tan hondo en su psique que en ocasiones le veremos como su más que posible heredero, pareciendo ambos los hijos de un mismo desarraigo.

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La Isla Mínima es una muestra del mejor cine que se puede hacer en España y la más digna heredera de la soberbia adaptación Ladislao Vajda hizo de la novela El Cebo del novelista Friedrich Dürrenmatt. Adentrándonos en el thriller de género, pero sin olvidar el compromiso que siempre ha caracterizado a nuestra producción fílmica, Alberto Rodríguez consigue una pequeña obra maestra que poco tiene que envidiar a largometrajes policíacos de Estados Unidos, Francia o Italia, que aúna un equipo técnico totalmente cohesionado (la dirección de fotografía de Álex Catalán casi podríamos decir que tiene vida propia) y un dúo de actores con las espaldas bien cubiertas por unos secundarios (como un magnífico Antonio de la Torre, un competente Jesús Castro, un carismático Manolo Solo o la revelación dramática en la piel del actor cómico y monologuista Salvador Reina entre otros) que inyectan calidad a todos y cada uno de los fotogramas que pueblan el largo.

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Alberto Rodríguez apela a la narración fluida, al entretenimiento de calidad, a hacer que el espectador piense y reflexione mientras se retuerce en la butaca con las pocas glorias y muchas miserias de sus dos antihéroes protagonistas. El cineasta sevillano nos vuelve a retratar la Andalucía profunda, la enraizada en la tierra moribunda, la que tenía la violencia a flor de piel, la que formaba parte de una España que no está tan alejada en el tiempo como quisiéramos pensar y que por desgracia cada vez se parece más a la de hoy. Sin adoctrinar, si brocha gorda, pero con rabia y sin temblarle el pulso el director de Grupo 7 afirma que no nos olvidemos de aquellos que, al morir el dictador, y después de haber matado y torturado en nombre de un país “grande y libre”, abrazaron la democracia como si la hubieran defendido desde siempre yéndoles la vida en ello, ni de aquellos que les necesitaban para hacer el trabajo sucio independientemente del lado del espectro político en el que se encontraran.
Juan Luis Daza (zonanegativa.com)

lunes, 11 de enero de 2016

Como locos (2011)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 4

Título original: Like crazy.
Fecha de emisión: 22 de enero, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Anna (Felicity Jones), una joven británica que estudia en la universidad de Los Ángeles, se enamora de Jacob (Anton Yelchin), un joven norteamericano, pero ambos se ven obligados a separarse porque a ella no le renuevan el visado para permenecer en los EE.UU. Regresa entonces a Londres, de modo que la pareja se ve obligada a mantener su relación a distancia.

TRÁILER




CRÍTICA 1: I miss you...



Like Crazy

Hubo un tiempo no muy lejano en que cine independiente era sinónimo de buen cine, propuestas arriesgadas y poca ambición comercial. Desde Sexo, mentiras y cintas de video (1989) de Steven Soderbergh, probablemente el título más emblemático de esta corriente, muchas han sido las satisfacciones que nos han llegado desde festivales como el de Sundance, creado para dar un mayor empuje a este tipo de ofertas. Pero también es cierto que el dinero todo lo corrompe y cada vez nos llegan más producciones que intentan vendernos la moto de estilo indie, pero acaban cayendo en los convencionalismos del cine más comercial. 


Like Crazy


Precedida de una sensacional acogida en Sundance 2011, donde se hizo con el Gran Premio del Jurado a la mejor película y el Premio Especial del Jurado, Like Crazy (2011) viene a dignificar una vez más el cada vez más previsible cine independiente americano. El director californiano Drake Doremus alcanza la madurez creativa con ésta, su cuarta película, un drama romántico protagonizado por una pareja de jóvenes, sin caer por ello en la ñoñería propia de productos más convencionales como Crepúsculo o las adaptaciones de las novelas de Nicholas Sparks. Sin duda, todo lo que presenciamos en esta visión amarga sobre el primer amor, resulta tristemente real y cada línea de diálogo, cada mirada o cada actitud de sus personajes, encuentran una rápida identificación en cualquier espectador que haya estado enamorado alguna vez. La historia nos presenta a Anna, una joven inglesa que estudia en la Universidad de Los Ángeles y que se enamora locamente de Jacob, un chico norteamericano. Todo es idílico en esta primera parte de la película, donde se describe a la perfección la excitación del primer amor, aquel que deja más huella en tantas personas. Pero como no todo puede ser azúcar, pronto surge el gran inconveniente que hará tambalear los cimientos de este amor: Anna tiene que volver a Londres porque no le renuevan el visado para permanecer en Estados Unidos. Como la pasión todo lo puede, los protagonistas deciden continuar la relación en la distancia, pero las cosas no serán tan sencillas como esperaban y deberán superar multitud de circunstancias para mantener esa llama viva. 


Like Crazy


El magnífico guión de Ben York Jones y el propio Drake Doremus sabe dosificar con gran habilidad los momentos más dramáticos para que la función resulte totalmente equilibrada. Like Crazy es una obra optimista en su primer tercio, casi una comedia romántica al uso (aunque con estética indie), para luego tornarse en un amargo melodrama, donde asistimos al deterioro de una relación. La distancia geográfica representa un problema que lleva a los dos personajes a tomar la drástica decisión de casarse para que ella pueda lograr su visado que la lleve de vuelta a Norteamérica, pero aparecerán otros daños colaterales como el desgaste de la pareja y la aparición de terceras personas en la vida de ambos. Hay que alabar fervientemente el gran acierto de casting a la hora de elegir a la pareja protagonista. Anton Yelchin, el protagonista del remake de Noche de miedo (2011) y, sobre todo, Felicity Jones, ganadora de los Premios a mejor actriz revelación en los Gotham y los National Board of Review, consiguen una química que traspasa la pantalla a base de encanto y naturalidad. Sus interpretaciones son la base sobre las que se cimenta este filme. No olvido destacar como tercera en discordia a la cada día más pujante Jennifer Lawrence, la chica del momento gracias a la exitosa saga de Los Juegos del Hambre y su nominación al Oscar por El lado bueno de las cosas. Su papel es bastante secundario, pero la actriz logra dejar constancia de su talento en los escasos minutos donde aparece. 




Si en 2010, Derek Cianfrance ya había descrito con maestría los estragos del paso del tiempo en una relación de pareja en aquella otra joya, carne de Sundance, que fue Blue Valentine, con Ryan Gosling y Michelle Williams, Like Crazy podría considerarse su versión más juvenil. Tal vez no llegue a las cotas de descarnada desnudez de aquella, pero lo cierto es que la cinta de Doremus tampoco se queda en la superficie a la hora de escarbar en los estragos del desamor. Algo que queda perfectamente representado en la fenomenal escena final en la ducha, donde no se necesitan palabras para comprender que algo se ha quedado en el camino. Las fugaces imágenes de pasados tiempos felices se contraponen con la actitud más bien distante de los reconciliados amantes. Sin duda, a esas alturas de la película ya habían sucedido demasiadas cosas como para que ese amor juvenil que todo lo puede, sea siquiera la sombra de lo que fue. Cuando algo se rompe, por mucho que lo queramos reconstruir pegando los trocitos, nunca volverá a ser igual. Y ahí queda la historia de Anna y Jacob, grande en su pequeñez, agridulce como la vida misma y una cita ineludible para los amantes del mejor cine independiente americano.

José Antonio Martín (elantepenultimomohicano.com)


CRÍTICA 2: La distancia, el primer amor y la culpa.




Jacob (Anton Yelchin) es un joven norteamericano; Anna (Felicity Jones) una joven británica que estudia en la universidad de Los Ángeles. Se enamoran. Todo es idílico hasta que a Anna no le renuevan el visado de residencia. La pareja tendrá que separarse, pero están dispuestos a mantener su relación como sea.

Hasta aquí, no parece que 'Like Crazy' se distancie mucho de las típicas historias románticas sobre relaciones a distancia. Pero la película me ha parecido un drama romántico con un "algo" especial, que suelen tener bastantes películas del género que pasan por festivales como Sundance (ganó el Premio del Jurado en 2011). La naturalidad con la que está contada, la sencillez, y la química entre los actores... 'Like Crazy' me ha gustado.

La distancia hará que surjan dudas, que la seguridad y 'locura' del principio se tambaleen. Aunque lo que sienten el uno por el otro es muy fuerte; el dolor, la culpa o el resentimiento se mezclarán con el amor. La distancia parece debilitar su relación. Anna y Jacob intentarán salir adelante,  mejorar en su trabajo, pensar en el futuro de forma individual, conocer a otras personas... Pero, al final, siempre habrá un objeto o una acción que les recordará que están hechos el uno para el otro, y que les dará suficiente fuerza para seguir luchando por su relación, pese a la distancia.




El director de la película, Drake Doremus, consigue que el espectador se implique en la historia y para ello, además de la posible identificación con los personajes, utiliza distintos objetos: una silla de madera que Jacob diseña exclusivamente para Anna, una botella de whisky, una pulsera que lleva grabada la palabra 'paciencia', o un ramo de flores fucsias que tarde o temprano Jacob acabará entregando a Anna. En el momento en el que esos objetos adquieren valor "emocional", se convierten claves de cara al desarrollo de la historia; y también a la hora de mostrar la evolución de la relación de la pareja.

Al principio de la película, el momento: "chica conoce a chico y se enamoran" puede que suceda demasiado rápido. El director opta por ir directo a la esencia: las dudas que surgen a la hora de afrontar una relación de ese tipo. El tratamiento o la forma en la que se muestra el paso del tiempo no está mal: montaje rápido de planos en una misma localización, o el uso de cámara rápida mientras un sujeto se mantiene estático: en la cama, en el salón, la espera en el aeropuerto... Esos momentos comienzan con la enamorada pareja, y terminan con el temor a que llegue el momento de la despedida, o la emoción del reencuentro.

El final me ha pillado desprevenida, me ha sorprendido por lo que me parece un punto a favor. No es el típico "happy ending", es abierto. Los personajes han luchado mucho por mantener su relación, y también han sacrificado muchas cosas por ello. Por eso, ambos tienen cierto sentimiento de culpa que no llegará a cicatrizar del todo, la duda de si ha merecido luchar por ello. Un final agridulce.

Aparentemente sencilla en su forma, es una película llena de detalles. La química entre los actores protagonistas es buena. Puede que la película tenga algún desliz narrativo que descoloque un poco, o que alguna que otra elipsis no funcione del todo bien y no sepamos muy bien cuanto tiempo ha pasado realmente entre los viajes de la pareja... Pero sin más, ya que la sensación que tengo tras ver 'Like Crazy' es la de haber visto un drama romántico diferente. Natural y sencillo. Recomendable.

Naiara González (comolohariawilder.blogspot.com)