viernes, 15 de abril de 2016

Submarine (2010)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 8

Título original: Submarine.
Fecha de emisión: 13 de mayo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Oliver Tate (Craig Roberts) es un peculiar chico de 15 años que tiene dos objetivos: impedir que su madre abandone a su padre y encontrarse a sí mismo aunque sea a través de una chica. 

TRÁILER




CRÍTICA 1: La burbuja adolescente.

En “Submarine”,  el director británico Richard Ayoade consigue una sencilla, seca y triste comedia se enmarca en el cine de autor más independiente, con personajes inadaptados y una narrativa fresca.

Como si del diario de un adolescente ensimismado se tratara o como si asistiéramos a la proyección de una película de Super 8 en la que recogiera sus pensamientos, así nos sumergimos en las imágenes de “Submarine” para intentar comprender a Oliver en su ambiente familiar y escolar. Supone el estreno en la dirección de Richard Ayoade, una comedia dramática que respira espíritu indie, con personajes a medio camino entre el Antoine Doinel de François Truffaut y el Sam que Wes Anderson nos presentara en “Moonrise kingdom” (2012). La originalidad de la película llega por su factura y por el tono naïf y melancólico que imprime a la trama, puesto que temáticamente estamos ante otra historia de maduración a partir de la superación de la adversidad, de rectificación que empuja a salir de uno mismo. Oliver es un chico un tanto especial y complicado, solitario e imaginativo que se propone el doble objetivo de enamorar a su compañera de clase Jordana e impedir que se rompa el matrimonio de sus padres. Y como la cosa va de amores, las inseguridades, temores y elucubraciones abundan en unos personajes que sobreviven a los vaivenes emocionales y meteduras de pata.



Son individuos que sienten la soledad de un entorno poco cálido y la insatisfacción de una rutina que les ha sumergido en las profundidades del mar, allí donde el hombre no puede estar porque falta luz y oxígeno. Salir a flote es el reto de Oliver, y hacerlo junto a su familia. Ayoade elige a un adolescente para hacer este retrato irónico y cáustico de nuestra sociedad porque le sirve como ejemplo idóneo de inmadurez y de visión narcisista y problematizada de la realidad, y también de unos sinceros deseos de felicidad. Su voluntad crítica, empero, alcanza al mundo adulto de comportamientos patéticos, si bien hay una mirada comprensiva hacia unos y otros, hasta hacérnoslos entrañables en sus rarezas y debilidades. El director británico libera a todos de sentimentalismo y les dota de una bondad e inocencia natural que desdramatiza las situaciones.



Estructurada en tres capítulos para abordar los objetivos del protagonista en los dos primeros y resolverlos en el tercero, Ayoade nos introduce en su mundo con un prólogo y nos despide con un epílogo tan complaciente como sutil y elegante. Es la voz en off del joven la que nos conduce por una senda de maduración, la que nos adentra en su subjetividad e imaginación con el montaje como recurso estrella para fragmentar una vida desordenada y descompuesta, con un buen repertorio de efectos narrativos y visuales —desde el plano al ralentí al iris o el juego de texturas fotográficas— que logran que el espectador también descienda a las profundidades y sienta la necesidad de esa burbuja de afecto para seguir respirando. Alejado de cualquier dramatismo realista, Ayoade opta por el sarcasmo y por unos personajes extravagantes pero de gran corazón, y mira la realidad desde el prisma de quien se asoma tímidamente a la vida y descubre el valor del amor.



Esta sencilla, seca y triste comedia se enmarca en el cine de autor más independiente, con personajes inadaptados y una narrativa fresca, con un uso metafórico del color y sugerentes momentos visuales —los fuegos artificiales, la bañera entre los electrodomésticos, el interior de los puentes—, preciosas canciones de Alex Turner y un punto de locura y otro de simpatía en cada situación. Habrá espectadores que sintonicen y disfruten con su peculiar humor, y otros que no terminen de empaparse de su espíritu mordaz y singular.
Julio Rodríguez Chico (labutaca.net)
Calificación: 6/10.  


CRÍTICA 2: La insoportable levedad de Oliver Tate.

Un paneo de 360º, interrumpido por los títulos de crédito, recorre una habitación abuhardillada, donde encontramos a la vista objetos que nos hacen pensar en una personalidad con interés por la ciencia y la naturaleza. Este recorrido termina cuando la cámara repara en un chico adolescente, sentado en el suelo, al lado de una ventana. Una voz en off reflexiona sobre la noción que algunos individuos tienen de sí mismos y se presenta. Su nombre es Oliver Tate (Craig Roberts) y es el protagonista de Submarine. Mediante jump cut zooms nos aproximamos hasta un primer plano, momento en que ėl mira a cámara. Esta primera escena es una perfecta sinopsis conceptual del sello de identidad de la primera película de Richard Ayoade, quien según la revista musical NME, es uno de los tipos más cool de la actualidad londinense. Aunque su trabajo interpretativo más mediático ha sido el del informático más geek de todos los tiempos para la brillante serie televisiva The IT Crowd (2006), cuenta con una importante carrera como realizador audiovisual y creativo de videos musicales para grupos tan conocidos como Arctic Monkeys (de los que realizó un documental musical para un DVD llamado At the Apollo, 2007), Super Furry Animals, Kasabian o los Yeah Yeah Yeahs.


Submarine no escapa de ese marcado “estilo videoclip”, representado no solo por el tipo de planos característicos o algún efecto surrealista con reminiscencias a los audiovisuales de Michel Gondry o Spike Jonze, sino también por la utilización de la banda sonora ( compuesta por Andrew Hewitt y Alex Taylor -Arctic Monkey-) como elemento omnipresente en fragmentos, en los que la narración hace un paréntesis con una sucesión de imágenes aisladas, donde los personajes se sumergen en un collage audiovisual de los mejores momentos vividos. La estética, marcada por una fotografía que nos lleva a esos últimos años de la década de los setenta, está compuesta por colores absolutos, como los fundidos en rojo y azul que transitan toda la cinta.

Oliver es un protagonista peculiar desde el momento en que se desmarca mirando fijamente al espectador, saltándose uno de los principios básicos del cine, que es la invisibilidad de la cámara. Se descubre sin complejos como el antihéroe de esta historia, en un juego sutil de metacine, donde la consciencia que tiene de sí mismo le eleva a una posición privilegiada, casi como si pudiera valorar en retrospectiva la importancia del momento de la pubertad que está viviendo, como etapa de cambios y descubrimientos. Él fija las reglas y nos guía en su mundo interior. Nos deja ver sus preocupaciones, deseos y las fantasías más extravagantes que sobrevuelan por su cabeza, como cuando imagina la reacción de la gente ante su muerte en formato ocho milímetros. Su lucha por pasar inadvertido y ser aceptado, enfrentado a su necesidad por sentirse diferente a los demás, le confiere una inquietud en constante exploración de un estereotipo que ha formulado y del que no está seguro. En realidad, Oliver Tate no es uno de esos personajes con el que el espectador siente una gran empatía. No es simpático, es bastante despegado y algo egoísta. La relación que inicia con Jordana (Yasmin Paige) parece bastante forzada ante la necesidad de no sentirse solo y no duda en apartarla de su vida en el momento en que no encuentra el apoyo necesario para lo que él requiere.


El film está dividido en un prólogo y tres partes referidas a aquellas personas que rondan sus pensamientos, pero también podríamos dividir la película en dos bloques que estarían relacionados a las dos causas u objetivos que Oliver se marca a lo largo de la película: la premura por encontrar a un primer amor que le permita llevar a cabo las primeras experiencias sexuales, con todos los vaivenes e inseguridades que esto significa, y la búsqueda de la estabilidad familiar ante una posible infidelidad de su madre. Es precisamente en este segundo bloque donde la película decae en su ritmo, cuando la trama se centra casi al completo en el affaire de la madre con el estrambótico vecino y su mundo esotérico de conferencias, libros y programas de televisión para gente con mucha necesidad de ayuda espiritual.

Los personajes que comparten la vida con Oliver son, de igual forma, extraños. Su excéntrico comportamiento  puede recordar a los marcianos que habitan algunas de las películas de Wes Anderson. Sin embargo, Ayoade no explora tanto la vis cómica del perfil de sus personajes y las cotas de rareza no superan cierto límite.



Hay un poso en Oliver Tate con el que todos podríamos conectar, porque quién no se ha sentido alguna vez como en el epílogo de Submarine, cuando todo parece haber acabado para siempre y lo único que queda es la esperanza de un reencuentro al atardecer. Algo que has imaginado incontables veces y, por fin, todos esos anhelos que se habían agolpado en tu cabeza como ensoñaciones, ocurren. Y de repente, todo vuelve a estar bien. A veces es agradable ser protagonista de un happy end.


África Sandonís (elespectadorimaginario.com)


CRÍTICA 3



Con dos años de retraso nos llega el debut del cineasta Richard Ayoade (ya saben, el personaje de Moss en The It Crowd), que arrasó en los premios del cine independiente británico con la adaptación de la novela de Joe Dunthorne.

Submarine es una de esas cintas que nos habla del fin de la adolescencia y en el inicio de algo que no tiene un nombre muy definido, comúnmente llamado edad adulta. Dividida en prólogo, dos segmentos y el epílogo, la cinta abarca dos frentes; el primer amor que nuestro protagonista siente por una compañera de su clase y los intentos por volver a unir a sus padres, auténticos muertos vivientes atrapados en sus vidas con un vecino, también antiguo novio de la madre, rondando por ahí mucho más «cool» que el progenitor de nuestro protagonista.

Así que de partida que quede bien claro, el cómico y cineasta Ayoade pisa terreno conocido. Poco o nada se puede aportar a ese filón de películas que tratan del final de una etapa y el inicio de otra. Entonces… ¿Para qué molestarse en ir a una sala de cine?



Y se puede ir por varios motivos. El primero de ellos es que durante todo el metraje sobrevuela el espíritu de Wes Anderson. Tanto en composición, personajes, uso de la banda sonora o de la voz en off puede recordar al cineasta de Academia Rushmore. Es precisamente en los personajes donde más pueden acercarse ambos autores, con un protagonista, Craig Roberts, que sustenta buena parte el filme. Un chaval que fantasea con el día de su entierro y al que vamos observando y comprendiendo su vida ayudados también por una maravillosa voz en off, que no resulta cansina en ningún momento y aporta tanto comicidad como ideas harto sugerentes en el relato. También tenemos un núcleo familiar que se mantiene en la aburrida cotidianidad y no obstante, se introducen ciertos elementos interesantes, puesto que es el padre quien parece seguir queriendo a su mujer y en cambio esta se muestra en una indecisión que no es despejada nunca. En definitiva, un matrimonio que no va a ningún lugar mientras el joven protagonista inicia su primer amor.

Es esta diferencia, entre el mundo juvenil y el adulto, lo que hace ganar enteros al relato. Unos jóvenes que inician una aventura pero que son envueltos por los problemas adultos. En un momento dado, Oliver, nuestro protagonista, debe elegir a que enfrentarse, si al problema de sus padres o al problema de su pareja. Y no se decide. Son unas decisiones que él no había tomado nunca y todavía no se siente capaz. Lo curioso del caso es que en esta tesitura es acompañado de su padre, un adulto y hombre de considerables conocimientos, que se desenvuelve igual de mal que él ante una situación semejante. Es decir, la experiencia y los años no han servido para curtirse, siempre se cometen los mismos errores.



La cinta se desarrolla a lo largo de 1986, en un ambiente gris, lluvioso y triste de una ciudad industrial de Gales. Es en estos pasajes, incluyendo la playa, donde tiene lugar la historia de amor de Oliver y su pirómana novia, acompañados de una exquisita banda sonora mientras crecen y dejan de ser niños para adentrarse en esa tierra desconocida en la que sus padres están atrapados (sobre todo la madre). Sin embargo, puede que haya una oportunidad para Oliver y la loca esa que tiene como novia. Todavía no están atrapados. Todavía sus errores pueden subsanarse. Aún pueden permitirse cagarla, cosa que ya no pueden hacer los adultos.

Porque todo se resume en una de las canciones que Alex Turner, líder de Artic Monkeys, ha compuesto para la obra; nada de esto tendrá importancia cuando tengamos 38 años.


Pablo García Márquez (cinemaldito.com)


CRÍTICA 4: A dos tercios de la superficie.

Submarine es el refrescante, original y hilarante debut en la dirección de Richard Ayoade. Más conocido por su papel de Moss en Los informáticos (The IT Crowd), y con un background curtido en el circuito del videoclip, Ayoade nos emplaza a sumergirnos en esta historia a través de los ojos del “teenager” Oliver Tate.

Tate es un chaval de quince años que anda inmerso en las asperezas típicas de la adolescencia. Pero sin embargo su vida no es la de un chico normal. Poseedor de una sofisticación impropia para su edad: fumador de pipa, oyente de crooners franceses,  una imaginación desbordante (concibe su vida mediante los planos de un biopic, que es cómo se presenta el filme al espectador), que le reporta ser victima de burlas, “bullying” en las aulas, y un sentir general de no saber qué espacio debe ocupar en el mundo. A pesar de ello, las verdaderas motivaciones de este joven galés se centran en dos asuntos. Por un lado perder la virginidad con Jordana, su pirómana y enigmática novia. Por otro lado, intentar salvar el matrimonio de sus padres, después de que éste ande por la cuerda floja con las cada vez más constantes visitas de su madre al vecino Graham, un amante de la new age e iluminado de autoayuda. El problema reside, en que ambas misiones se le presentan incompatibles entre sí.

Mediante un estilo narrativo inquieto, surrealista, despampanante, Ayoade nos introduce desde los primeros compases del filme en las encrucijadas emocionales de este Oliver Tate, cuyas expresiones de inquietud y miedo a lo largo de la película tienen números para quedar retenidas durante un gran lapso en las retinas. Submarine refleja los miedos adolescentes, las alegrías efímeras de un período de nuestras vidas bello y amargo, sus amores pulcros, naif e intensos, y también los primeros sin sabores (aquí centrados en la difícil situación sentimental por la que pasan los padres del chico, y el cáncer de la madre de ella). Y como mínimo resulta poco habitual que este acercamiento tan natural y detallista al mundo de la adolescencia se lleve a cabo desde la imaginación que rodea al principal sujeto, en lugar de optar por una aproximación de matiz más realista.

El estilo desplegado por Ayoade no puede encajar mejor con la historia adaptada de la novela de Joe Dunthorne. El debutante director desenvuelve un poderoso estilo visual, tierno y rompedor que se sustenta en una dirección de fotografía impoluta, cautivante, incesantemente creativa, que bebe de un mar de referencias tan amplio, y tan identificable, que abarca desde la francofilia de la Nouvelle Vague (son claros los homenajes al Truffaut de los 400 golpes), pasando por el humor de Wes Anderson, con retazos del Woody Allen de Annie Hall, hasta la imaginación visual más desbordante de filmes como C.R.A.Z.Y., Leolo o El Tambor de Hojalata (todas ellas centradas en niños o adolescentes que se ven envueltos en un mundo adulto complejo y se evaden mediante una imaginación prodigiosa).

El potente envoltorio formal podría haber caído en cierto pozo banal, vistoso, desligado de la historia y pausible a la admiración efímera que puedan producir la mayoría de videoclips más o menos artísticos. Sin embargo la película de Ayoade, y principalmente gracias a una forma que se muestra sin fisuras conceptuales, rellena un océano con escenas e imágenes de una belleza reconfortante, nostálgica a la vez que triste, y cálida. Y por el camino se empuja al espectador hacía una cascada de instantáneas de las que no es fácil desprenderse.  Entusiasma ver ese montaje dinámico del primer beso de la pareja delante del testigo de una Polaroid (clip de abajo), o enternecedor ese pequeño fragmento que reproduce la tonalidad del Super 8, y que en el propio filme se titula “Dos semanas de hacer el amor”, en el que reseguimos el halo mágico que desprende la pareja envuelta en su inocente y desatado amor,  mientras transitan por paisajes rurales e industriales de Gales. ¿Alguna vez han presenciado en la gran pantalla un amor entre jovenzuelos que traspase la pantalla con este nivel de frescura, inocencia, y al fin y al cabo, de enorme naturalidad?

Todo este mayúsculo trabajo, se engrandece, y se traduce en una paleta de emociones ante el espectador, que va más allá del hilo de risas que acompaña el transcurso del filme, con las extraordinarias interpretaciones de su reparto. Desde el gran descubrimiento que supone Craig Roberts cargándose el peso del relato a sus espaldas en su rol de Oliver Tate, pasando por la fascinante, minimal, pero incontestable interpretación de Yasmin Paige en el papel de Jordana, hasta los algo ya más habituales en convencernos Sally Hawkins (Happy go lucky) en el papel de la madre, Paddy Constantine en el de Graham, y Noah Tayler en el papel del padre inalterable.

Destacar también la lograda banda sonora creada por Andrew Hewitt y la acertadísima colaboración del cantante de los Arctic Monkeys, Alex Turner, en esos seis temas que tan bien describen la historia de amor de estos adolescentes inadaptados.

Submarine es una comedia refrescante, original, llena de imágenes bellas, melancólicas e impactantes, espolvoreada con irresistibles y constantes notas de humor surrealista, que dejan al espectador un regusto perecedero e agradable. No sólo hablamos de la comedia indie del año, sino también de la comedia inglesa del año, y de todo un triunfo para su director Richard Aoyade en su primera aportación detrás de las cámaras.

Marc Muñoz (eldestiladorcultural.com)