jueves, 5 de diciembre de 2019

Buscando un beso a medianoche (2007)

CURSO 2019-2020. SESIÓN 2

Título original: In Search of a Midnight Kiss.
Fecha de emisión: 13 de diciembre, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Wilson tiene 29 años y ha llegado a Los Ángeles con la intención de olvidar sus desgracias: ha roto con su novia, su coche lo dejó tirado en Arizona y, además, le robaron el ordenador con varios guiones en los que estaba trabajando. Sin planes de ninguna clase, se encuentra con Jacob, su mejor amigo, que le recomienda publicar un anuncio personal en la sección de contactos de Craig’s List: “Misántropo desearía conocer a misántropa”. Así comienza la historia de Wilson y Vivian. Ella también es de Texas. Llegó a Los Ángeles para convertirse en actriz y acaba de abandonar a su novio. Juntos vivirán las últimas horas de un año que termina y las primeras de una historia que comienza.

TRÁILER



CRÍTICA: Huyendo de la soledad.

Desde que se instaló en la ciudad de Los Ángeles, al pobre Wilson todo le ha ido mal. Llegó allí con la intención de olvidar la traumática ruptura que tuvo con su novia. La calma que buscaba se tornó en una espiral de desventuras entre las que encontramos el robo de su ordenador portátil, en el que almacenaba varios guiones en los que estaba trabajando. Después de un embarazoso capítulo concerniendo a la novia de su mejor amigo, el joven escritor decide cambiar el rumbo de los eventos poniendo un anuncio personal en una página web. El mensaje: “Misántropo busca a misántropa”. De este modo va a conocer a la alocada Vivian, y a la vez va a dar comienzo una surrealista odisea por las calles de la metrópolis para buscar el ansiado beso a medianoche.

A parte del terror no creo que haya algún otro género cinematográfico tan herido como el romántico. Son demasiados los títulos que durante estos últimos años se han encargado de dilapidar la credibilidad de este tipo de filmes. La razón es comprensible y de hecho la raíz del mal es la misma que con las películas presuntamente terroríficas. Para asustar al respetable no hay más que subir el volumen en un momento dado de los chillidos de la jovenzuela de turno. Fácil. Y para encandilar al público no hay más que hacer que dos caras bonitas se besen. Muy fácil, y así se olvidan todos los males. No obstante, las grandes productoras, aplicando la ley del mínimo esfuerzo, han llevado esta fórmula hasta la saciedad, convirtiendo la mayoría de sus productos en una cadena de excusas que nos llevan al susodicho beso. Demasiado pobre.

Precisamente de grandes productoras y de besos quisiera hablar, porque la responsabilidad de rescatar a tan moribundo género ha recaído en una película genuinamente independiente. Así nos alejamos de los altos presupuestos (no hace falta ser muy listo para darse cuenta que la película ha sido hecha con escasísimos medios). No hay pues una excelente fotografía, ni un gran maquillaje, ni caras conocidas. Tras ‘Entre copas’, ‘Pequeña Miss Sunshine’ y ‘Juno’, esta vez no tenía aún demasiado claro qué filme sería coronado como la “joya indie del año”. Pero de repente apareció  ‘Buscando un beso a medianoche’. Una película que precisamente por la falta de recursos económicos antes comentada, ha visto en la rica inventiva de su autor (Alex Holdridge) su principal punto de apoyo.

He aquí un filme que nos recuerda la importancia de tener un buen guión. Para hacernos a la idea, es un filme que bebe mucho de Richard Linklater y su estupenda ‘Antes del amanecer’. Muy difícil es hacer que dos personajes ocupen la práctica totalidad de todo el metraje. Para ello son fundamentales unos diálogos ágiles e ingeniosos, y precisamente de esto ‘Buscando un beso a medianoche’ va sobrada. Si además le añadimos una pizca del mejor Kevin Smith (la estética casi obligada y la desternillante situación inicial recuerdan inevitablemente a aquella otra joya titulada ‘Clerks’), la diversión está asegurada. Por su parte, la pareja protagonista formada por Scoot McNairy y Sara Simmonds ofrecen un gran trabajo de interpretación y siguen a la perfección la evolución en sentido inverso de sus personajes.

Una evolución que se da a través de las calles de Los Ángeles (excelentes localizaciones y muy buena recopilación musical, todo sea dicho) que es una pieza clave para encariñarnos con estas almas en pena llamadas Wilson y Vivian. Al principio ella se muestra agresiva, pero sus debilidades van aflorando a medida que se acerca la medianoche. En cambio él va venciendo sus dudas y temores iniciales hasta mostrarse como una persona madura y responsable. En esencia es algo que ya hemos visto antes infinitas veces. La diferencia es la naturalidad que destila el filme, que logra lo más difícil: acercar a dos polos opuestos en el lapso temporal ficticio de una sola noche y sobretodo consigue que nos lo creamos. Acertada decisión la de alejarse de los -odiosos- convencionalismos del género, de este modo parece que por fin estamos antes un producto nuevo, y además es descaradamente inteligente.

Una película además ideal para estas fechas. Así lo deja claro la frase que cita Holdridge al principio de todo: “entre el 25 de diciembre y el 1 de enero, la gente inscrita en Match.com, MySpace y CraigList aumenta en un trescientos por ciento”. Aguda declaración de intenciones, porque más que buscar al amor de su vida o más que intentar olvidar su antigua relación, lo que quieren nuestros protagonistas es no quedarse solos en tan señaladas fechas. El amor, esta palabra tan banalizada actualmente, finalmente queda en segundo plano. Otro acierto para esta entretenidísima tragicomedia que entra con tremenda facilidad y que además, se queda en nuestras memorias.

(elseptimoarte.net)


domingo, 6 de octubre de 2019

Manchester frente al mar (2016)

CURSO 2019-2020. SESIÓN 1

Título original: Manchester by the sea.
Fecha de emisión: 18 de octubre, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.


SINOPSIS

Lee Chandler (Casey Affleck) es un solitario encargado de mantenimiento de edificios de Boston que se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal tras enterarse de que su hermano Joe ha fallecido. Allí se encuentra con su sobrino de 16 años, del que tendrá que hacerse cargo. De pronto, Lee se verá obligado a enfrentarse a un pasado trágico que le llevó a separarse de su esposa Randi (Michelle Williams) y de la comunidad en la que nació y creció. (FILMAFFINITY)


TRÁILER



CRÍTICA 1: La insoportable carga de vivir con el peso de la culpa.

Hay cosas en la vida que son difíciles de superar. El dolor que nos causa la pérdida de un ser querido es indescriptible, casi imposible de materializar en palabras. El cineasta Kenneth Lonergan, autor de las apreciables Puedes contar conmigo (2000) y Margaret (2011), es especialista en contar historias de seres perdidos en traumas del pasado. Con Manchester frente al mar ha querido bucear de nuevo en las entrañas de un relato de gran carga dramática escribiendo y dirigiendo este largometraje nominado a seis premios Oscar.

Si en su primera obra explicaba la complicada reconciliación entre dos hermanos y en la segunda se centraba en una joven (Anna Paquin) que se culpabilizaba de la muerte de una transeúnte en un accidente de autobús, en su último trabajo la tragedia lo inunda todo. Así de claro. Y es que estamos ante una propuesta embriagada de una angustia que prácticamente no te deja reaccionar. Cada fotograma exhala una profunda sensación de vacío, de esas que torturan el alma hasta lo más profundo.


El sufrimiento que acarrea nuestro protagonista no se alivia con nada. No hay perdón ni castigo que logren cambiar ese rictus de desasosiego permanente que pasea a lo largo del filme. Lee Chandler (Casey Affleck) es un hombre cercano a los cuarenta que trabaja realizando tareas de mantenimiento en cuatro edificios de Boston. Le vemos arreglando duchas, grifos atascados, sacando la basura o vaciando de nieve las entradas de los portales. Es de pocas palabras y se mantiene distante con los clientes. Eso sí, por las noches ahoga sus penas en alcohol en el bar de turno y si alguien le mira mal no duda en propinarle un puñetazo por las buenas. Es un tipo misterioso que sin duda alberga un pasado oscuro. 

Hay cosas en la vida que son difíciles de superar. El dolor que nos causa la pérdida de un ser querido es indescriptible, casi imposible de materializar en palabras. El cineasta Kenneth Lonergan, autor de las apreciables Puedes contar conmigo (2000) y Margaret (2011), es especialista en contar historias de seres perdidos en traumas del pasado. Con Manchester frente al mar ha querido bucear de nuevo en las entrañas de un relato de gran carga dramática escribiendo y dirigiendo este largometraje nominado a seis premios Oscar.

Si en su primera obra explicaba la complicada reconciliación entre dos hermanos y en la segunda se centraba en una joven (Anna Paquin) que se culpabilizaba de la muerte de una transeúnte en un accidente de autobús, en su último trabajo la tragedia lo inunda todo. Así de claro. Y es que estamos ante una propuesta embriagada de una angustia que prácticamente no te deja reaccionar. Cada fotograma exhala una profunda sensación de vacío, de esas que torturan el alma hasta lo más profundo.
   
El sufrimiento que acarrea nuestro protagonista no se alivia con nada. No hay perdón ni castigo que logren cambiar ese rictus de desasosiego permanente que pasea a lo largo del filme. Lee Chandler (Casey Affleck) es un hombre cercano a los cuarenta que trabaja realizando tareas de mantenimiento en cuatro edificios de Boston. Le vemos arreglando duchas, grifos atascados, sacando la basura o vaciando de nieve las entradas de los portales. Es de pocas palabras y se mantiene distante con los clientes. Eso sí, por las noches ahoga sus penas en alcohol en el bar de turno y si alguien le mira mal no duda en propinarle un puñetazo por las buenas. Es un tipo misterioso que sin duda alberga un pasado oscuro. 

Una llamada de teléfono le avisa de la repentina muerte de su hermano mayor. En la hora y media de trayecto en coche que separa Boston de la localidad pesquera de Manchester by the sea, Lee tiene tiempo de hacer un repaso a aquellos años en los que compartía salidas en barco con el fallecido y contaba chistes sobre tiburones a su sobrino pequeño. Recuerdos que el director nos sirve en forma de flashbacks continuos y que nos trasladan a una época en la que el protagonista exhibía alguna que otra sonrisa. Pero hablamos del pasado.

El regreso de Lee a su pueblo es recibido con incertidumbre, con abrazos secos y miradas huidizas. Ahora tiene que hacerse cargo de la burocracia que conlleva organizar el funeral y de las últimas voluntades de su hermano. La sorpresa viene cuando el notario le lee una carta en la que el difunto dejó por escrito que quería que Lee fuese el tutor de su hijo adolescente. El reencuentro entre tío y sobrino se torna agridulce y forzado. Llevan tiempo sin hablar y a Lee no le hace ni pizca de gracia tener a nadie a su cargo. Patrick, de 16 años, quiere quedarse en su barrio de toda la vida. Allí tiene sus amigos y amigas, a su equipo de hockey sobre hielo y su grupo de música.

En este microcosmos repleto de figuras masculinas que representa Lonnergan, la mirada femenina la pone una excelente Michelle Williams, que encarna a la exmujer de Lee. Aparece en pocas escenas, pero su interpretación de una mujer rota de dolor por dentro que intenta rehacer su vida es de las que no se olvidan. A través de los flashbacks observamos a la pareja en sus mejores momentos. Parecían una familia más o menos feliz. ¿Qué pasó entonces para que todo se viniera abajo?

El director va desgranando la secuencia reveladora con paciencia, dejando que el espectador se vaya haciendo una idea de lo que vendrá a continuación. Acompañada de una música barroca, ese crucial y demoledor instante es de los que deja a una helada en la butaca, tanto como el paisaje invernal que azota ese tranquilo pueblo de la costa norte de Massachusetts. Es imposible escuchar nada más que el clamor de un horror en mayúsculas.

Se trata de una producción que no es fácil de digerir y deja al espectador con una sensación de tristeza y rabia. Lonnergan traza un guión crudo con una narración bien estructurada, sin opción para la acción y con unos personajes incapaces de comunicarse, por mucho que lo intenten. Y en este caos de sentimientos encontrados brilla con fuerza Casey Affleck, que se perfila como ganador del Oscar al mejor actor por un papel que estaba destinado en un principio a Matt Damon. 


Los problemas de agenda del intérprete de Jason Bourne brindaron la oportunidad de lucir todo tipo de gestos de desconsuelo al hermano pequeño de Ben Affleck, que ve cada vez más cerca su ingreso en el star system de Hollywood. Y eso que su nombre se vio salpicado en un caso de acoso sexual del que fue acusado hace unos años, pero parece que no le va a pasar factura a la hora de hacerse con el premio (con permiso de Denzel Washington).

Da la impresión de que en Manchester frente al mar no hay opción a pasar página, que los pecados del pasado estarán ahí siempre presentes, en forma de pesadilla recurrente, para sacudir nuestras conciencias y no dejarnos vivir en paz, por mucho que los demás nos perdonen. La huida hacia ninguna parte que emprende Lee no le salva de convertirse en una especie de zombi que va deambulando sin rumbo fijo, intentando sobrevivir bajo una insoportable carga de culpa. Y lo más trágico de todo es que no espera redención alguna. 

Astrid Meseguer (lavanguardia.com)


Crítica 2: Desgarradora y magnífica.

Cuando se anunciaron las nominaciones a los Oscar tuve claro que algo muy raro tenía que pasar para que ‘La llegada’ (‘Arrival’) no fuese la cinta que iba a estar deseando que ganase cuando se entregasen las preciadas estatuillas. A fin de cuentas es la primera película que me parece una obra maestra en más de una década y sería muy extraño que justo entre las ocho aspirantes hubiera otra.

Desde entonces he visto el resto de candidatas que tenía pendientes y me sigo quedando con el film dirigido por Denis Villeneuve, pero hay otro título que se ha acercado a ella mucho más de lo que esperaba. Se trata de ‘Manchester frente al mar’ (‘Manchester By The Sea’), el nuevo trabajo de Kenneth Lonergan que cuece todo a fuego lento para ofrecernos una propuesta tan magnífica como desgarradora que te deja tocado una vez acaba su visionado.


He escuchado algunas comparaciones entre el estilo propio de algunos malos telefilms de sobremesa y el empleado por Lonergan a la hora de abordar la historia de Lee Chandler, un personaje que parece habitar este mundo sin un motivo más que el hecho de seguir respirando y que a partir de esa situación recibe nuevos golpes de la vida sin que en ningún momento logre dejar atrás uno que cambió su existencia para siempre.

Es cierto que Lonergan evita cualquier tipo de lucimiento, prefiriendo apostar por una puesta en escena sencilla y sosegada que deje al espectador descubrir poco a poco cuál es la situación exacta del protagonista y cómo va lidiando con ella, algo que él mismo desarrolla con maestría desde el guion. La fuerte presencia del drama es lo otro que invita a pensar en una especie de descalificación televisiva cuando en realidad no comparten nada. Aquí lo que prima no es regodearse en las miserias, sino mostrarlas.


De hecho, Lonergan expone la situación de tal forma que incluso hay espacio para una presencia mucho más destacada del humor, a veces negro y otras una consecuencia de cómo lidian los personajes con la delicada situación. Eso sí, nunca está especialmente remarcado, lo cual hace que su presencia sea más llamativa, pero cumple con holgura su función de destensar un poco un relato que se va metiendo poco a poco dentro de ti hasta quizá no asimilar como tuyo el dolor de Lee, pero sí ponerte con facilidad en su estado.

Otra clave para ello es lo bien que se suministra la información que recibe el espectador, tanto en la línea temporal actual como en los cuidados saltos atrás en el tiempo. A fin de cuentas ese pasado ha sido decisivo para lo que es ahora Lee y también para entender sus dificultades para aceptar una situación totalmente inesperada. Habrá quien califique a ‘Manchester frente al mar’ de lenta como algo negativo cuando en este caso era simplemente el tempo que demandaba la historia.


Eso es algo que también afecta al tratamiento de los personajes, ya que estamos en una película con un protagonista omnipresente y que hasta cierto punto se define más por lo que le ha pasado con esos otros personajes que por sus acciones. La cuestión es que todos ellos cumplen esa función y en algún caso -pienso sobre todo en un muy solvente Kyle Chandler, y en, como es habitual en ella, una estupenda Michelle Williams- puede dar la sensación de que había más historia por contar. 

Sin duda la hay -y es un detalle que, pese a todo, se deja notar-, pero no es la de Lee y en ese aspecto creo que ‘Manchester frente al mar’ es irreprochable, ya que logra darles a todos ellos entidad -en algunos casos más que en otros, claro está- sin descuidar nunca cuál es su función principal. Sorprende especialmente la buena dinámica que se establece entre Casey Affleck y Lucas Hedges, quien ha logrado una merecidísima nominación al Oscar por dar vida a Patrick, el sobrino del protagonista.


Sin embargo, la auténtica clave es que todo está al servicio de Affleck sin dar la sensación de que sea para su lucimiento personal, ya que aquí echa mano de una envidiable contención para mostrar su vacío interior y la va modulando de forma impecable a medida que lucha interiormente con su nueva situación. Sentimos literalmente su dolor y a ello también aporta muchísimo todos los que le rodean, pero sin caer nunca en los excesos melodramáticos en los que tienden a caer este tipo de relatos, teniendo además espacio para mostrar otra cara diferente durante los flashbacks.

Todo ello rodeado con un clima de normalidad alterada que aporta Lonergan desde la puesta en escena y que refuerzan otros aspectos como la banda sonora de Lesley Barber. Hay una peculiar belleza en ese paisaje repleto de dolor que termina de darle ese toque especial que ayuda a que conectemos con ella y a dejarnos con el nudo en la garganta durante bastante tiempo tras llegar a su fin sus algo más de dos horas de metraje.

En definitiva, ‘Manchester frente al mar’ es una película sobresaliente, un drama muy poderoso en el que también hay cierto espacio para el humor y donde sus actores realizan un trabajo impresionante, en especial un Casey Affleck que dudo que jamás vaya a estar mejor que aquí. Con todo, no le llega para ser la mejor de las aspirantes al Oscar de este año, pero sí para ocupar un muy merecido segundo lugar.

Jorge Loser (espinof.com)

domingo, 2 de junio de 2019

Shutter Island (2010)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 9

Título original: Shutter Island.
Fecha de emisión: 21 de junio, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

En el verano de 1954, los agentes judiciales Teddy Daniels (DiCaprio) y Chuck Aule (Ruffalo) son destinados a una remota isla del puerto de Boston para investigar la desaparición de una peligrosa asesina (Mortimer) que estaba recluida en el hospital psiquiátrico Ashecliffe, un centro penitenciario para criminales perturbados dirigido por el siniestro doctor John Cawley (Kingsley). Pronto descubrirán que el centro guarda muchos secretos y que la isla esconde algo más peligroso que los pacientes. Thriller psicológico basado en la novela homónima de Dennis Lehane (autor de "Mystic River" y "Gone Baby Gone").


TRÁILER



CRÍTICA 1: En el laberinto de la culpa.

«Shutter Island» tiene un guión barroco y complicado, como el laberinto de las mentes desquiciadas de sus protagonistas. Entretenimiento y suspense asegurados para una historia de culpa y locura con un gran DiCaprio.

Nos vamos a los años cincuenta americanos para revivir el drama de un veterano de guerra, y también el tormento de un hombre que ha perdido a su mujer. Por la escena de «Shutter Island», Martin Scorsese hace aparecer fantasmas interiores y exteriores en un entorno de misterio donde el protagonista vive aislado, solo con su pasado y en lucha con su conciencia, en continua tensión por lo que considera una conspiración política de altos vuelos. Él, Teddy Daniels, es un agente judicial que llega al psiquiátrico para criminales de Shutter Island con la misión de encontrar a una paciente que se ha fugado, pero tiene otros objetivos personales, entre la venganza y la búsqueda de la verdad. Miradas inquietantes y ambiguas de enfermos y del personal del centro, un recibimiento frío y una situación enigmática en torno a la mencionada desaparición, una guerra de escuelas psiquiátricas, los nazis en la recámara y unas cuantas historias clínicas de lo más espeluznantes.


Y todo lo anterior con una música que carga el opresivo ambiente de tensión creciente —aunque quizá de manera excesivamente incisiva—, con efectos de sonido de tormentas apocalípticas que nos introducen en el mundo irracional de unas mentes dañadas, con una planificación dramática de fuertes contrapicados y claroscuros góticos, con una puesta en escena llena de interrogantes y misterios… salpicada a su vez por secuencias oníricas o breves flashbacks de difícil interpretación. Desde el inicio, Scorsese juega sus cartas y lo hace bien, guardando más de una en la manga para acabar obligando al espectador a cuestionar las apariencias, para dudar de unos y otros… y hasta de uno mismo.


Construye un guión barroco y complicado como el laberinto de esas mentes desquiciadas, pero su precisión hace que se siga bien y que todo cobre sentido —y a la vez que nada cuadre— al final de la película. El espectador no se pierde en la historia, pero exige atención porque todos los detalles tienen una o varias explicaciones posibles. Fundamentalmente porque estamos ante una cinta que oculta el punto de vista con que se nos narra la historia, y eso obliga a repetidas relecturas para cambiar de lado según la última información. Lo que comienza con visos de objetividad, gradualmente va derivando hacia la duda y lo irreal… y llega un momento en que no sabemos qué es verdad y qué invención: la realidad ha sido tan manipulada por el montaje cinematográfico, o por los poderes establecidos en su intento por controlar al pueblo, o por la inteligencia de una mente trastornada por el peso de la culpa… que todo es posible.


Lo que sí queda claro es la doble manera de plantearse la vida, y frente al comentario de uno de los policías que todo lo reduce a violencia, Teddy responde con un orden moral que guía sus actos. Es la misma conciencia que le culpa de asesinatos de guerra y de otros por compasión, que le recrimina con un pasado del que no acaba de liberarse y que se presenta una y otra vez de manera dolorosa. A la vez tenemos esos experimentos médicos sin principios éticos, al servicio del poder corrupto y con el totalitarismo en el horizonte. «Shutter Island» es una de esas películas en las que uno no sabe si quedarse con la versión real o la imaginaria, la crítica sociopolítica o la vertiente antropológica. En cualquier caso, resulta impactante en el aspecto visual, con transformaciones de personalidad y de una realidad sin lógica que recuerdan a David Lynch —la imagen onírica de la mujer que «se deshace» es inolvidable—, con escenas en que el espíritu de Hitchcock se pasea por el acantilado o entre los pájaros convertidos en ratas, y también con el cine de serie B de los cincuenta de Tourner y Val Lewton.


Para esta tremenda historia de personajes bien dibujados en su indefinición, Scorsese ha recurrido a Leonardo DiCaprio, que vuelve a demostrar que es un gran actor y que sabe imprimir hondura dramática y psicológica a su oscuro papel. Bien secundado por actores de lujo, Mark Ruffalo, Ben Kingsley o Max von Sydow —todos un acierto de casting— aportan la ambigüedad de la mirada, mientras que Emily Mortimer, Patricia Clarkson o la joven Michelle Williams dan réplica a los «fantasmas» de su vida. Entretenimiento, suspense e intriga aseguradas para una historia de culpa y locura, donde la violencia y el dolor han oscurecido la mente y transformado la realidad, y donde la desconfianza y la sospecha se convierten en signos de una sociedad que ha apagado el faro de la verdad.

Calificación: 8/10.
Julio Rodríguez Chico (labutaca.net)



CRÍTICA 2: Scorsese oscuro y paranoico.

Una película inquietante de principio a fin, impecable en lo formal y notable en lo interpretativo, pero esquemática y evidente en su reiteración de temas y lugares comunes del thriller psicológico y terrorífico.

En el verano de 1954, los agentes Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) son enviados al sanatorio psiquiátrico Ashecliffe, aislado en una remota isla de la bahía de Boston. El motivo de su investigación es la misteriosa desaparición de una paciente (Emily Mortimer), que parece haberse evaporado de su celda sin dejar rastro. Después de que la Academia de Hollywood saldara cuentas tarde y mal con Martin Scorsese ─el cineasta debería haber recibido más de un Oscar® mucho antes de “Infiltrados”, ni de lejos su mejor trabajo─, el director regresa a la ficción con “Shutter Island”, su primera aproximación al thriller de terror para la que se ha basado en la novela homónima de Dennis Lehane, curiosamente también primer acercamiento del escritor a tan inquietantes parámetros. El resultado es otro Scorsese menor, aunque la propuesta es perfectamente recomendable e impecable a nivel formal.


Amenazante en cada segundo de su abultadísimo metraje, cercano a las dos horas y media, este claustrofóbico descenso a los infiernos de la mente encadena temas no por lejanos en el tiempo menos polémicos, abandonando al espectador en un mundo oscuro, frío y descorazonado, en el que la solución del misterio principal de la historia se alcanzará tras encajar múltiples piezas, a cual más temible y peligrosamente sugerente. Con los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial aún frescos en la mente del  problemático protagonista, la paranoia se apoderará de una investigación que abunda en lugares comunes ─es la gran traba de la propuesta─ del cine y la literatura de género, un aluvión referencial tanto estético como argumental que juega en contra de cierto sector de un palco que, desde un primer momento, no las tendrá todas consigo ante la constatación, firme e ineludible, de que todo lo que presencia ya lo ha visto antes. Y ni siquiera Scorsese, conocedor del medio como pocos, consigue que el espectador no se adelante a los acontecimientos.


Desde el expresionismo alemán a los terrores de la RKO en los años cuarenta, desde el thriller policial de los cincuenta y sesenta a las pesadillas de la literatura kafkiana, el abismal y siniestro poso de “Shutter Island” deriva en una progresiva difuminación de la barrera que separa lo real de lo que no lo es, lo obvio de lo intuido, la idea previa de la realidad constatada, estableciendo una maraña de sombras que avanza apoyada en lo hipnótico de su peligrosa y constantemente alucinada y provocativa puesta en escena. El marco en el que se mueven los personajes invita a la morbosa observación desde la distancia: la delirante y escalofriante práctica invasiva de la psiquiatría de mediados del siglo XX, los horrores y traumas de la guerra, el fanatismo anticomunista, la paranoia conspiratoria propia de la Guerra Fría… en todo su esplendor extático, la fragilidad de la mente humana funciona perfectamente como visagra en la que Scorsese se apoya para retorcer la visión del público de manera contundente. Pero aunque es precisamente la situación contextual la que justifica la extravagancia de su implosión climática, cuando todo termina esa sensación sigue ahí: un Scorsese menor.

Calificación: 6/10.

José Arce (labutaca.net)

domingo, 12 de mayo de 2019

Desmontando a Harry (1997)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 8

Título original: Deconstructing Harry.
Fecha de emisión: 17 de mayo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Harry Block, un escritor de mediana edad y con un cierto éxito, se ha servido con frecuencia de sus experiencias sentimentales y familiares para escribir sus obras, razón por la cual la mayor parte de sus amigos, parientes y ex-mujeres lo odian. En tales circunstancias, le resulta muy difícil encontrar a alguien que quiera acompañarlo en un viaje a su vieja universidad para recibir un homenaje.

TRÁILER



CRÍTICA 1: La deconstrucción según Allen.

Tras la comedia musical 'Todos dicen I Love You' Woody Allen rodó una de sus películas más arriesgadas, 'Desmontado a Harry'. Es sabida la afición del cineasta por el cine de Bergman y de Fellini. Al año siguiente, con 'Celebrity', Allen rendiría homenaje al segundo, en 'Desmontando a Harry' lo hará al primero al realizar una suerte de 'Fresas Salvajes' pero en tono deconstructivista (la traducción del título al castellano anula el sentido del original).

El comienzo de 'Desmontado a Harry' es ya una ruptura con respecto a toda su filmografía: los cortes continuos que repiten una misma escena (a lo Godard) ya apuntan a una película diferente en la que Harry Block (Allen), un escritor que ha vivido de sus experiencias y de aquellos a quienes ha conocido durante su vida para escribir sus obras (más o menos lo que el propio Allen con su cine), emprende un viaje tanto físico como mental durante el cual ficción y realidad se confunden. Así, Allen construye (y deconstruye) una película sombría, agresiva, en la que el cineasta parece rendir cuentas con todo el mundo. Con cada personaje con quien Harry se encuentra Allen da sentido al personaje, a su vida, pero a su vez lo reconfigura de nuevo. El director lleva a cabo un trabajo de construcción identitaria divertido pero hiriente en el que el drama se da la mano con la comedia más negra en una de las mejores películas de su director, aunque en su día no fuera recibida con demasiado entusiasmo, quizá porque la radicalidad da la propuesta y la reinvención de Allen resultaba demasiado confusa. Pero 'Desmontando a Harry' supone una propuesta aislada dentro de su carrera, una rara avis.

A favor: El planteamiento de Allen, arriesgado, agresivo y divertido.

En contra: Quizá que siga siendo tan claramente una película de Allen, algo que ocasiona que la ruptura no sea tan total, algo sí sucederá más adelante con 'Match Point' o 'El sueño de Cassandra'.

Israel Paredes (sensacine.com)
 
CRÍTICA 2
 
Para los seguidores de la carrera de este hipocondríaco neoyorquino, cada una de sus películas es recibida como algo diferente, un obsequio repleto de originalidad, mientras que sus detractores, afirman que cada una de las obras de Allen, no es sino, una reiteración exagerada de sus anteriores films.
 
"Desmontando a Harry" es una comedia con un guión sublime. La aparición de algunas estrellas de Hollywood en la misma, hizo que algunas personas que desconocían la trayectoria del director mostraran un incipiente interés por el mismo. En ella, vuelven a tratarse una vez más algunos de los temas con los que Allen se siente identificado: las relaciones con su psicoanalista, sus problemas con las mujeres, su afición más que obsesiva por las prostitutas... todo ello sazonado con su habitual sentido del humor.
 
Con Nueva York como telón de fondo, Allen cuenta la historia de un escritor en plena crisis creativa. Muchos directores usan Nueva York como decorado de sus historias. Mientras Scorsese nos ofrece el lado oscuro de la ciudad, Allen nos muestra la cara alegre de la misma. El hilo argumental de la película es un seguimiento de historias donde se mezclan la ficción y la realidad. La vida cotidiana del artista, repleta de estrés, tensiones, fobias e inseguridades, nos la transmite con fotogramas rápidos, escuetos, con un movimiento de cámara que provoca la ansiedad del espectador.
 
Allen es un verdadero genio a la hora de retratar situaciones cotidianas. A diferencia de la mayoría de directores nos muestra las relaciones humanas con una enorme naturalidad. Los diálogos se superponen pero todos los personajes tienen algo interesante que contarnos. Las escenas protagonizadas por las "estrellas" de Hollywood, son la parte más cómica del film, la ficción, las pequeñas historias de ese gran escritor.
 
Su guión es sólido y bien estructurado; sus diálogos sobre temas como el judaísmo, el sexo o la muerte, sorprenden al espectador. Resulta realmente digno de elogio el hecho que después de tantos años no haya perdido la capacidad de hacer sonreir a la gente con un ácido humor, diferente, pero sobretodo inteligente.
 
Tras su ruptura con Mia Farrow, muchos pensaron que Allen se encontraría con una etapa de crisis y que sus obras serían un fracaso. Pero lo que ocurrió fue todo lo contrario. La última película con la actriz, "Maridos y mujeres", marcó lo que sería una nueva etapa de éxitos, en la que la crítica mostró todo su apoyo y reconocimiento. "Misterioso asesinato en Manhattan" o "Poderosa Afrodita" son algunos de estos ejemplos. Cada año, los seguidores de Allen esperamos ansiosos su nueva película, como un regalo, algo que va a aliviarnos por un breve espacio de tiempo de las preocupaciones de la vida cotidiana, porque como el mismo autor dice: "Mis historias son sólo un narcótico; fuera de las salas de cine la vida sigue siendo insoportable".
 
Allen el actor, Allen el director, pero sobre todo Allen el guionista. El guión de "Desmontando a Harry", puede recordarnos en algunos momentos a aquella delicia llamada "Annie Hall", donde por fin, su genio y brillantez fueron reconocidos por la academia de los oscars, pero este universo que envuelve a Harry, es más que una simple película. Harry es un escritor, que se encuentra en una etapa de bloqueo creativo. Su vida no es digna de ninguna novela, debido a sus numerosos fracasos tanto a nivel afectivo, como creativo. Él es consciente de que no encaja en el mundo real, y analiza las personas que lo rodean desde una perspectiva satírica e hiriente. Su alimentación es a base de una ingestión combinada de barbitúricos y alcohol, y la compañía que prefiere a su alrededor, son las prostitutas, puesto que como no tiene por qué hablar con ellas, no se dará cuenta de que realmente son igual de estúpidas como él cree que es el resto de la gente que le rodea.
 
Harry va a ser homenajeado por una antigua universidad de la que años atrás fue expulsado, y debido a su enclaustramiento y fobia social no encuentra la persona que le acompañe al evento, pero a pesar de que parezca ser una persona insensible, Harry quiere mucho a una persona: su hijo, al que su madre, papel representado por Kristey Alley, no le permite ver bajo ninguna circunstancia; pero mientras Harry llega a ese homenaje, iremos descubriendo pequeños fragmentos, inconexos y extraños que tan sólo al conseguir unirlos todos llegaremos a conocer realmente la personalidad enigmática de este pequeño antihéroe llamado Harry.
 
La interpretación de los actores es estupenda: una Judy Davis, totalmente desquiciada, Kristey Alley brillante en su papel de ex mujer psiquiatra, Demi Moore se aleja de su habitual imagen de sex symbol para arrancarnos algunas sonrisas ante su obsesionada pasión por las costumbres judías, Billy Cristal, en su línea habitual, representa un importante papel al lado de la excelente actriz Elisabeth Shue. Es posible que Allen sienta miedo ante un posible bloqueo creativo, y que realmente se encuentre más cómodo ante la presencia de sus seres de ficción que los compañeros que le rodean, pero lo que sí es cierto es que pese a la escasa recaudación de sus películas en las taquillas, la mayoría de los actores, desea trabajar con él, sin importarles siquiera el sueldo que van a recibir por su trabajo.

Trabajar para Allen, es algo más que intervenir en una película, es formar parte de un fenómeno, de la vida de un genio. Quizá, para quien no conozca de la amplitud de su obra, ésta es una buena película para que surja el interés en el espectador por visionar sus obras anteriores. Es realmente triste y a la vez patético que Woddy Allen haya tenido que disfrazarse de hormiga para obtener su primer éxito comercial.

Puede que dentro de unos años, en las academias de cine, "Desmontado a Harry" se cite continuamente como un modelo a seguir, tal y como ocurrió con el gran genio de la comedia Billy Wilder, y se recuerde esa escena magnífica de aquel hombre desenfocado, una historia que aparentemente puede rozar la ridiculez, pero que si analizamos su trasfondo se nos muestra como una bella metáfora de los secretos más íntimos de Allen.
 
Alice (labutaca.net)
 


viernes, 5 de abril de 2019

Columbus (2017)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 7

Título original: Columbus.
Fecha de emisión: 12 de abril, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Un hombre se encuentra atrapado en Columbus, Indiana, donde su padre arquitecto está en coma. El hombre conoce a una joven que quiere quedarse en Columbus con su madre, una adicta que se está recuperando, en lugar de perseguir sus sueños.

TRÁILER



CRÍTICA 1: No tardará en ser obra de culto.

Columbus viene a rescatar a los amantes del cine distinto de la cartelera repleta de cine navideño, de esas películas catalogadas como para ver y olvidar. Columbus es un oasis en el desierto.

El videoartista Kogonada nos ofrece algo novedoso y sorprendente, cualquiera diría que este es su primer largometraje, no deja indiferente su visión con respecto al cine. Ya en el comienzo del filme te das cuenta de que estas delante de alguien que busca la perfección y la belleza. Se presume que estamos ante una persona meticulosa y obsesiva con el perfeccionismo.


Columbus es el escenario concreto y por tanto le da título a su ópera prima ¿y por qué ese nombre? Porque es la ciudad que concentra la mayor cantidad de arquitectura modernista americana.

Columbus es un trabajo minimalista, es una película pausada, elegante y muy medida, todo el largometraje son planos fotográficos, en todos hay un punto central que reina en el plano y una simetría, destaca su color y su meticulosidad, es concienzuda, hipnótica, ensalza la perspectiva, y es un alegato a la arquitectura y al amor por las líneas. La cámara está fija en un punto, solo se mueven los personajes, el espectador está paseando por una exposición fotográfica y en numerosos planos Kogonada nos hace ver la escena detrás del umbral de las puertas, a veces mete a sus personajes en tres estancias y la vemos desde la última.

Sus dos personajes Haley Lu Richardson y Parker Posey son un regalo de Kogonada, rápido se ve esa conexión entre ellos. su nexo; la arquitectura, ella amante de los edificios de su ciudad y él hijo de un importante arquitecto coreano. Ella es una joven de dieciocho años talentosa e inteligente con un futuro universitario prometedor pero le puede más la responsabilidad de cuidar a su madre, ex adicta a las drogas y por tanto sacrifica su vida por el cuidado de su madre, él está varado en Columbus al cuidado de su padre que sufre un desvanecimiento y está en coma.


Los dos personajes se desnudaran emocionalmente en ese bello decorado lleno de simetría. Sus actuaciones son de una gran claridad, cristalinas, melódicas.

Destaca su sencillez y naturalidad, llena de emociones, con silencios medidos. Es una ambrosía para paladares exquisitos, es inteligente, choca la contrariedad entre la frialdad de la arquitectura y la calidez de los personajes, es ese tipo de películas que quieres recomendar a una persona especial amante del arte y con grandes dosis de sensibilidad, que sabes que le va a sacar un rendimiento, un partido para llenar tertulias. Columbus no tardará en ser una obra de culto.

Nota: 3.5/5
Antonio Arenas (cineralia.com)


CRÍTICA 2: Melancolías simétricas.

Una de las manifestaciones más fascinantes que ha surgido con el nuevo siglo de cinefilia ha sido, sin duda, el arte del videoensayo. Quizá el fin de la sala como experiencia central, el apego al haz de luz del proyector sobre la pantalla oscura y al tacataca del crono al girar (esa nostalgia algo fetichista por lo material del cine que ha llevado a ciertos teóricos a proclamar su muerte), sea una pérdida a lamentar. Pero es también un síntoma de que la vivencia afectiva del cine ha dejado atrás su exclusividad espacial, configurando con ello un mapa mucho más abierto. La «Nueva Cinefilia» (la etiqueta creada en torno a las nuevas formas de recepción cinematográfica diseccionadas en el libro Movie Mutations) ha dejado atrás la sacralidad del filme como material conservado con celo en el sagrario. Primero con el advenimiento del vídeo, y sobre todo con la llegada de los formatos digitales, la película ha pasado a convertirse en algo que puede verse en cualquier salón, pero sobre todo en un elemento que puede ser procesado a un ritmo propio (la existencia de la opción «pausa» quizá sea una de las mayores revoluciones en el modo de ver cine) y que, y he aquí la importancia capital de los formatos digitales, puede ser redistribuido y troceado a placer. El nuevo videoensayo es el fruto de combinar estas posibilidades adquiridas de la cinefilia con una creatividad que rompe la unidireccionalidad del fenómeno espectatorial. El nuevo cinéfilo no solo tiene la capacidad de atesorar los fotogramas o fragmentos que más se le han quedado grabados, sino que crea discursos artísticos a partir de ellos (y en esto, la evolución del videoensayo va paralela al éxito de redes como Tumblr). Discursos que hablan muy a las claras de la relevancia del collage como resumen del arte contemporáneo, de su relación laberíntica entre la cita y la originalidad.

En este panorama, uno de los nombres más destacados lo encontramos en el surcoreano Kogonada (nombre artístico que parafrasea a Kōgo Noda, el guionista habitual de Yasujirō Ozu), quien ha trabajado con sus fijaciones cinéfilas para dar cuerpo a una serie de videoensayos brillantes. Sus piezas sobre el eje central en Wes Anderson, las manos en Robert Bresson o los pasillos en Ozu, sin necesitar añadir una sola palabra, convierten la mera recopilación y ensamblaje de obras previas en una expresión tremendamente personal. La meticulosidad detallista de Kogonada para buscar repeticiones y simetrías en estos autores habla de un ejercicio de conexión profunda con artistas que, en sí mismos, revelan una idiosincrasia similar. Si algo tienen en común Anderson, Bresson y Ozu es su condición de creadores de mundos únicos e intransferibles gracias a un detallismo irreductible y a una fidelidad total a sus constantes temáticas y estéticas. Al aplicar estándares similares a sus obras para crear algo nuevo con ellos, Kogonoda no solo ha desnudado este rasgo de los cineastas. También lo ha manifestado como, y volvemos a lo laberíntico, el ser de un creador que encuentra su propio valor creativo en su minuciosidad para retratar la minuciosidad de otros creadores. Con estas convicciones autorales tan pulcramente halladas y expuestas, parecía inevitable que el surcoreano las terminara de impulsar y diera en algún momento el salto a la ficción. De ahí surge su opera prima Columbus, en esencia una historia sobre una amistad y la melancolía inherente a los cambios vitales. En estas cuestiones, especialmente la última, detallaremos hasta qué punto es crucial la influencia de Ozu, el gran referente de Kogonada.


Para empezar, vale la pena detenerse en los diálogos visuales que el surcoreano establece con el maestro japonés. Sobre estas líneas, disponemos dos capturas que el propio Kogonada incorpora en Passageways, su videoensayo sobre el motivo de los pasillos y callejones en Ozu. Bajo ellas, dos fotogramas de Columbus con evidentes correspondencias. Escribe Kogonada en su descripción: «Los pasillos y callejones son los espacios intermedios en la vida moderna. Aquí es donde reside Ozu. En lo transitorio. Es lo que él valora como cineasta. [Estos espacios] no son una oportunidad para el suspense, sino para el transcurso». Por una parte, de lo que está hablando es del mero transcurso fílmico. El surcoreano, como Ozu, emplea estos encuadres a modo de pillow shots, un concepto que se creó para definir los planos no narrativos que Ozu solía emplear como puntuación entre sus secuencias. El nipón era meticuloso en sus disposiciones del espacio. El pillow shot del espacio intermedio, el pasillo o callejón, siempre introducía o clausuraba la escena de interior, en una casa, bar u oficina. Ambos espacios jamás compartían funciones. El espacio interior era narrativo, el espacio intermedio era puntuativo. Pero, por otra parte, el transcurso del que habla Kogonada también es metafórico. Si hay una sensación constante en el cine de Ozu es la del continuo discurrir: la congelación sentimental del momento, el gran objetivo del cine clásico americano, es ajena a su lenguaje. La vida en sus imágenes siempre continúa, y esto además de rasgo de estilo para crearlas, es la principal forma de experimentarlas emocionalmente. Lo que hace Kogonada con Columbus es replicar, desde la conexión más profunda, la inevitable ambivalencia del cine de Ozu: que no hay en él un drama mayor que el que todo en nuestro mundo pase para no volver, y no hay un placer mayor que el hecho de partir de ese mundo para construir otro que es en sí mismo un antídoto a la aflicción de esa transitoriedad.


Del mismo modo que el Tokio de Ozu tenía muy poco del Tokio real y mucho del Tokio construido por el cineasta a partir de unos pocos rincones íntimos, el Columbus de Kogonada no parte de un interés en la cartografía rigurosa de la pequeña ciudad de Indiana. Lo hace de su construcción como elemento emocional. En el caso de Kogonada, la relación es algo más compleja, dado que mientras que Ozu casi nunca filmaba lugares auténticos de Tokio (era un detractor convencido del rodaje fuera de plató), él sí opta por sacar la cámara a la calle y componer su Columbus a partir de localizaciones reales. Sobre todo, al surcoreano le interesa la condición de la ciudad como gran escaparate de la arquitectura modernista estadounidense, y de este modo elige algunos de los edificios más emblemáticos tanto como escenarios de secuencias narrativas como a modo de pillow shots puntuadores (recogemos dos de ellos sobre estas líneas). En este caso, no se trata de la composición de la ciudad como un personaje más, más bien de la misma como parte esencial del ser de uno de sus protagonistas. Así funciona Cassey (Haley Lu Richardson), una joven apasionada de la arquitectura que recorre una y otra vez sus rincones favoritos del lugar, de los que incluso ha elaborado un ránking de preferencia. Lo cual, por cierto, la hermana con el carácter meticuloso tanto del director como de sus referentes. No solo eso, sino que Casey manifiesta un amor por Columbus como su pequeño mundo que tiene igualmente mucho que ver con esa idiosincrasia. En cierto modo, es un personaje desfasado con los tiempos. Aunque sea por el detalle de que no use smartphone (como hacía el Paterson de Jim Jarmusch, prima hermana de Columbus en su tratamiento integrado de personaje y ciudad), o porque su apego a la ciudad y al hogar que comparte con su madre (ex adicta a la metadona a la que Cassey ha tenido que cuidar, y que la ha vuelto proteccionista hacia ella) la llevan a negar el dogma contemporáneo de la movilidad. Todos los personajes le insisten en que debe dejar la pequeña Columbus y hacer «algo grande» en la vida. Estudiar, destacar, comerse la gran ciudad. Una ideología que choca con la puesta en valor de lo pequeño, con el apego al mundo personal que nos rodea y que comparten Ozu, Kogonada y Cassey.


Así, podemos entender Columbus como el punto de convergencia de estas sensibilidades hermanas: la decisión de nombrar la cinta a partir de la ciudad bien puede subrayar la centralidad de este espacio como contenedor de actitudes vitales. La forma que tiene Kogonada de filmarla, además, nos da una idea muy clara de cómo comprende el surcoreano los estilemas de exquisitos del encuadre de casa de muñecas como Wes Anderson: no como caprichos estéticos, sino como la declaración de amor más sincera por cada parte de su pequeño mundo. Kogonada aplica aquí una fotografía que converge más con Anderson que con Ozu (en lo que tiene de explicitud formalista) en su forma de buscar la simetría perfecta, de disponer encuadres con centros marcados visualmente y composiciones puntillosas. Sirva como ejemplo la construcción visual que propone de una de las escenas más bellas que conforman Columbus, en la que Cassey conversa bajo uno de sus edificios favoritos con Jin, un surcoreano que pasa unos meses en la ciudad obligado por el estado comatoso en el que ha entrado su padre allí. Como pueden ver sobre este párrafo, a izquierda y derecha, Kogonada replica los planos-contraplanos típicos de Ozu, en los que los personajes casi miran frontalmente a la cámara. Pero la mayor parte de la larga escena está rodada en un plano amplio que conjuga a Casey y Jin frente a frente, dispone el edificio de fondo y emplea el tejado del coche sobre el que se apoyan como elemento separador. La relación entre los tres planos, como queda patente al unirlos, es de una simetría fascinante, pese a que el plano central la rompa en su propia composición dada la naturaleza asimétrica del edificio de fondo. Y, sobre todo, la prolongación permite un uso hipnótico del humo de los cigarrillos que fuman los dos protagonistas, y que no deja de crear pequeños movimientos abstractos sobre el espacio vacío que queda entre los ambos. Pero los elementos de separación que median entre ellos no tienen una lectura metafórica clara. Más bien, lo que hace Kogonada es prolongar el placer de la charla al placer de habitar ese escenario concreto, ante ese edificio concreto y con esos cigarrillos concretos. El placer de compartir, en fin, un rato de intimidad con dos personajes que se acercan poco a poco: la amistad nace en tiempos muertos, no en estallidos.

 
Quedarnos en un sitio que amamos. Primer fotograma: Setsuko Hara en PRIMAVERA TARDÍA (晩春, 1949). Segundo fotograma: Haley Lu Richardson en COLUMBUS (2017).
 
Por último, Kogonada también replica a Ozu en lo más argumental. Las diferencias de actitud hacia Columbus de Cassey y Jin (de apego para una, de atrapamiento para el otro) son paralelas a sus relaciones generacionales. Cassey no quiere dejar de vivir con su madre, mientras que Jin llevaba más de un año sin hablar con su padre antes de llegar a la ciudad desde Seúl, obligado por su estado comatoso. De este modo, el desarrollo de ambos gira en torno a la aceptación de que, por designios vitales, deben aceptar un intercambio de roles que ninguno desea: Cassey el de marcharse de Columbus y la casa de su madre, Jin el de quedarse en Columbus para estar con su padre (la relación entre ambos, pues, no es solo una amistad bellísima, sino un breve encuentro en el punto de cruce de dos caminos opuestos). Es el caso de Cassey en el que el planteamiento narrativo vuelve a ser puro Ozu, replicando las historias de separación forzada por los avatares de la vida entre un padre/madre e hija que centraban varias de las obras maestras del japonés: Primavera tardía (1949), Otoño tardío (1960) o El sabor del sake (1962), por ejemplo. Tanto es así que Cassey incluso repite las razones de Noriko, protagonista de Primavera tardía, para no casarse y seguir estando con su padre: es feliz viviendo así y no tiene ningún motivo para querer cambiar (volviendo a lo visual, el momento final de desgarro de ambas protagonistas también está filmado de forma similar: lloran con las manos sobre la cara). En el fondo, Ozu y Kogonada hablan de evoluciones vitales impuestas por convención social, pero a las que los padres de las respectivas protagonistas ven como un paso necesario para una vida feliz. Esto es, el matrimonio en el Japón de los cuarenta o la realización profesional en los Estados Unidos de hoy. Los dos directores se sitúan en un término intermedio entre el pragmatismo del progenitor y el desgarro de la hija ante la ruptura, pero es inevitable sentirse más conectado con lo último. Al fin y al cabo, el placer que encontramos en la existencia de una obra como Columbus es el de poder quedarnos en un sitio conocido al que amamos. No se trata ya de que Kogonada venga a seguir el discurso de esos creadores capaces de transmitir el apego por lo cotidiano que nos rodea. Es que el propio diálogo que el surcoreano establece con esos creadores tiene en sí mismo un valor enorme para sus apreciadores. Al fin y al cabo, el cine de Ozu, además de mundo en sí mismo, forma parte del micromundo de una cinefilia que encuentra en sus imágenes un hogar al que siempre volver. El surcoreano, parte ahora activa de esa cinefilia, le dedica el más bello de los gestos de agradecimiento: añadirle una habitación.

Nota: 4/5.
Miguel Muñoz Garnica (elantepenultimomohicano.com)

sábado, 2 de marzo de 2019

Perfect Blue (1997)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 6

Título original: Perfect Blue.
Fecha de emisión: 15 de marzo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.

 

SINOPSIS

Mima es la cantante de un famoso grupo musical japonés. Debido al fracaso de ventas de sus discos, su mánager decide apartarla del grupo y darle un papel en una serie de televisión. Mima cae entonces en una profunda depresión que la lleva a replantearse su vida y su carrera, pero su crisis se agrava cuando descubre que su vida está al alcance de cualquiera en Internet y que alguien la está vigilando. Cuando la serie empieza a emitirse por televisión, Mima comprueba que la ficción se reproduce en su vida real: sueño y realidad se confunden hasta el punto de cuestionarse su propia identidad. El desarrollo de los acontecimientos y su propia intuición llevarán a la protagonista a un desenlace absolutamente inesperado...


TRÁILER



CRÍTICA 1: Perfect Blue, la obra maestra de Satoshi Kon.

 
Ayer le decía a alguien que se había muerto uno de mis directores favoritos, que el mundo me parecía un poco más triste, y me respondió: “Siempre tendrás sus películas”. Satoshi Kon abandonó esta realidad el 24 de agosto de 2010, dejando inacabada su nueva obra (‘The Dream Machine’), pero ciertamente su legado es envidiable, y uno podrá siempre recuperar la sonrisa y renovar su admiración por este peculiar creador acudiendo a alguno de sus anteriores y excelentes trabajos. A modo de homenaje, me ha parecido una buena idea recuperar la que considero que es su mejor película, y comentarla aquí entre todos. Si os parece, vamos a hablar de su primer trabajo como director, ‘Perfect Blue’, su gran obra maestra.

Nacido en la localidad de Kushiro en 1963, Satoshi Kon estudió Bellas Artes y en un principio quiso dedicarse a la pintura. Empezó su carrera como dibujante de cómic (“mangaka” en japonés), trabajando junto a Katsuhiro Ôtomo (‘Akira’), quien le dio la oportunidad de debutar en el cine como guionista de ‘Memories’ (1995), para el que escribió el segmento ‘Magnetic Rose’ (basado en una idea de Ôtomo y dirigido por Kōji Morimoto), sin duda el de mayor belleza e interés de los tres que componen el largometraje. Dos años después terminó su ópera prima, ‘Perfect Blue’, basada en la novela homónima de Yoshikazu Takeuchi; un proyecto que le llegó de rebote, ya que en un primer momento la adaptación no iba a ser animada y tenía como meta el mercado doméstico. Pero llegó a sus manos, hizo suya la historia, y la película se estrenó en cines, convirtiéndose en un inesperado (Kon es el primero que lo reconoce) y rotundo éxito de público y crítica.


Dice el artista japonés que nunca leyó la novela, sólo el guión, que el propio Takeuchi había escrito, pero le aburrió y exigió realizar cambios antes de comprometerse a dirigir el film. La respuesta que le dieron fue que podía modificar lo que quisiera, siempre que conservara tres elementos: fanatismo, acoso y terror. Sobre esos pilares, con la ayuda de Sadayuki Murai (acreditado como único guionista), Kon reconstruyó la trama e incorporó ideas nuevas como la del rodaje dentro de la propia película o la de difuminar la barrera entre el mundo real y el de la imaginación. Conceptos sobre los que volvería a jugar en sus posteriores trabajos; el caso más claro es su siguiente film, ‘Millennium Actress’, de 2001, sobre una actriz que mezcla los recuerdos de sus películas con los de su vida, aunque la confusión entre realidad y fantasía aparecía ya en ‘Magnetic Rose’, siendo el recurso más característico de su obra.

‘Perfect Blue’ (‘Sennen Joyū’, 1997) comienza con la despedida de Mima Kirigoe a sus fans. Mima, la estrella de un grupo pop llamado “CHAM”, aprovecha un concierto para comunicar públicamente que ha decidido abandonar la música para empezar una carrera en el cine, soñando con llegar a ser una gran actriz. Sin embargo, pronto se verá inmersa en la mayor de sus pesadillas. Insegura, desamparada, Mima emprende una nueva aventura profesional en la que no lo tiene nada fácil, y para la que no estaba realmente preparada. Con su anterior grupo alcanzando un mayor éxito, el declive personal de la joven se agrava cuando descubre que alguien ha suplantado su identidad en la página web ‘Mima´s Room’ (‘La habitación de Mima’), donde se revelan secretos y detalles que sólo ella podría conocer. Pero lo peor está por llegar: personas de su entorno comienzan a ser atacadas y asesinadas, y en su locura, Mima ve a una doble fantasmal que le recrimina haber cambiado de vida.


El progresivo e imparable descenso a los infiernos de la protagonista se muestra de una manera brutal y despiadada, llegando a momentos asfixiantes, pero resulta grandioso que siempre quede intacta la búsqueda de la belleza, incluso en los momentos más duros, y que nunca tengamos la sensación de un sufrimiento gratuito, por mero espectáculo; algo insólito en una película, incluso en una animada. Por eso llega a resultar incomprensible que algunos aún mantengan que la animación es cosa de niños, o que el “anime” es para (lo que comúnmente llamamos) “frikis”, que está hecho por y para perturbados; claro que es gente que no tienen ni la más mínima idea de lo que habla, pero estamos en una Internet libre (o eso dicen). Quizá estas personas conozcan la obra del prestigioso realizador Darren Aronofsky, y si es así, puede que les sorprenda descubrir lo mucho que le impactó el visionado de ‘Perfect Blue’, hasta el punto de comprar los derechos y filmar una secuencia calcada para su aclamada ‘Requiem por un sueño’ (‘Requiem for a Dream’, 2000). He aquí la prueba:


A pesar de su intrincada estructura, el tema central de ‘Perfect Blue’ es bastante sencillo y comprensible para cualquiera: la toma de conciencia de una nueva etapa vital, el dificultoso proceso de aprendizaje y superación personal de la protagonista. Mima pierde la seguridad de su anterior existencia para abordar nuevos retos, afrontar situaciones diferentes a las acostumbradas, debiendo superar sus miedos y esa espiral de degradación para poder transformarse en una mujer adulta, en una nueva persona. Satoshi Kon quiere sumergirnos en la crisis de esta muchacha, en su cabeza, de ahí que se entremezclen las escenas reales con las imaginadas, y a veces no podamos distinguir entra una y otra, pues así es exactamente como se siente ella, da igual que suceda de verdad o no, le afecta. Así que, en definitiva, lo importante no es entender siempre qué está pasando, sino dejarse llevar y disfrutar del alucinante viaje propuesto.

Juan Luis Caviaro (espinof.com)

miércoles, 13 de febrero de 2019

La llegada (2016)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 5

Título original: Arrival.
Fecha de emisión: 22 de febrero, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Cuando naves extraterrestres comienzan a llegar a la Tierra, los altos mandos militares piden ayuda a una experta lingüista (Amy Adams) para intentar averiguar si los alienígenas vienen en son de paz o suponen una amenaza. Poco a poco la mujer intentará aprender a comunicarse con los extraños invasores, poseedores de un lenguaje propio, para dar con la verdadera y misteriosa razón de la visita extraterrestre... Adaptación del relato corto "The Story of Your Life" del escritor Ted Chiang, ganador de los reconocidos premios de ciencia ficción Hugo y Nebula.

TRÁILER



CRÍTICA 1: Entre la luz del lenguaje y las sombras de la emoción.

La película de Dennis Villeneuve es un festival de felices ideas visuales con ecos de Kubrick, que combina los temas de 'Contact', la ambición de 'Interstellar' y el mesianismo de 'El Árbol de la vida' o 'Señales'; y cuenta con una Amy Adams que es carne de Oscar.


¿De qué va?. Louise Brooks (Amy Adams) es una reputada experta en lingüística que debe afrontar la trágica pérdida de su hija. Tocada por el abatimiento, asiste asombrada a la llegada de 12 naves alienígenas que se sitúan en diversos puntos del planeta. Reclamada por el ejército, Louise viajará hasta Montana, Estados Unidos, junto al científico Ian Donnelly (Jeremy Renner), para intentar establecer una comunicación con los “visitantes”.

¿Y qué tal?. A medio camino entre el cine de encuentros con extraterrestres (“Contact”, “Señales”) y el drama psicológico de tintes fantásticos –no tan lejos de los laberintos de “Enemy”, del propio Denis Villeneuve–, “La llegada (Arrival)” maneja con habilidad las idas y venidas entre la dimensión humana y la escala cósmica de sus muchas y ambiciosas tesis; sin embargo, en su recta final, las nobles ansias de grandeza del relato conducen al film hacia un mesianismo algo ampuloso. Cabe decir que Villeneuve no ha sido nunca un cineasta de la ligereza: su ambición es la de revelar algo profundo sobre la existencia humana. En “La llegada”, esa “verdad” está vinculada a dos planteamientos centrales: por un lado, la celebración de la comunicación como sostén político, moral y existencial de la sociedad y la naturaleza humanas; por el otro, un estudio de la pérdida de un ser querido sostenido por equilibradas dosis de romanticismo y fatalismo.

Basada en el relato “Story of Your Life” de Ted Chiang, “La llegada” se hace fuerte en su optimista y argumentada defensa del valor del lenguaje como arma pacifista. Rompiendo con la idea de que los alienígenas hablarán nuestra lengua –una noción ampliamente explotada por la ciencia ficción–, la película consigue hacer de las trabas para la comunicación su eficaz leit motif narrativo. No solo importa el “contacto” con los aliens, sino también el utópico entendimiento entre las naciones del mundo, y por último, y sobre todo, el vínculo entre una madre (Amy Adams) y su hija fallecida. Como en gran parte de la ciencia ficción, “La llegada” aspira a ir muy lejos para entendernos a nosotros mismos, y en este caso el instrumento para ese “viaje” es el lenguaje. En cierto modo, la lingüística juega en “La llegada” el rol que las teorías cuánticas y la relatividad tenían en “Interstellar” de Christopher Nolan. Y en ambos casos, el rigor científico funciona mejor que el desbordamiento emotivo, aunque ambos son igualmente relevantes para la confección de los trascendentales argumentos de ambas películas.

Si “La llegada” consigue emocionar al espectador es gracias al excelente trabajo de una Amy Adams sobresaliente en su papel de científica que busca su camino en el ojo de un huracán emocional y existencial. Adams pertenece a la estirpe de las actrices-oxímoron: intérpretes de quebradiza dureza, actrices aferradas a un coraje que solo parece posible desde la más absoluta fragilidad. En “La llegada”, Adams recuerda vivamente a la otra gran actriz-oxímoron del cine actual: Jessica Chastain. De hecho, se diría que el personaje de Louise Brooks parece una combinación perfecta de los encarnados por Chastain en “Interstellar” –la científica comprometida emocionalmente con su misión– y en “El árbol de la vida” de Terrence Malick –la madre devota y sufrida–. Aunque la comparativa más interesante surge al vincular a Adams con dos personajes a los que dio vida Jodie Foster. Primero, el más evidente: la Eleanor Arroway de “Contact”, de quién el personaje de Brooks toma prestado el coraje para lanzarse al vacío en su búsqueda de respuestas a dudas personales y universales. Luego, otro más sutil: el de la Clarice Starlingde “El silencio de los corderos”, de quién Adams hereda aquel mágico equilibrio entre fascinación y terror en el diálogo con lo desconocido (aquí, unos aliens en lugar de un psicópata caníbal).

Impecable en su vertiente audiovisual, “La llegada” deja en la memoria del espectador algunos destellos kubrickianos: una mujer caminando por el pasillo circular de un hospital, o una estancia de color blanco como apoteosis de un misterio de calado filosófico (imposible no pensar en “2001: Una odisea del espacio”). La película ofrece un ajustado suministro de parafernalia digital, comenzando por unos aliens heptápodos, aunque la imagen más poderosa del film –mucho más que los insistentes insertos que reconstruyen la relación entre madre e hija– es la del guante del personaje de Jeremy Renner tocando la superficie de la nave alienígena: un elogio de la cualidad táctil, física, de la aventura. Una odisea que, como se apuntaba al inicio de esta crítica, peca en su conclusión de un cierto exceso de solemnidad y de fanfarria emocional/trascendental, a medio camino entre el maximalismo intimista de las últimas películas de Terrence Malick y la grandilocuencia del final de “Señales”, aunque cabe matizar que la película de Shyamalan ponía en juego un sentido del humor que no tiene lugar alguno en “La llegada”.
Manu Yáñez (fotograma.es)


CRÍTICA 2: El lenguaje: Pregunta y respuesta.

La llegada pertenece a ese tipo de películas que se mueven en el filo, que arriesgan en su ambición y en su planteamiento visual y discursivo, consiguiendo que lo segundo sea parte de lo primero; que evitan el consenso e imponen un posicionamiento a partir de su propuesta. Algo así convierte a la película de Denis Villeneuve en una de las películas más estimulantes del año y sitúan al cineasta canadiense como uno de los realizadores más relevantes de nuestro presente, situación que venía ya demostrando con sus anteriores películas.

A partir del relato de Ted Chiang, La llegada desarrolla una historia clásica de visita extraterrestre, pero lo hace desde un planteamiento en el que el elemento de ciencia ficción poco a poco va quedando desligado del género sin por ello dejar de serlo. Ya en el original literario, Chiang tomaba el arranque como excusa para, en primera persona, relatar en dos tiempos claramente definidos cómo la doctora Louise (Amy Adams) se enfrenta, por un lado, a la superación de un trauma personal, y, por otro lado, a la necesidad de encontrar una manera de comunicarse con los extraterrestres con el fin de saber cuáles son las verdaderas intenciones de su llegada. Louise, junto a Ian (Jeremy Renner), un matemático, buscará el comprender un lenguaje basado en unas imágenes circulares que rompen el sentido de lectura secuencial de los lenguajes terrestres y que crea un entendimiento del tiempo simultáneo; una ruptura, entonces, en la que nuestra concepción temporal, esto es, nuestra manera de percibir la realidad, queda suspendida. Chiang, que ya planteaba estas ideas, jugaba con el lenguaje literario para ir creando un relato en el que el lector lee un futuro que, en verdad, es pasado, con un presente que vehicula lo anterior para conseguir que el juego lingüístico pusiera en duda nuestra percepción de la realidad. Villeneuve, a la hora de trasladar a imágenes el relato, ha construido su película a través de una estructura que si bien puede parecer circular, dado que termina como comenzó, no lo es tanto, buscando el transmitir la mismas ideas que los extraterrestres, con ese lenguaje universal que puede ser entendido por cualquiera.


Villeneuve consigue en La llegada no alejarse de la naturaleza de producción de la película (no olvidar que, pese a todo, es una película de aliento comercial, algo que quizá incluso dote de mayor validez al riesgo asumido), integrando los diferentes discursos en una historia que parece no presentar demasiadas novedades con respecto al esquema de las películas de invasión extraterrestre. Y, sin embargo, a partir de ese modelo, logra introducir desde un interior las variaciones necesarias para que al final La llegada sea algo diferente. Sus primeras y últimas imágenes, muestran una planificación y un montaje que, al ritmo de “On the Nature of Daylight”, de Max Ritcher, compositor que junto a Jóhann Jóhannsson, autor de la banda sonora y colaborador en el cine de Villeneuve, creando una de las parejas en este sentido más interesantes del momento, son dos de los más destacados compositores neo-clásicos, cuya música, en gran medida, marca el tono no solo de esas imágenes, también en gran medida de la película. Un tono melancólico que representa el sentimiento de Louise por una pérdida que, después sabremos, no ha sucedido todavía. Su superación, o anticipación, de un trauma personal se relaciona finalmente con un contexto más general en el que Louise se convierte en pieza fundamental en el discurso abiertamente pacifista y humanista de La llegada, aunque para poder hablar de ello convenientemente sería necesario revelar demasiado sobre la trama de la película. No obstante, es pertinente señalar que la película se asienta casi exclusivamente en el punto de vista de Louise, obligando al espectador a seguir su proceso de descubrimiento dentro de la ficción: ya en las primeras imágenes se muestran de manera sutil algunos detalles que quizá puedan pasar inadvertidos pero que, al final, cobran relevancia. Porque, en verdad, no hay final sorpresa, todo estaba ahí.

En La llegada, Villeneuve lleva a cabo un trabajo sobre la imagen y el tiempo, sobre la comunicación, y, sobre todo, alrededor del lenguaje. El cineasta entiende que el lenguaje es tanto la pregunta como la respuesta para un entendimiento, tanto personal como universal; la salida, también la llegada, para romper nuestra concepción de la realidad. Y es ahí donde reside la importancia de la película, en su capacidad para hacernos pensar y reconsiderar nuestra manera de percibir y narrar lo real. Villeneuve entiende que en un mundo como el actual, cambiante e inestable, se impone la necesidad de reconsiderar nuestra percepción y mirada a la realidad y, por tanto, nuestra presencia en ella. Y lo ha hecho, como decíamos, con una película enmarcada en la ciencia ficción y que, a su vez, acaba siendo algo diferente. Una obra tan compleja como sencilla, asentada en ocasiones en los detalles, en las emociones y en lo sensorial. Al final, vemos que Villeneuve nos ha conducido claramente hacia el lugar que él quería, con un cierto toque manipulador que hace evidente, sin embargo, en todo momento. Una elección muy discutible.

Pero cuestionar La llegada, a su vez, es cuestionar todo aquello que plantea en su relato y en sus imágenes y es precisamente, creemos, uno de los fines últimos de Villeneuve.

Lo mejor: Que estamos ante una película que habla de nuestro presente sin hacerlo de manera evidente, que plantea más preguntas que respuestas. El trabajo de Villeneuve en la puesta en escena y la interpretación de Amy Adams.

Lo peor: Que sus costuras son tan conscientemente evidentes…
Israel Paredes (sensacine.com)