jueves, 25 de mayo de 2017

Joven y bonita (2013)

CURSO 2016-2017. SESIÓN 8

Título original: Jeune et jolie.
Fecha de emisión: 16 de junio, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Isabelle, una hermosa joven de 17 años que pertenece a una familia de clase alta de París, parece tener el mundo a sus pies. Pero tras un verano en el que la pérdida de la virginidad le resulta decepcionante, un viaje de autodescubrimiento sexual la embarcará a partir del otoño en una doble vida: estudiante de día y prostituta de lujo por las tardes. Esta es su historia, a través de cuatro estaciones y cuatro canciones.

TRÁILER



CRÍTICA 1: Para amantes de las provocaciones exigentes.

Lo mejor: la portentosa, desarmante belleza de Vacth.
Lo peor: jugar de más con la opacidad de su protagonista.

Resulta imposible sustraerse a la tentación de comparar esta decididamente provocadora Joven y bonita con Belle de Jour (1967), la película con la que el glorioso impertinente Luis Buñuel puso en imágenes ciertas pulsiones ocultas que constituyen algo así como lo que la mentalidad patriarcal considera el fantasma de algunas (¿de todas las?) mujeres: la prostitución. Fijación masculina por excelencia, sobre la pulsión del comercio con el propio cuerpo basculan ambas películas. Pero lo que en Buñuel era crítica de la institución matrimonial, además de explícito deseo cumplido, se hace en Ozon mucho más difuso, menos concreto: ¿actúa la protagonista movida por el simple (¡y tanto!) deseo sexual, o más bien le seduce la idea de obtener un dividendo por tales retozos? ¿Es la suya una actitud de provocación a la educación burguesa recibida? ¿O sólo una pirueta peligrosa en los límites de una sociedad que ya no tiene a la privacidad como una de sus conquistas? Mucho más posmoderno que Bertrand Tavernier cuando aborda la vida de jóvenes bienestantes, Ozon se limita a mostrar esta historia de despertar al sexo sin juzgar a su personaje; él simplemente no se pronuncia. Y de las opacidades de su propuesta, el espectador siente surgir algo oscuro pero poderoso, terrible pero seductor que lo está interpelando.

Mirito Torreiro (fotogramas.es)


CRÍTICA 2: Prostituirse antes de prostituirse.

No hay en esta película de François Ozon ni el menor rastro de Buñuel, aunque pueda parecerlo si sólo se atiende a la línea de su sinopsis, pues se concentra en la práctica insondable de una mujer (en este caso una jovencita de 17 años) de la prostitución sin que medien motivos económicos o familiares. La coincidencia de Joven y bonita con «Belle de jour» se termina en ese ejercicio clandestino de supuesta rebeldía.

Ozon nos cuenta otra historia cuya esencia habría que mirar más en la adolescencia, el despertar no exactamente al sexo sino al poder que otorga el sexo cuando coinciden las dos palabras del título. La película nos muestra desde el comienzo el potencial armamentístico de la protagonista, encarnado con un imbatible arsenal de encantos por la modelo Marine Vacth, en un ambiente de verano e ingenuidad.

Puesto que Ozon prefiere atender a lo climático que a lo sentimental, esa protagonista veraniega e ingenua entra en la estación del otoño escolar con la fuerza renovada de una mujer curtida que, sin ofrecer mayor emoción o explicación, decidirá prostituirse como alternativa inexplicable, o no explicada, a su vida normal de familia burguesa.

Probablemente Ozon y su película aspiran a que el espectador sustituya ese acto irrazonable con la potencia de un tópico: la atracción de lo clandestino en esa edad de conflicto, el inevitable gesto de rebeldía de quien tiene dardo pero no diana, el descubrimiento del sexo como fuente no de placer sino de poder... Acaso habría que atender a la banda sonora, a esas canciones perdidamente sentimentales y apasionadas de Françoise Hardy o las alusiones a Rimbaud, que serían como la única pista, la huella en qué pisar, para comprender lo que el personaje de Isabelle siente o pretende.

Es curioso cómo el director no acepta el reto de la lógica y nos cuenta la historia de Isabelle sin el menor atisbo de drama hasta el desenlace impostado (el personaje de Charlotte Rampling llega para darle apariencia de profundidad, de vuelo vital, pero es un artificio, un recurso cremallera para lo que ha de estar naturalmente desabotonado). Joven y bonita queda, en realidad, como un retrato inquietante no de la mujer, sino del final de la adolescencia, que es la última fortaleza del ser humano desde la que se puede desafiar al mundo adulto sin perder la gracia ni el derecho a tu lugar en él.

Oti Rodríguez Marchante (hoycinema.abc.es)


CRÍTICA 3: La madurez sexual en el siglo XXI.

Desde 1997, con Regarde la mer, François Ozon ha mantenido una producción prácticamente ininterrumpida de un largometraje por año, en los que ha realizado cintas tan disímbolas como similares: thrillers psicológicos, musicales, conflictos de pareja, enfermedad, la sociedad, la juventud, la madurez; comedias, dramas y misterio, pareciera que el reto es hacer algo diferente a lo anterior cada vez, pero mantener su estilo y seguir desarrollando a sus actores. Así, logra dejar su huella que define la mirada en la que se aproxima a la realidad de su historia.

Después de Dans la maison (2012), que se perfiló más como película de suspenso, en donde la narrativa fue caminando a la par del espectador, y hace uso de varios personajes para crear más tensión y tener múltiples intervenciones alrededor de la misma historia, el director francés retoma uno de los temas que ha explorado con anterioridad: la madurez en la juventud.


En su cortometraje Action Verité (1994), Ozon explora los primeros momentos en los que unos jóvenes van descubriendo sus cambios emocionales y fisiológicos. Es cuando el cuerpo comienza a transformarse, justo en el instante en el que la mente pide a gritos un cambio. Los cuatro jóvenes involucrados en esta pequeña historia se hallan en el descontrol, en la incertidumbre, y lo que antes era gracioso, se vuelve incómodo y cobra un nuevo sentido en sus vidas y decisiones.
Jeune et jolie, su último largometraje, retoma un poco de este tema del cambio y todo aquello que va convirtiendo a los jóvenes en adultos. Isabelle es joven y bella, con un cuerpo deseable y terso, con la mente abierta a la transformación y las ganas de descubrirse a sí misma. Así, un día en la playa, se deja mirar a lo lejos y ser deseada, se regodea en la sensación de la emoción a flor de piel por hacer algo “prohibido” y a escondidas.

Esta misma sensación de observar a la distancia, pero de forma continua, es lo que Ozon permite durante todo el metraje de la cinta. El personaje principal es esta chica de diecisiete años que un buen día despierta con ganas de ser auténtica y de disfrutar de un placer que aún no conoce. Su primera experiencia sexual la conducirá a descubrir un gusto inexplicable por el peligro que el sexo acarrea.


Isabelle sabe lo que tiene, conoce sus talentos y poco a poco va encontrando sus propios límites, que no sabía que existían y que –con inocencia- cree que puede traspasar. Es justo en los primeros años de la juventud (una vez cruzada la barrera de la adolescencia) cuando parece que las personas son capaces de conquistar el mundo, de pasar días sin comer, horas sin dormir, donde las barreras no impiden lograr algo y donde las frustraciones se hiperbolizan sin sentido. Así, en este punto, el personaje principal cambia su vida y la va llevando justo a donde está segura que debe ir: el mundo de la excitación del cuerpo y la emoción de ocultarlo.

Durante todo el tiempo, se acompaña a Isabelle en sus primeros pasos hacia su nueva vida de escort, que comienza con la curiosidad y llega a un punto de devastación, no por el peligro que puede correr gracias a la misma naturaleza de la actividad, sino debido a una situación fuera de control que sacude a la protagonista y desequilibra su realidad.


Ozon decide mantener al espectador al margen, dejando mucho espacio de por medio entre este y la protagonista. Todo se mira a la lejanía, permitiendo no sólo “disfrutar” de lo que se ve, sino dejando la posibilidad de estar tan alejados del personaje que es posible juzgar y criticarlo, al punto en el que se vuelven inexplicables sus acciones. Entra, entonces, el juicio de quien mira para completar el texto cinematográfico. La gente cree siempre saber lo que es mejor para todos. Entonces, ¿cuántas malas decisiones puede tomar el personaje ante los ojos de quien le mira?

El director francés se toma el tiempo de conocer la rutina de Isabelle, de mirar su relación con su hermano y con su madre, de participar en sus encuentros casuales, de hacer sus recorridos por las calles, pero sólo son breves momentos los que deja para que ella hable sin corazas, de que abra ligeramente su corazón que está escondido tras las capas de la incertidumbre y el deseo.


El tiempo transcurre, ella se transforma, y aunque parece que no ha pasado nada, los cambios se vuelven cada vez más tangibles. Pero Ozon logra esto gracias a que se está tan lejos y la presentación de cada episodio es tan breve, que la poca cercanía se convierte en impaciencia y culmina con una incomodidad ante el momento en el que Isabelle conoce a una mujer que ha estado casada con uno de los personajes con los que interactúa.

Ahí, hace su aparición una Charlotte Rampling que muestra la madurez desde otra perspectiva y lo único que hace es acompañar a la joven y bella Isabelle por unos minutos, mostrando un futuro o, tal vez, una versión diferente de mujer, que se dibuja y desdibuja en la mirada nublada de la chica, que se halla en medio de una vorágine emocional, que –a su corta edad- parece difícil de manejar.

Ozon deja claro que es capaz de tocar cualquier tema en su cine y que puede conducir no sólo a sus personajes sino al espectador, indicando qué debe y no debe ver, qué puede y no puede pensar. Joven y bonita es más que la historia de Isabelle, es la percepción que tiene el ser humano de la vida misma.

Cristina Bringas (elespectadorimaginario.com)

Oh Boy (2012)

CURSO 2016-2017. SESIÓN 7

Título original: Oh Boy.
Fecha de emisión: 12 de mayo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Niko (Tom Schilling) es un joven veinteañero que abandona la universidad y acaba vagando por las calles de Berlín. Celebrada ópera prima, en blanco y negro, que trata sobre el deseo de participar en la vida y la dificultad para encontrar un lugar en el mundo.



TRÁILER




CRÍTICA 1: ¡Un día sin café es un día perdido!

La frase del título resume una broma continua a lo largo del filme, donde Niko protagoniza la frustrante búsqueda de un simple café, con una serie de infructuosos intentos para obtenerlo.

Vale la pena empezar con un pequeño análisis de los personajes, porque ninguna persona en la película es lo que parece. Jan Ole Gerster admite que siempre le han interesado más los antihéroes que los héroes clásicos del cine. “Eran los aislados, los solitarios, con los que siempre me he identificado”. Niko, un veinteañero que se encuentra justo en el momento en el que se chocan las utopías con la vida real, al principio parece un antihéroe, un muchacho despreocupado e indiferente que deja la universidad, pero durante dos años vive a costa de su padre rico sin decirle nada. Sin embargo, ¿es Niko realmente un antihéroe? Definitivamente, es un personaje oculto: no parece lo que es. Le tomamos afecto por ser una persona generosa y de buen corazón, simpática y amable. De modo semejante, casi todos los que acompañan a Niko durante las veinticuatro horas que dura la historia no parecen ser lo que son. Su amigo Matze es un actor subempleado, pero talentoso y excelente; el vecino entrometido parece un pesado, un pelmazo, pero resulta un hombre profundamente infeliz, harto de la monotonía de su vida; Julika, su antigua compañera del colegio, aunque parezca una artista confidente, tiene un gran complejo de inferioridad que arrastra desde pequeña; Friedrich es un anciano sabio que ha viajado por el mundo, pero es evidente que la Segunda Guerra Mundial le ha causado un gran impacto y muere sin obtener paz. Por otro lado, el padre de Niko es un personaje engañoso: parece ser un buen padre que se preocupa de su hijo e intuitivamente estamos de acuerdo en que el joven debería “cortarse el pelo, comprarse unos zapatos decentes y buscar un trabajo, como todo el mundo”. No obstante, después de conocerle y ver su manera condescendiente de portarse con los demás, no es lo que parecía: vemos a una persona amargada, aunque exitosa, que va a seguir siendo un misántropo.


Si bien el tema central de la película se enfoca en los intentos del protagonista de esforzarse y superar el desarreglo temporal de su vida, le acompañan elementos que crean el ambiente de austeridad, escasez y aislamiento, como la fotografía en un blanco y negro hipnótico, la ciudad de Berlín moderna y vanguardista, la música: una mezcla de guitarra, piano, música alternativa y smooth jazz, relativamente pocos atrezos y diálogos escasos, al igual que una luz  bastante brillante. A través de esas herramientas, Jan Gerster saca la película de su tiempo y hace que parezca intemporal.

Gerster lleva a cabo un relato lleno de referencias que mezclan el drama y la comedia con trato fino, de forma natural, sin artificios. Hay momentos en que realmente nos hace reír, como el tema del café y el ataque de la risa tonta en el teatro, pero también hay una imagen de Berlín actual ante los ojos de sus ciudadanos, cansados de sosería y opacidad, bastante decepcionante. Eso ha sido un acto deliberado, según las palabras del director mismo: “Así es como yo siento la vida, una mezcla de drama y comedia, y va oscilando entre los dos polos. Lo que siempre he valorado mucho en el cine es cuando se utiliza el humor para contar algo serio, y al revés. Sigo creyendo que el gran arte del cine consiste en conseguir esta mezcla entre comedia y drama”.

Cabe destacar que el título del filme Oh Boy! es un juego de palabras. Claramente, boy se refiere a Niko, un muchacho joven, el protagonista. Sin embargo, en inglés la expresión Oh Boy! se utiliza como ¡ay!, ¡vaya! y sirve para significar sorpresa y agregar fuerza a la oración. Se utiliza cuando uno se encuentra en una situación inoportuna e inconveniente que requiere una solución inmediata. Niko está afrontando esta situación, pero por alguna razón nos deja tranquilos y convencidos de que la va a superar.
No cabe duda de que la deliciosamente natural actuación de Tom Schilling en el papel principal contribuye en gran medida al éxito de la película, ya que ha sido la revelación del Nuevo Cine Alemán. Por lo tanto, no extraña que hasta la fecha haya recibido tres premios por este papel: Seymour Cassel Award en el Festival Internacional de Cine de Oldemburgo 2012, Bester Darstelleren los Premios Bávaros del Cine 2013 y Goldene Lola en los Deutscher Filmpreis (Premios del cine alemán), 2013. Oh Boy! es la ópera prima de Jan Ole Gerster y su proyecto de la disertación para la Academia  Alemana de Cine y Televisión. Ya puede estar orgulloso de haber ganado seis Premios del Cine Alemán, incluyendo mejor película, director y guión; un premio de mejor película en  el Festival de Sofía 2013 y el Premio Discovery (Mejor Película Revelación) en losPremios del Cine Europeo 2013. ¡Qué maravilloso debut!


El director admite abiertamente que en su trabajo, y no solo en Oh Boy!, se inspira en el cine de François Truffaut, uno de los iniciadores de la Nouvelle Vague. Su primer largometraje, Los 400 golpes, una de sus cintas preferidas, ha tenido una influencia especial en su carrera como cineasta. Sobre ella dice: “Siempre he sentido una cierta cercanía hacia esa película, igual que más tarde hacia las películas que rodó Truffaut con Jean Pierre Léaud”. Léaud desempeñó el papel principal de Antoine Doinel en Los 400 golpes y en la serie de cinco cortometrajes, acerca el mismo personaje, que conformó El amor a los veinte años, que cuenta la historia de Antoine desde su niñez hasta la edad adulta.

Recomiendo acompañar a Niko en la búsqueda de su lugar en el mundo. Quizás nosotros también nos preguntemos, como él: “¿Sabes cómo es sentir que toda la gente que te rodea es un poco rara? En cuanto lo hayas pensado, estará claro que el problema eres tú”. Quizás la respuesta esté en el mismo filme.

Karolina Ginalska (elespectadorimaginario.com)

CRÍTICA 2: Berlín, año dosmil.

Oh Boy es la laureada ópera prima de Jan Ole Gerster, apoyada en una más que brillante interpretación de un joven Tom Schilling que soporta una regular apuesta sin riesgo y aprovechando el monótono panorama cinematográfico alemán.


Oh Boy es una tragicomedia al uso, donde un joven berlinés, sin oficio ni beneficio, es acosado por ese síndrome veinteañero donde la desidia es la respuesta única y posible ante un mundo sentimental y laboral decepcionante. Ante un ambiente de cansinas expectativas, Niko Fischer -Tom Schilling- decide dar un portazo a su castillo de mentiras tratando de ser absolutamente consecuente. Para ello, una vez abandonada su pareja, se muda a un apartamento con potenciales papeletas de convertirse en el agujero prototípico del solterón y se apoya en el subsidio económico de un padre adinerado mientras dure la mentira de sus estudios universitarios que ya dejó hace un par de años. Sin embargo, las expectativas de Niko no pasan por tomar el mando de su vida, sino por estirar hasta que dure la cuerda su condición de lúmpen europeo donde un halo de malditismo al ritmo de un jazz urbano son lo mejor que el protagonista puede ofrecer a la sociedad.

Berlín, como epicentro del subsidio donde los jóvenes alemanes – y europeos- pueden dormitar y congelar las responsabilidades que la sociedad productiva espera de ellos, es un limbo que ofrece un hospedaje barato y una oferta cultural envidiable. Sostenido por el estado, soporta un grupo social nada despreciable que aprovecha tales facilidades para llevar a la práctica una disciplina vital hedonista y vanidosa tremendamente temeraria, basada en un pensamiento burgués crítico con la sociedad capitalista y consumista pero, contradictoriamente, perfectamente subsidiada por ella. Tales antagonismos conforman una psique que navega entre una actitud que se desprecia a sí misma, que altera la percepción interna del individuo y que conduce hacia una agotada renuncia al futuro. Esa tristeza lánguida y conformista, como una patología, persigue a Niko Fischer quien deambula por las calles de ese cobijo urbano con la simple esperanza de tomar un café al uso -no pervertido por el modernismo turista- emborracharse, o evitar cualquier contacto humano que pueda desembocar en un acto de reflexivo o crítico sobre su propia actitud. Así las cosas, la película no deja de ser una retahíla de desgracias que, basándose en la famosa máxima Alleniana de “drama + tiempo = comedia” tratan de convertir a Oh Boy en una simpática radiografía de la actual mentalidad juvenil europea. Apoyándose en una acusada influencia del cine independiente de los años noventa -retrotraerse a la Nouvelle Vague es algo temerario- el filme rueda por una cómoda autopista de clichés del cine alternativo no como campo de exploración, sino como lugar conocido y apacible donde el realizador se encuentra cómo pez en el agua. Blanco y negro -digital- y jazz, para dar un tinte moderno a una cinta entretenida pero poco arriesgada.


Sin duda, la mayor aportación de Oh Boy es la de su actor protagonista -recordemos: Tom Schilling-, quien aguanta notablemente todo el metraje, sin grandes aspavientos ni exigencias extravagantes en el guion. De todos modos el filme no es un cliché propio de la exportación del cine alemán, incluso el director se permite una ácida critica sobre este tema en una secuencia -tal vez, la mejor de la película- donde nos sumergimos en un plató cinematográfico donde están rodando una película sobre la Segunda Guerra Mundial.

En definitiva, buena ocasión para conocer el Berlín actual y sus moradores así como para entretenerse con un filme alemán sin uniformes ni moralejas, de factura adecuada aunque algo falto de propuestas innovadoras.

Tomás Benito (videodromo.es)