viernes, 18 de marzo de 2016

De óxido y hueso (2012)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 7

Título original: De rouille et d'os.
Fecha de emisión: 8 de abril, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.


SINOPSIS

De repente, Alí tiene que hacerse cargo de su hijo Sam, un niño de cinco años al que apenas conoce. Como no tiene casa, ni dinero, ni amigos, se refugia en Antibes, en casa de su hermana, que los acoge cariñosamente. Tras conseguir trabajo como portero en una discoteca, Alí conoce a Stéphanie, una domadora de orcas en el acuario Marineland.

TRÁILER



CRÍTICA 1



He de reconocer que poco o nada sabía sobre De óxido y hueso, más allá de que se trataba de un largometraje dirigido por Jacques Audiard, quien nos regalase la estupenda Un profeta (2009), y que contaba con la espectacular interpretación de Marion Cotillard, lo que le valió para estar nominada al Globo de Oro y al BAFTA como mejor actriz. Y poco más. Sabía, vagamente, que contaba una historia de amor fuera de lo habitual. Ni siquiera había visto el tráiler. Así, mi sorpresa ha sido mayor, y al tener las expectativas justas el resultado ha sido mucho más grato. Considero que, en ocasiones, tanto exceso con tráilers, imágenes, informaciones, entrevistas, spots televisivos… ayudan mucho a la campaña viral y a invitar al espectador a acudir a la sala de cine, pero ya sabe más de la mitad de la película, y poco o nada puede sorprenderles. En el caso de películas de humor, normalmente, los mejores chistes ya están en el tráiler. En este caso, De óxido y hueso, aunque sólo tiene un hecho sorprendente, y que ocurre, relativamente, en los primeros compases del film, es recomendable (yo lo recomiendo, si sirve de algo) verla sin haberte informado demasiado sobre su temática, pues te gustará más.




Y, efectivamente, la película trata sobre el amor, en sus diferentes manifestaciones: amor a un trabajo, a un animal, a un hijo, a una pareja, pero no es un amor incondicional, ni un amor que se sobrepone a todo. El amor como algo oculto, que reconcome o que aflora con el resentimiento, bajo tu propia personalidad. Algo que queda perfectamente reflejado en el brutal (en el aspecto literal de la palabra) personaje que interpreta Matthias Schoenaerts, el partener de Cotillard, quien tendrá que hacerse cargo de su hijo de cinco años al que prácticamente no conoce. Su personaje es, como he comentado antes, un bruto, superficial, incluso insensible, pero tras la superficie se esconde el arrepentimiento. Toda la fuerza y energía las gasta en peleas y en sexo. Una vida desordenada en la que, sin embargo, se esconde cierta coherencia, sobre todo en la toma de decisiones importantes que refleja su personaje.




Pero, indudablemente, la interpretación con mayúsculas de este film nos lo regala Marion Cotillard, traspasando la pantalla. En la mayoría de críticas sobre este film que he leído se recurre mucho al sinónimo de La Bella y La Bestia, pero es algo que va mucho más allá, y no sólo porque no sabes bien cual de los dos es uno u otro. Ciertamente, cada uno es una parte del otro, y en esa variedad de matices es donde se encuentra esta película, y con lo que se enriquece. Igualmente, a pesar de ser una película de personajes, tanto la realización como, sobre todo, la excelente música, compuesta por el genial Alexandre Desplat, completan un film que resulta excelente, que te golpea y que te deja varios momentos de gran cine. Aún así, no es una película redonda, pues la fuerza con la que se llega hasta la mitad, aproximadamente, del metraje, no consigue mantener el ritmo, y va de más a menos. A pesar de todo, una película francamente recomendable.

Borja Jiménez (objetivocine.es)


CRÍTICA 2: La bella y la bestia.



 De óxido y hueso buscaba ser lo que no era Un profeta (2009). Jacques Audiard afirmaba en su estreno que todas las películas acarrean, para el cineasta, una frustración. En el caso del drama carcelario que obtuvo un gran éxito de crítica y público –alcanzando nominaciones a los Oscar, los Globo de Oro y ganando el Gran Premio del Jurado en Cannes– el desasosiego era provocado por la ausencia de mujeres, de amor y de espacios abiertos. Tanto él como su colaborador habitual, el guionista Thomas Bidegain, querían que su siguiente proyecto fuese algo romántico. Obviamente el oscuro y bestial relato penitenciario que narraba la vida y la capacidad de adaptación y supervivencia de un joven árabe en minoría étnica, Malik El Djebena, en una prisión en la que la mafia corsa tenía la supremacía dejaba poco lugar para el amor y otros vicios. De ahí las pretensiones del realizador francés. No obstante, ese cambio no suponía tan sólo una ruptura con su anterior película, sino también un alejamiento del género negro que impregna su filmografía. Una propensión que responde a códigos genéticos, herencia de un padre –guionista– que se movía por esos lares. De esa necesidad creativa nació De óxido y hueso, y a tenor del listón fijado por Un profeta y su anterior película De latir mi corazón se ha parado (2005) –galardonada con el Oso de Plata en Berlín–, se puede afirmar que ésta aguanta el envite. A medio camino entre una y otra en lo que a parámetros de calidad se refiere. Si, como decía, es rupturista con su obra en el abandono de ciertos usos, no es menos cierto que sigue el mismo compás de sus anteriores cintas; le delata la violencia, empleada por sus personajes, como canalizadora del conflicto.

El argumento está basado en un par de relatos breves del canadiense Craig Davison, pero en ellos no existía la figura femenina, que en este caso se encorseta en el guion con un tino digno de elogio. Incluso me atrevería a decir que de ellos tan sólo coge el título, un par de localizaciones y las peleas ilegales. Para muchos críticos, el director galo, le da otra vuelta de tuerca al cuento de la bella y la bestia. En todo caso, haciendo una concesión al parecido, la ambigüedad de quién es quién es significativa. Sería más acertado afirmar que se trata de dos bestias. Una mutilada por fuera, otra mutilada por dentro. La historia tercia sobre la relación amorosa que surge entre una entrenadora de orcas que pierde las piernas en un accidente durante el espectáculo acuático –Marion Cotillard– y un ex luchador rudo, tosco, hasta cierto punto primitivo que se recorre Francia con su hijo de cinco años con la esperanza de encontrar un trabajo –Matthias Schoenaerts–; lo consigue con ayuda de su hermana al tiempo que se parte la cara en peleas clandestinas. Tenemos pues, la relación entre un inadaptado que esconde sus sentimientos en un físico descomunal y una discapacitada que no sabe cómo engancharse a la vida. Llegados a este punto, mitad de metraje, hemos visto lo mejor de la cinta. Una primera parte espectacular que roza el cielo para poco a poco ir haciéndose más terrenal, eso sí, sin que uno pierda un ápice de interés. Audiard habla de amor sucio, grosero, bruto y cuasi dañino; y lo hace humedeciéndolo todo con un halo de ilusión y esperanza.



A tenor de lo contado es difícil explicar cómo es posible que a pesar de las circunstancias el espectador sólo vea luz al final del túnel, no la desgracia predominante. El secreto reside en esa capacidad del realizador francés para hacer un cine dispuesto para crear sensaciones en el espectador, llevándolo por los derroteros emocionales convenientes a pesar de lo arriesgado y complicado del filme. Juega con la cámara aplicando exhalaciones de luz que franquean los planos, oxigenando la asfixiante realidad, señalando los anhelos. A ese saber hacer con las imágenes se une una banda sonora atípica –desde una canción de Katy Perry, pasando por los temas compuestos por Alexandre Desplat para la ocasión, hasta una del Boss– pero que entra sin calzador y se percibe armoniosa con el conjunto. Su factura técnica es exquisita, con el detalle estrella del retoque digital por medio de la tecnología CGI. Casi por arte de magia se hacen desaparecer las piernas de Marion Cotillard. Algo sublime y que juega en contra de la película en un principio, pues desvía la atención del espectador en busca de la trampa del trucaje. Empero, no es todo mérito de las técnicas digitales también es fundamental la destreza interpretativa de la oscarizada actriz francesa –véanse: la escena del resbalón en el asiento del coche por no tener punto de apoyo, la inmovilidad de las piernas en la preciosa escena del chapuzón, ligeramente malograda por un frenético montaje en un momento que exigía reposo–.


Avisaba en el segundo párrafo de un pequeño bajón en la segunda mitad de la cinta. Habida cuenta de la calidad de la primera parte. Se debe a que la apuesta arriesgada toma rumbos más convencionales, coge un tufillo a cosas ya vistas en pantalla que tienen mucho que ver con la exoneración y las pulsiones siniestras exageradas para alcanzar el clímax dramático. Meros apuntes que le alejan de su obra maestra Un profeta y que son más propios de un habitante de Sibaris, dada la genialidad. Pues no podría ser otra la palabra para definir a una película que muestra el amor en sus múltiples formas –incluido el sexo, nunca se me había antojado, a toro pasado, tan necesaria su exhibición–, obviando el sentimentalismo de mercadillo y el romanticismo de folletín. Sin olvidar, lo que refuerza su condición de imprescindible, la complejidad de sus aristas al retratar a los afectados de una realidad adversa dominada por el azote del capitalismo más radical que convierte a las víctimas en verdugos –empleados poniendo cámaras al servicio del patrón, para espiar al trabajador–. Una reactualización de la banalidad del mal. Un ejercicio de discreta militancia, sutilmente encubierta. Complemento que enriquece la atmósfera de la brutalidad de un amor sin más concesiones que las congénitas.

Andrés Tallón Castro (elantepenultimomohicano.com)


CRÍTICA 3: La polémica del mes.

Lo mejor: el buen hacer del dúo Marion Cotillard y Matthias Schonaerts.
Lo peor: que pueda malinterpretarse como otra bonita historia de superación

Por Manuel Yáñez Murillo y Antonio Trashorras

A favor, por Antonio Trashorras.

Existe un cine europeo, y más concretamente franco-belga, que en vez de aferrarse a las palabras y las anécdotas, a los hechos y su estructuración, se vuelca en sensaciones, en materias, y, sobre todo, en el aliento y la carne. Más aún que anteriores obras, esta última película del siempre bendecido por las academias y, aun así, por encima de ellas, Audiard se inscribe en ese tronco estilístico del cual brotaron desde Benoît Jacquot hasta Gaspar Noé o los hermanos Dardenne. Pero, muy en particular, el más drástico y esencial de todos, ese Philippe Grandrieux, a cuyas maneras parece acercarse, ahora más que nunca, el director de ‘De óxido y hueso’. Y, ante el necio sentimentalismo predominante y el optimismo de rebaño, Audiard aplica mirada inmisericorde que, por fuerza, en ocasiones se diría la de un cenobita severo y reacio al masajeo de conciencias. Una historia, como casi todas las suyas, centrada en entendimientos (no romances) extremos, discapacidades y desajustes sociales, pero más volcada en lo corpóreo y, si cabe, más alejada del melodrama de lo acostumbrado en Audiard.

En contra, por Manu Yáñez Murillo.

Eminente portavoz del noir con acento galo, Jacques Audiard, autor de las afiladas ‘De latir mi corazón se ha parado’ (2005) y ‘Un Profeta’ (2009), se adentra con ‘De óxido y hueso’ en los pantanales del drama romántico con halo trágico, un registro que ya abordó en Lee mis labios (2001), una de sus películas más discretas. Si en aquella se relataba la historia de amor entre una chica sorda y un exconvicto, aquí los protagonistas de la función son un saco de músculos y una princesa desvalida. Él es una bestia primitiva y salvaje, mientras ella se presenta como una bella de alma y cuerpo amputados. Juntos se embarcan en un tour de force dramático telegrafado a golpe de cliché. Por su parte, lejos de la sobriedad formal de sus obras más interesantes, Audiard dirige su cine temperamental (de pulsiones físicas y odiseas espirituales) hacia el sentimentalismo y un cierto tremendismo. Así, más allá de su académica factura, la película acaba perdida entre un romanticismo tosco y un inquietante moralismo (de culpas y redenciones), que crece a medida que avanza la acción y que remite a los universos de Alejandro González Iñárritu y Paul Haggis.

(fotogramas.es)