jueves, 27 de octubre de 2016

La caza (2012)

CURSO 2016-2017. SESIÓN 2

Título original: Jagten (The Hunt).
Fecha de emisión: 4 de noviembre, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros de la comunidad educativa del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español. Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Tras un divorcio difícil, Lucas, un hombre de cuarenta años, ha encontrado una nueva novia, un nuevo trabajo y trata de reconstruir su relación con Marcus, su hijo adolescente. Pero algo empieza a ir mal: un detalle cualquiera, un comentario inocente y una mentira insignificante que se extiende como un virus invisible sembrando el estupor y la desconfianza en una pequeña población... 
 

TRÁILER

 



CRÍTICA 1: Algo huele a podrido en Dinamarca.

Nuestra sociedad está enferma. Ver hechos como los de la maratón de Boston, atentados en nombre de la religión o la independencia, los casos de pederastia de la iglesia católica, los numerosos casos de violencia doméstica....Acciones oscuras y sin sentido, donde la psique humana coge caminos vergonzosos y que, por momentos, llegan a hacernos perder la esperanza en nuestra misma gente, a ser negativos, desconfiados, mirara a nuestro vecino por encima del hombro; dedicarle una sonrisa para luego cuchichear en la "seguridad" de tu hogar que secretos esconderá. Quien mejor lo expresó visualmente, o uno de ellos, fue David Lynch en el prólogo de la imprescindible y enferma Terciopelo azul, con esa mirada bucólica de un barrio residencial con todas las casas pintadas, los jardines bien arreglados y un pequeño detalle violento que corroe esa, en teoría, ilustre sociedad. 


Desde un hecho pequeño igualmente, un rumor apenas ( desde un principio sabemos que el delito imputado al protagonista no es cierto; no estamos ante un thriller o una película de misterio sino ante un drama sobre la descomposición del núcleo social ) vemos como los habitantes de una pequeña localidad acusan al profesor de una guardería, Lucas ( un inmenso y contenido Madds Mikkelsen, todo rabia interior ), como ese rumor se convierte en un germen que crece enfermando a toda la comunidad y sin solución de cura, ni siquiera cuando la acusación ha sido desestimada. Los pensamientos de la gente ya han sido contaminados, el virus se extiende y no hay cura posible.

Sorprende que el mismo fin de semana que se estrena entre nosotros la bienintencionada y optimista Promised Land llegue este drama íntimo pero desolador y turbio que es La caza ( jagten, 2012 ) dirigida por Thomas Vinterberg, uno de los padres del Dogma 95 ( si bien la fama se la llevó el más mediático Lars Von Trier, el cual rápidamente dejó de lado su decálogo de trabajo ) quien vuelve a traernos un relato pesimista y triste de la sociedad actual aunque no tan directo como Celebración (1998).

Desde un principio la película no quiere jugar con la ambigüedad de saber si el protagonista es culpable o inocente, sino mostrarnos como ese pequeño rumor dicho por la joven y angelical niña pervierte las mentes de los adultos, quien creen a la niña ( pues los niños siempre dicen la verdad, como se apunta en el film ) y el infierno llegará a Lucas, un profesor apuesto y atento, divorciado pero al cual parecía que la vida se comenzaba a enderezar ( su hijo Marcus se va a ir a vivir con él, entabla una relación romántica con una compañera de trabajo ); para más inri la niña que ha soltado esa acusación es la hija de su mejor amigo.



Así vemos un relato pesimista, negativo y opresivo, donde tanto la dirección de Vinterberg ( muchas de sus secuencias están dirigidas cámara en mano, acercándose mucho a sus actores y provocando una sensación de opresión durante gran parte del metraje ) como la labor de sus actores con un ejemplar Mikkelsen (premiado en Cannes 2012 ) aunque sin obviar a grandes secundarios como son Thomas Bo Larsen ( Como Theo el mejor amigo del protagonista y padre de Klara, la niña que ha realizado la acusación ) o Susse Wold como Gretchen la directora de la guardería. Aunque hay secuencias ancladas en la navidad, donde ese espíritu festivo choca con la tristeza de lo narrado no hay lugar para el perdón, no estamos ante un film capriano ni optimista sino ante un triste, paranoico y desasosegante relato sobre la amistad, la convivencia, la venganza.


La sensación de malestar se va haciendo cada vez más presente, hasta que llega un punto en que parece que no puedas respirar. La acción poco a poco se va haciendo más opresiva, con secuencias que, no por ya vistas o esperadas, no dejan de tener fuerza. Eso sí, el director juega mejor sus cartas cuando usa la sugerencia antes que el trazo directo: escenas como la pelea con la novia, la del supermercado, la perra de Lucas o la misa de navidad tienen fuerza, sí, pero más poder y dramático tienen esa extraña conversación en la guardería cuando Lucas no imagina lo que se le viene encima o la reunión de padres, por ejemplo. Estriste a la vez que real el ver como una idea soltada por una riña se convierte en todo un mundo, como de repente todos los niños acusan a su profesor, aún peor, alentados por sus propios padres. Incluso cuando la niña dice que todo se lo inventó y que Lucas es inocente, sus propios padres dicen que no, que ella tenía razón La película entonces deviene una especie de cara B de otro film que habla sobre la enfermedad e la sociedad actual, si bien desde un prisma más de género como es Eden Lake de James Watkins ( 2008 ).

El símil de la caza, donde los hombres masculinos dedican jornadas en equipo y como celebran la llegada a la edad adulta de los jóvenes con una jornada de caza, es una metáfora quizás demasiado directa pero funcional a la par que ese final, el cual quiere jugar con una ambigüedad no muy necesaria de cara al propósito del film: no hay lugar para la redención ni el perdón, la sociedad está rota.


Aunque la labor de Vinterberg es muy acertada en gran parte de su metraje, lo más destacable es la dirección de actores. Sin obviar a algunos secundarios realmente espléndidos, el film ES Madds Mikkelsen. El ascendente actor danés realiza una interpretación conmovedora, triste, y lo mejor aún ( y para mí nada esperado ) muy sutil y contenida. Lucas poco a poco ve como todas las puertas se le cierran, como es aislado de esa pequeña comunidad sin poder ver a sus vecinos, amigos, a su propio hijo pero en ningún momento explota, su rabia queda en su interior, su tristeza, su malestar.Muchos actores podrían haber caído en la sobreactuación si bien Mikelsen, ese actor de rostro tan característico ( usado en film como Casino Royale o ahora triunfando en la TV USA con su genial Doctor Hannibal Lecter de la serie homónima de la NBC ) pero que aquí desprende una multitud de sentimientos a través de sus miradas, sus silencios. El mejor ejemplo es la escena de la misa de Navidad, donde el protagonista realmente acaba explotando por las miradas y comentarios de sus vecinos pero Mikelsen se queda en el tono justo, provocando el estallido dramático pero sin en ningún momento perder los papeles, contenido a la par que elocuente y expositivo. Su labor es contagiosa, encomiable en un grandioso trabajo de contención dramática.Su actuación es otro aliciente de un film duro, que provocará debates pero que no debemos dejar escapar.

José Raúl Pérez Vergara (noentiendoelfinal.blogspot.com)

CRÍTICA 2:  Crueldad e inocencia.

“La caza” estremece en sus primeros planos y deja sin aliento en los últimos. Una película que corta la respiración, que cuenta con una excelente dirección de actores y con un gran Mads Mikkelsen. 

El reclamo promocional de “La caza” (ver tráiler) resume a la perfección la sensación de pesadumbre y desazón que deja la cinta de Thomas Vinterberg: «Una mentira puede destruir a un inocente», y así sucede desde el momento en que Lucas es acusado de haber abusado sexualmente de varios niños de la escuela en que trabaja. De la noche a la mañana, su mundo se desmorona cuando se le impide ver a un hijo cuya custodia perdió tras el divorcio, cuando sus amigos le dan la espalda y comienzan a evitarle, cuando sufre en el pueblo un verdadero escrache que llega a una crueldad extrema. El espectador conoce en todo momento su inocencia, y también entiende los motivos que llevaron a la pequeña Klara —hija de su mejor amigo— a decir esa mentira que se propagó como la pólvora y que enturbiaría para siempre el ambiente del lugar.




La primera escena en que la niña pide ayuda a Lucas porque está perdida y tiene miedo de pisar las rayas del suelo, dice mucho del carácter frágil de uno y entrañable de otro y genera un clima de tensión que amenaza ya con tormenta. Resulta fácil ver la inocencia de esa pequeña que solo busca la seguridad y el cariño que no encuentra en casa —y que repite lo que oye—, y también el desconcierto y desesperación de ese inocente culpable al que nadie da crédito y que sufre la soledad en silencio. Más difícil es comprender a esos adultos que son reflejo de una sociedad patológicamente hipersensibilizada en la que un gesto de cariño y atención a un niño es visto con malicia, en la que se presume el principio de culpabilidad ante la mínima sospecha o calumnia esparcida a los cuatro vientos. Porque una vez lanzada la piedra, la herida ya está hecha.




A lo largo de la trama, Vinterberg hace reiterados llamamientos a la conciencia de sus personajes y alienta sus remordimientos ante la injusticia que se está cometiendo —hasta el clímax alcanzado en la iglesia en Nochebuena, con una tensión que corta la respiración y una crítica a la hipocresía puritana de la comunidad—, pero no todos responden de la misma manera porque la lucha entre la verdad y la libertad no siempre se decanta hacia el mismo lado.




En la película, hay trampa narrativa —el espectador sabe la verdad y lo observa todo desde fuera—, y también encontramos giros dramáticos encaminados a la empatía emocional con su protagonista. En ese alejamiento y aproximación a lo que se nos cuenta radica el éxito de la cinta, siempre controlada en sus emociones por el director y por un gran Mads Mikkelsen, premiado en el Festival de Cannes de 2012. Desde su conmovedora interpretación y el potente efectismo dramático de la puesta en escena, se consigue que fijemos nuestra atención más en la inocencia del adulto que en la de la niña, y más aún en la negrura del corazón de unos vecinos que en un delito que nunca existió. Frialdad fotográfica, excelente dirección de actores —sobre todo con la niña Annika Wedderkopp—, y un realismo y frescura que son herencia —lo poco que queda— del Dogma 95 del que Vinterberg fuera co-fundador.




El filme estremece desde sus primeros planos y deja sin aliento en los últimos, para hacernos ver la fragilidad de la vida y la facilidad para hundir a alguien en la nada, así como una ligereza y locura colectiva que no repara en el daño causado cuando se duda de alguien y se le ataca. Por eso, duele el linchamiento moral y físico al que someten a Lucas, pero más aún la ceguera de unos individuos que ni se conocen a ellos mismos ni conocen a sus niños. Solo nos queda esperar que, para entrar en la edad adulta, no sea necesario recibir un rifle de regalo como el hijo de Lucas, porque entonces habrá que preocuparse y prepararse para vivir entre la crueldad y la inocencia.

Calificación: 7/10.
Julio Rodríguez Chico (labutaca.net)
  

domingo, 9 de octubre de 2016

It follows (2014)

CURSO 2016-2017. SESIÓN 1

Título original: It follows.
Fecha de emisión: 14 de octubre, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Jay, de 18 años, tiene su primer encuentro sexual con su novio en la parte trasera de un coche. Tras el hecho, aparentemente inocente, la situación se pone algo tensa cuando su novio hace que ella se desmaye. Al despertar, el joven le explica que lo hizo para ahuyentar a una serie de espíritus que lo acosan. A partir de ese momento, es Jay quien sufrirá las consecuencias de ese acoso, encontrándose sumergida en visiones y pesadillas; teniendo la sensación de que alguien o algo la observa.

TRÁILER



CRÍTICA 1: La cosa.

En 1989, el inglés Alan Clarke filmaba Elephant, una película que denunciaba la arbitrariedad y la negación de la violencia en Irlanda del Norte. Se trataba de una pieza casi experimental en la que cámara sigue a distintos personajes, sin que el espectador sepa si estos van a ser víctimas o perpetradores de un asesinato. Más de una década después, Gus Van Sant trasladó la propuesta estética de Clarke a los pasillos de un instituto norteamericano donde tiene lugar una masacre. En los dos casos, lo que pesa es el punto de vista. Algo similar ocurre en It Follows, de David Robert Mitchell, en la que la adolescente Jay intenta escapar de una suerte de maldición. Después de un encuentro sexual, el chico con el que Jay se ha acostado le cuenta que le ha pasado algo, y que una cosa la perseguirá con la intención de matarla. Esta cosa, ese it del título que no se sabe qué es, puede tomar la forma de una persona, de un amigo o familiar o de un desconocido. Se inicia así una carrera hacia la desconfianza que sólo terminará si Jay se acuesta con otra persona.

Como en la película de Clarke, It Follows trabaja esencialmente sobre el punto de vista. Mitchell presenta a Jay flotando en una balsa, en el patio de su casa. La joven mira las nubes, luego un bichito que tiene en el brazo. Es decir, deja claro que aquí lo que importa es qué se ve.

En un momento en que el terror se sustenta sobre el susto y sobre el efecto especial, Mitchell vuelve a la época dorada del género a partir de una puesta en escena sugerente, al estilo del mejor cine de John Carpenter. La cámara avanza por las calles de los suburbios de la devastada ciudad de Detroit. Los sintetizadores de Disasterpeace contribuyen a crear una atmósfera de desconfianza. La iluminación es tenue, como si el relato aconteciera eminentemente en el alba, cuando el día se levanta y la amenaza sigue ahí.
Más allá de la estética impecable de It Follows, destaca su discurso. Algunos han querido ver una crítica al libertinaje sexual en relación a las enfermedades de transmisión sexual. Yo no puedo más que alinearme con el crítico de The Guardian Peter Bradshaw cuando escribe que en realidad lo que propone It Follows es que la maldición “sólo puede ser exorcizada si se tiene sexo con otra persona”. En este sentido, y más allá del debate, It Follows se erige en una película tan relevante y exquisita en su forma como reflexiva y audaz en su contenido.

A favor: El terror, más atmosférico que de sustos.

En contra: Que se intente dar una lectura conservadora de su contenido.

Violeta Kovacsics (sensacine.com)


CRÍTICA 2: 'It follows', la nueva joya del cine de terror.

Hace ya un tiempo os comentaba que 'Expediente Warren: The Conjuring' me había parecido la mejor película de terror de los últimos años y tuve que esperar hasta este pasado mes de enero para que 'Babadook' me hiciera dudar sobre tal afirmación. Y es que es cierto que es un género que sigue dándonos obras interesantes, pero hace demasiado que ninguna cinta de terror consigue impactarme como debería hacerlo y lo que realmente valoro es que sean o no una buena película.

No tenía demasiadas esperanzas en que 'It Follows', la última sensación del cine de terror americano, fuera el título que pudiera cambiar esa inexistencia de títulos que realmente consiguieran mantenerme en tensión e incomodarme en mi butaca. Me alegra poder decir que me equivocaba, ya que se trata de una joya del cine de terror que todo amante del género debería ver y también es mi película favorita de lo que llevamos de 2015.

'It Follows', el terror no tiene forma


Aquellos que hayan echado un vistazo a la premisa argumental de 'It Follows' -Un extraño ser que pudiera adquirir la forma humana que quiera acecha a alguien hasta acabar con él y la única forma de darle esquinazo es acostarte con otra persona y que esta consiga sobrevivir, ya que de lo contrario volverá a por ti- después de lo que he comentado en el párrafo anterior seguramente estén pensando en que suena un tanto ridículo y que casi podría ser la base de una película porno, pero no os dejéis engañar por las apariencias, ya que no deja de ser el reflejo de un temor primario y la clave está en la forma de utilizarlo.

Reducir 'It Follows' a la suma de otras películas sería un error, pero he de confesar que durante muchos momentos no dejaba de pensar en las escenas de acecho de Michael Myers a sus futuras víctimas durante el segundo acto de 'La noche de Halloween' (Halloween). De hecho, David Robert Mitchell, su director y guionista, refuerza esa sensación presentando el pueblo en el que sucede la acción como un paraje solitario con un ambiente ligeramente enrarecido que predispone al espectador a estar esperando a que suceda algo, siendo ahí clave la utilización de la banda sonora.

Una vez presentadas las bases de la historia, Mitchell sigue incidiendo en ello a través de su predilección por los planos abiertos y las tomas largas que van creando de forma sencilla pero efectiva un clima de amenaza constante por la posibilidad de que el monstruo haga acto de presencia, algo que sabemos que va a suceder tarde o temprano. Todo ello tiene una primera consecuencia digna de elogio, y es que 'It Follows' rehuye los sustos gratuitos pensados para conseguir un sobresalto por parte de los espectadores más impresionables, pues únicamente recuerdo un momento que podría ser calificado como tal.

Todo encaja en su lugar


Una de las claves para conseguir una atmósfera consistente que convierte su tono pausado en una incuestionable virtud es que el equipo técnico con el que ha contado Mitchell realiza un trabajo magistral para dar un aire atemporal al relato, introduciendo elementos característicos de varias épocas, con una mayor predilección por los años 70 y 80, que dan más fuerza a una historia que abraza abiertamente y que desarrolla con milimétrica precisión, algo que incluso se percibe en la colorimetría de la película.

Como resultado de todo ello, la inmersión que consigue por parte del espectador llega a ser total y nos hace estar en todo momento en estado de alerta ante la posible aparición de un monstruo que, como bien nos dice la propia película, es lento pero no estúpido. Lo mejor de todo es que el guión de Mitchell tampoco tiene que hacer mucho esfuerzo para que su utilización tenga todo el sentido dentro del universo creado por 'It Follows' y la evolución argumental sea lógico, incluso cuando los protagonistas toman alguna decisión que podría calificarse como estúpida, ya que no es una mera consecuencia de sus desesperación ante el hecho de no saber qué hacer para salir adelante.

Además, Mitchell juega con varios conceptos interesantes en su guión, siendo hasta cierto punto comprensible que muchos espectadores quieran ver en 'It Follows' una recuperación del -un poco reduccionista- mensaje asociado a los slashers de que el sexo equivale a la muerte, pero hay más posibles lecturas y lo realmente importante es que su responsable sabe manejarlo e integrarlo en una historia que mezcla una constante e implacable persecución con una calma incómoda que le viene de fábula.

El fenomenal trabajo de Maika Monroe


Sin embargo, concederle todo el mérito a Mitchell y su equipo técnico sería un error, ya que 'It Follows' bajaría muchos enteros si no contase con la excelente interpretación de Maika Monroe, que ya había estado muy bien en 'The Guest', pero que aquí es la pieza que faltaba para terminar de construir una gran película de terror. Es obvio que el uso de la cámara de Mitchell es básico para potenciarlo, pero la increíble mezcla de inocencia, vulnerabilidad y al mismo tiempo ser capaz de transmitir suficiente fuerza como para valerse por sí misma.

La actuación de Monroe va mejorando encima más y más según avanza el metraje, transmitiendo con su lenguaje no verbal la sensación de desesperación y una angustia similar a la que los espectadores podemos estar sufriendo. Ella es la gran estrella de un reparto que funciona muy bien en sus papeles, pero que queda un poco empequeñecido en comparación a lo que ella nos ofrece. Lógico que ya haya dado el salto al mundo de los blockbuster, donde sólo espero que sepan aprovechar bien a alguien de su talento.

En definitiva, 'It Follows' es la mejor película de terror de los últimos años y también lo mejor que se ha estrenado en España durante lo que llevamos de 2015, y es que todo funciona con brillantez, desde la cuidada puesta en escena hasta la magnífica actuación de su protagonista. Eso sí, lo mejor de todo es que realmente crea incomodidad y hasta logró asustarme en varios momentos, algo especialmente complicado, por lo que os recomendaría ir este mismo viernes al cine para pasar un estupendo mal rato con ella.

Mikel Zorrilla (blogdecine.com)



viernes, 15 de abril de 2016

Submarine (2010)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 8

Título original: Submarine.
Fecha de emisión: 13 de mayo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

Oliver Tate (Craig Roberts) es un peculiar chico de 15 años que tiene dos objetivos: impedir que su madre abandone a su padre y encontrarse a sí mismo aunque sea a través de una chica. 

TRÁILER




CRÍTICA 1: La burbuja adolescente.

En “Submarine”,  el director británico Richard Ayoade consigue una sencilla, seca y triste comedia se enmarca en el cine de autor más independiente, con personajes inadaptados y una narrativa fresca.

Como si del diario de un adolescente ensimismado se tratara o como si asistiéramos a la proyección de una película de Super 8 en la que recogiera sus pensamientos, así nos sumergimos en las imágenes de “Submarine” para intentar comprender a Oliver en su ambiente familiar y escolar. Supone el estreno en la dirección de Richard Ayoade, una comedia dramática que respira espíritu indie, con personajes a medio camino entre el Antoine Doinel de François Truffaut y el Sam que Wes Anderson nos presentara en “Moonrise kingdom” (2012). La originalidad de la película llega por su factura y por el tono naïf y melancólico que imprime a la trama, puesto que temáticamente estamos ante otra historia de maduración a partir de la superación de la adversidad, de rectificación que empuja a salir de uno mismo. Oliver es un chico un tanto especial y complicado, solitario e imaginativo que se propone el doble objetivo de enamorar a su compañera de clase Jordana e impedir que se rompa el matrimonio de sus padres. Y como la cosa va de amores, las inseguridades, temores y elucubraciones abundan en unos personajes que sobreviven a los vaivenes emocionales y meteduras de pata.



Son individuos que sienten la soledad de un entorno poco cálido y la insatisfacción de una rutina que les ha sumergido en las profundidades del mar, allí donde el hombre no puede estar porque falta luz y oxígeno. Salir a flote es el reto de Oliver, y hacerlo junto a su familia. Ayoade elige a un adolescente para hacer este retrato irónico y cáustico de nuestra sociedad porque le sirve como ejemplo idóneo de inmadurez y de visión narcisista y problematizada de la realidad, y también de unos sinceros deseos de felicidad. Su voluntad crítica, empero, alcanza al mundo adulto de comportamientos patéticos, si bien hay una mirada comprensiva hacia unos y otros, hasta hacérnoslos entrañables en sus rarezas y debilidades. El director británico libera a todos de sentimentalismo y les dota de una bondad e inocencia natural que desdramatiza las situaciones.



Estructurada en tres capítulos para abordar los objetivos del protagonista en los dos primeros y resolverlos en el tercero, Ayoade nos introduce en su mundo con un prólogo y nos despide con un epílogo tan complaciente como sutil y elegante. Es la voz en off del joven la que nos conduce por una senda de maduración, la que nos adentra en su subjetividad e imaginación con el montaje como recurso estrella para fragmentar una vida desordenada y descompuesta, con un buen repertorio de efectos narrativos y visuales —desde el plano al ralentí al iris o el juego de texturas fotográficas— que logran que el espectador también descienda a las profundidades y sienta la necesidad de esa burbuja de afecto para seguir respirando. Alejado de cualquier dramatismo realista, Ayoade opta por el sarcasmo y por unos personajes extravagantes pero de gran corazón, y mira la realidad desde el prisma de quien se asoma tímidamente a la vida y descubre el valor del amor.



Esta sencilla, seca y triste comedia se enmarca en el cine de autor más independiente, con personajes inadaptados y una narrativa fresca, con un uso metafórico del color y sugerentes momentos visuales —los fuegos artificiales, la bañera entre los electrodomésticos, el interior de los puentes—, preciosas canciones de Alex Turner y un punto de locura y otro de simpatía en cada situación. Habrá espectadores que sintonicen y disfruten con su peculiar humor, y otros que no terminen de empaparse de su espíritu mordaz y singular.
Julio Rodríguez Chico (labutaca.net)
Calificación: 6/10.  


CRÍTICA 2: La insoportable levedad de Oliver Tate.

Un paneo de 360º, interrumpido por los títulos de crédito, recorre una habitación abuhardillada, donde encontramos a la vista objetos que nos hacen pensar en una personalidad con interés por la ciencia y la naturaleza. Este recorrido termina cuando la cámara repara en un chico adolescente, sentado en el suelo, al lado de una ventana. Una voz en off reflexiona sobre la noción que algunos individuos tienen de sí mismos y se presenta. Su nombre es Oliver Tate (Craig Roberts) y es el protagonista de Submarine. Mediante jump cut zooms nos aproximamos hasta un primer plano, momento en que ėl mira a cámara. Esta primera escena es una perfecta sinopsis conceptual del sello de identidad de la primera película de Richard Ayoade, quien según la revista musical NME, es uno de los tipos más cool de la actualidad londinense. Aunque su trabajo interpretativo más mediático ha sido el del informático más geek de todos los tiempos para la brillante serie televisiva The IT Crowd (2006), cuenta con una importante carrera como realizador audiovisual y creativo de videos musicales para grupos tan conocidos como Arctic Monkeys (de los que realizó un documental musical para un DVD llamado At the Apollo, 2007), Super Furry Animals, Kasabian o los Yeah Yeah Yeahs.


Submarine no escapa de ese marcado “estilo videoclip”, representado no solo por el tipo de planos característicos o algún efecto surrealista con reminiscencias a los audiovisuales de Michel Gondry o Spike Jonze, sino también por la utilización de la banda sonora ( compuesta por Andrew Hewitt y Alex Taylor -Arctic Monkey-) como elemento omnipresente en fragmentos, en los que la narración hace un paréntesis con una sucesión de imágenes aisladas, donde los personajes se sumergen en un collage audiovisual de los mejores momentos vividos. La estética, marcada por una fotografía que nos lleva a esos últimos años de la década de los setenta, está compuesta por colores absolutos, como los fundidos en rojo y azul que transitan toda la cinta.

Oliver es un protagonista peculiar desde el momento en que se desmarca mirando fijamente al espectador, saltándose uno de los principios básicos del cine, que es la invisibilidad de la cámara. Se descubre sin complejos como el antihéroe de esta historia, en un juego sutil de metacine, donde la consciencia que tiene de sí mismo le eleva a una posición privilegiada, casi como si pudiera valorar en retrospectiva la importancia del momento de la pubertad que está viviendo, como etapa de cambios y descubrimientos. Él fija las reglas y nos guía en su mundo interior. Nos deja ver sus preocupaciones, deseos y las fantasías más extravagantes que sobrevuelan por su cabeza, como cuando imagina la reacción de la gente ante su muerte en formato ocho milímetros. Su lucha por pasar inadvertido y ser aceptado, enfrentado a su necesidad por sentirse diferente a los demás, le confiere una inquietud en constante exploración de un estereotipo que ha formulado y del que no está seguro. En realidad, Oliver Tate no es uno de esos personajes con el que el espectador siente una gran empatía. No es simpático, es bastante despegado y algo egoísta. La relación que inicia con Jordana (Yasmin Paige) parece bastante forzada ante la necesidad de no sentirse solo y no duda en apartarla de su vida en el momento en que no encuentra el apoyo necesario para lo que él requiere.


El film está dividido en un prólogo y tres partes referidas a aquellas personas que rondan sus pensamientos, pero también podríamos dividir la película en dos bloques que estarían relacionados a las dos causas u objetivos que Oliver se marca a lo largo de la película: la premura por encontrar a un primer amor que le permita llevar a cabo las primeras experiencias sexuales, con todos los vaivenes e inseguridades que esto significa, y la búsqueda de la estabilidad familiar ante una posible infidelidad de su madre. Es precisamente en este segundo bloque donde la película decae en su ritmo, cuando la trama se centra casi al completo en el affaire de la madre con el estrambótico vecino y su mundo esotérico de conferencias, libros y programas de televisión para gente con mucha necesidad de ayuda espiritual.

Los personajes que comparten la vida con Oliver son, de igual forma, extraños. Su excéntrico comportamiento  puede recordar a los marcianos que habitan algunas de las películas de Wes Anderson. Sin embargo, Ayoade no explora tanto la vis cómica del perfil de sus personajes y las cotas de rareza no superan cierto límite.



Hay un poso en Oliver Tate con el que todos podríamos conectar, porque quién no se ha sentido alguna vez como en el epílogo de Submarine, cuando todo parece haber acabado para siempre y lo único que queda es la esperanza de un reencuentro al atardecer. Algo que has imaginado incontables veces y, por fin, todos esos anhelos que se habían agolpado en tu cabeza como ensoñaciones, ocurren. Y de repente, todo vuelve a estar bien. A veces es agradable ser protagonista de un happy end.


África Sandonís (elespectadorimaginario.com)


CRÍTICA 3



Con dos años de retraso nos llega el debut del cineasta Richard Ayoade (ya saben, el personaje de Moss en The It Crowd), que arrasó en los premios del cine independiente británico con la adaptación de la novela de Joe Dunthorne.

Submarine es una de esas cintas que nos habla del fin de la adolescencia y en el inicio de algo que no tiene un nombre muy definido, comúnmente llamado edad adulta. Dividida en prólogo, dos segmentos y el epílogo, la cinta abarca dos frentes; el primer amor que nuestro protagonista siente por una compañera de su clase y los intentos por volver a unir a sus padres, auténticos muertos vivientes atrapados en sus vidas con un vecino, también antiguo novio de la madre, rondando por ahí mucho más «cool» que el progenitor de nuestro protagonista.

Así que de partida que quede bien claro, el cómico y cineasta Ayoade pisa terreno conocido. Poco o nada se puede aportar a ese filón de películas que tratan del final de una etapa y el inicio de otra. Entonces… ¿Para qué molestarse en ir a una sala de cine?



Y se puede ir por varios motivos. El primero de ellos es que durante todo el metraje sobrevuela el espíritu de Wes Anderson. Tanto en composición, personajes, uso de la banda sonora o de la voz en off puede recordar al cineasta de Academia Rushmore. Es precisamente en los personajes donde más pueden acercarse ambos autores, con un protagonista, Craig Roberts, que sustenta buena parte el filme. Un chaval que fantasea con el día de su entierro y al que vamos observando y comprendiendo su vida ayudados también por una maravillosa voz en off, que no resulta cansina en ningún momento y aporta tanto comicidad como ideas harto sugerentes en el relato. También tenemos un núcleo familiar que se mantiene en la aburrida cotidianidad y no obstante, se introducen ciertos elementos interesantes, puesto que es el padre quien parece seguir queriendo a su mujer y en cambio esta se muestra en una indecisión que no es despejada nunca. En definitiva, un matrimonio que no va a ningún lugar mientras el joven protagonista inicia su primer amor.

Es esta diferencia, entre el mundo juvenil y el adulto, lo que hace ganar enteros al relato. Unos jóvenes que inician una aventura pero que son envueltos por los problemas adultos. En un momento dado, Oliver, nuestro protagonista, debe elegir a que enfrentarse, si al problema de sus padres o al problema de su pareja. Y no se decide. Son unas decisiones que él no había tomado nunca y todavía no se siente capaz. Lo curioso del caso es que en esta tesitura es acompañado de su padre, un adulto y hombre de considerables conocimientos, que se desenvuelve igual de mal que él ante una situación semejante. Es decir, la experiencia y los años no han servido para curtirse, siempre se cometen los mismos errores.



La cinta se desarrolla a lo largo de 1986, en un ambiente gris, lluvioso y triste de una ciudad industrial de Gales. Es en estos pasajes, incluyendo la playa, donde tiene lugar la historia de amor de Oliver y su pirómana novia, acompañados de una exquisita banda sonora mientras crecen y dejan de ser niños para adentrarse en esa tierra desconocida en la que sus padres están atrapados (sobre todo la madre). Sin embargo, puede que haya una oportunidad para Oliver y la loca esa que tiene como novia. Todavía no están atrapados. Todavía sus errores pueden subsanarse. Aún pueden permitirse cagarla, cosa que ya no pueden hacer los adultos.

Porque todo se resume en una de las canciones que Alex Turner, líder de Artic Monkeys, ha compuesto para la obra; nada de esto tendrá importancia cuando tengamos 38 años.


Pablo García Márquez (cinemaldito.com)


CRÍTICA 4: A dos tercios de la superficie.

Submarine es el refrescante, original y hilarante debut en la dirección de Richard Ayoade. Más conocido por su papel de Moss en Los informáticos (The IT Crowd), y con un background curtido en el circuito del videoclip, Ayoade nos emplaza a sumergirnos en esta historia a través de los ojos del “teenager” Oliver Tate.

Tate es un chaval de quince años que anda inmerso en las asperezas típicas de la adolescencia. Pero sin embargo su vida no es la de un chico normal. Poseedor de una sofisticación impropia para su edad: fumador de pipa, oyente de crooners franceses,  una imaginación desbordante (concibe su vida mediante los planos de un biopic, que es cómo se presenta el filme al espectador), que le reporta ser victima de burlas, “bullying” en las aulas, y un sentir general de no saber qué espacio debe ocupar en el mundo. A pesar de ello, las verdaderas motivaciones de este joven galés se centran en dos asuntos. Por un lado perder la virginidad con Jordana, su pirómana y enigmática novia. Por otro lado, intentar salvar el matrimonio de sus padres, después de que éste ande por la cuerda floja con las cada vez más constantes visitas de su madre al vecino Graham, un amante de la new age e iluminado de autoayuda. El problema reside, en que ambas misiones se le presentan incompatibles entre sí.

Mediante un estilo narrativo inquieto, surrealista, despampanante, Ayoade nos introduce desde los primeros compases del filme en las encrucijadas emocionales de este Oliver Tate, cuyas expresiones de inquietud y miedo a lo largo de la película tienen números para quedar retenidas durante un gran lapso en las retinas. Submarine refleja los miedos adolescentes, las alegrías efímeras de un período de nuestras vidas bello y amargo, sus amores pulcros, naif e intensos, y también los primeros sin sabores (aquí centrados en la difícil situación sentimental por la que pasan los padres del chico, y el cáncer de la madre de ella). Y como mínimo resulta poco habitual que este acercamiento tan natural y detallista al mundo de la adolescencia se lleve a cabo desde la imaginación que rodea al principal sujeto, en lugar de optar por una aproximación de matiz más realista.

El estilo desplegado por Ayoade no puede encajar mejor con la historia adaptada de la novela de Joe Dunthorne. El debutante director desenvuelve un poderoso estilo visual, tierno y rompedor que se sustenta en una dirección de fotografía impoluta, cautivante, incesantemente creativa, que bebe de un mar de referencias tan amplio, y tan identificable, que abarca desde la francofilia de la Nouvelle Vague (son claros los homenajes al Truffaut de los 400 golpes), pasando por el humor de Wes Anderson, con retazos del Woody Allen de Annie Hall, hasta la imaginación visual más desbordante de filmes como C.R.A.Z.Y., Leolo o El Tambor de Hojalata (todas ellas centradas en niños o adolescentes que se ven envueltos en un mundo adulto complejo y se evaden mediante una imaginación prodigiosa).

El potente envoltorio formal podría haber caído en cierto pozo banal, vistoso, desligado de la historia y pausible a la admiración efímera que puedan producir la mayoría de videoclips más o menos artísticos. Sin embargo la película de Ayoade, y principalmente gracias a una forma que se muestra sin fisuras conceptuales, rellena un océano con escenas e imágenes de una belleza reconfortante, nostálgica a la vez que triste, y cálida. Y por el camino se empuja al espectador hacía una cascada de instantáneas de las que no es fácil desprenderse.  Entusiasma ver ese montaje dinámico del primer beso de la pareja delante del testigo de una Polaroid (clip de abajo), o enternecedor ese pequeño fragmento que reproduce la tonalidad del Super 8, y que en el propio filme se titula “Dos semanas de hacer el amor”, en el que reseguimos el halo mágico que desprende la pareja envuelta en su inocente y desatado amor,  mientras transitan por paisajes rurales e industriales de Gales. ¿Alguna vez han presenciado en la gran pantalla un amor entre jovenzuelos que traspase la pantalla con este nivel de frescura, inocencia, y al fin y al cabo, de enorme naturalidad?

Todo este mayúsculo trabajo, se engrandece, y se traduce en una paleta de emociones ante el espectador, que va más allá del hilo de risas que acompaña el transcurso del filme, con las extraordinarias interpretaciones de su reparto. Desde el gran descubrimiento que supone Craig Roberts cargándose el peso del relato a sus espaldas en su rol de Oliver Tate, pasando por la fascinante, minimal, pero incontestable interpretación de Yasmin Paige en el papel de Jordana, hasta los algo ya más habituales en convencernos Sally Hawkins (Happy go lucky) en el papel de la madre, Paddy Constantine en el de Graham, y Noah Tayler en el papel del padre inalterable.

Destacar también la lograda banda sonora creada por Andrew Hewitt y la acertadísima colaboración del cantante de los Arctic Monkeys, Alex Turner, en esos seis temas que tan bien describen la historia de amor de estos adolescentes inadaptados.

Submarine es una comedia refrescante, original, llena de imágenes bellas, melancólicas e impactantes, espolvoreada con irresistibles y constantes notas de humor surrealista, que dejan al espectador un regusto perecedero e agradable. No sólo hablamos de la comedia indie del año, sino también de la comedia inglesa del año, y de todo un triunfo para su director Richard Aoyade en su primera aportación detrás de las cámaras.

Marc Muñoz (eldestiladorcultural.com)


viernes, 18 de marzo de 2016

De óxido y hueso (2012)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 7

Título original: De rouille et d'os.
Fecha de emisión: 8 de abril, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.


SINOPSIS

De repente, Alí tiene que hacerse cargo de su hijo Sam, un niño de cinco años al que apenas conoce. Como no tiene casa, ni dinero, ni amigos, se refugia en Antibes, en casa de su hermana, que los acoge cariñosamente. Tras conseguir trabajo como portero en una discoteca, Alí conoce a Stéphanie, una domadora de orcas en el acuario Marineland.

TRÁILER



CRÍTICA 1



He de reconocer que poco o nada sabía sobre De óxido y hueso, más allá de que se trataba de un largometraje dirigido por Jacques Audiard, quien nos regalase la estupenda Un profeta (2009), y que contaba con la espectacular interpretación de Marion Cotillard, lo que le valió para estar nominada al Globo de Oro y al BAFTA como mejor actriz. Y poco más. Sabía, vagamente, que contaba una historia de amor fuera de lo habitual. Ni siquiera había visto el tráiler. Así, mi sorpresa ha sido mayor, y al tener las expectativas justas el resultado ha sido mucho más grato. Considero que, en ocasiones, tanto exceso con tráilers, imágenes, informaciones, entrevistas, spots televisivos… ayudan mucho a la campaña viral y a invitar al espectador a acudir a la sala de cine, pero ya sabe más de la mitad de la película, y poco o nada puede sorprenderles. En el caso de películas de humor, normalmente, los mejores chistes ya están en el tráiler. En este caso, De óxido y hueso, aunque sólo tiene un hecho sorprendente, y que ocurre, relativamente, en los primeros compases del film, es recomendable (yo lo recomiendo, si sirve de algo) verla sin haberte informado demasiado sobre su temática, pues te gustará más.




Y, efectivamente, la película trata sobre el amor, en sus diferentes manifestaciones: amor a un trabajo, a un animal, a un hijo, a una pareja, pero no es un amor incondicional, ni un amor que se sobrepone a todo. El amor como algo oculto, que reconcome o que aflora con el resentimiento, bajo tu propia personalidad. Algo que queda perfectamente reflejado en el brutal (en el aspecto literal de la palabra) personaje que interpreta Matthias Schoenaerts, el partener de Cotillard, quien tendrá que hacerse cargo de su hijo de cinco años al que prácticamente no conoce. Su personaje es, como he comentado antes, un bruto, superficial, incluso insensible, pero tras la superficie se esconde el arrepentimiento. Toda la fuerza y energía las gasta en peleas y en sexo. Una vida desordenada en la que, sin embargo, se esconde cierta coherencia, sobre todo en la toma de decisiones importantes que refleja su personaje.




Pero, indudablemente, la interpretación con mayúsculas de este film nos lo regala Marion Cotillard, traspasando la pantalla. En la mayoría de críticas sobre este film que he leído se recurre mucho al sinónimo de La Bella y La Bestia, pero es algo que va mucho más allá, y no sólo porque no sabes bien cual de los dos es uno u otro. Ciertamente, cada uno es una parte del otro, y en esa variedad de matices es donde se encuentra esta película, y con lo que se enriquece. Igualmente, a pesar de ser una película de personajes, tanto la realización como, sobre todo, la excelente música, compuesta por el genial Alexandre Desplat, completan un film que resulta excelente, que te golpea y que te deja varios momentos de gran cine. Aún así, no es una película redonda, pues la fuerza con la que se llega hasta la mitad, aproximadamente, del metraje, no consigue mantener el ritmo, y va de más a menos. A pesar de todo, una película francamente recomendable.

Borja Jiménez (objetivocine.es)


CRÍTICA 2: La bella y la bestia.



 De óxido y hueso buscaba ser lo que no era Un profeta (2009). Jacques Audiard afirmaba en su estreno que todas las películas acarrean, para el cineasta, una frustración. En el caso del drama carcelario que obtuvo un gran éxito de crítica y público –alcanzando nominaciones a los Oscar, los Globo de Oro y ganando el Gran Premio del Jurado en Cannes– el desasosiego era provocado por la ausencia de mujeres, de amor y de espacios abiertos. Tanto él como su colaborador habitual, el guionista Thomas Bidegain, querían que su siguiente proyecto fuese algo romántico. Obviamente el oscuro y bestial relato penitenciario que narraba la vida y la capacidad de adaptación y supervivencia de un joven árabe en minoría étnica, Malik El Djebena, en una prisión en la que la mafia corsa tenía la supremacía dejaba poco lugar para el amor y otros vicios. De ahí las pretensiones del realizador francés. No obstante, ese cambio no suponía tan sólo una ruptura con su anterior película, sino también un alejamiento del género negro que impregna su filmografía. Una propensión que responde a códigos genéticos, herencia de un padre –guionista– que se movía por esos lares. De esa necesidad creativa nació De óxido y hueso, y a tenor del listón fijado por Un profeta y su anterior película De latir mi corazón se ha parado (2005) –galardonada con el Oso de Plata en Berlín–, se puede afirmar que ésta aguanta el envite. A medio camino entre una y otra en lo que a parámetros de calidad se refiere. Si, como decía, es rupturista con su obra en el abandono de ciertos usos, no es menos cierto que sigue el mismo compás de sus anteriores cintas; le delata la violencia, empleada por sus personajes, como canalizadora del conflicto.

El argumento está basado en un par de relatos breves del canadiense Craig Davison, pero en ellos no existía la figura femenina, que en este caso se encorseta en el guion con un tino digno de elogio. Incluso me atrevería a decir que de ellos tan sólo coge el título, un par de localizaciones y las peleas ilegales. Para muchos críticos, el director galo, le da otra vuelta de tuerca al cuento de la bella y la bestia. En todo caso, haciendo una concesión al parecido, la ambigüedad de quién es quién es significativa. Sería más acertado afirmar que se trata de dos bestias. Una mutilada por fuera, otra mutilada por dentro. La historia tercia sobre la relación amorosa que surge entre una entrenadora de orcas que pierde las piernas en un accidente durante el espectáculo acuático –Marion Cotillard– y un ex luchador rudo, tosco, hasta cierto punto primitivo que se recorre Francia con su hijo de cinco años con la esperanza de encontrar un trabajo –Matthias Schoenaerts–; lo consigue con ayuda de su hermana al tiempo que se parte la cara en peleas clandestinas. Tenemos pues, la relación entre un inadaptado que esconde sus sentimientos en un físico descomunal y una discapacitada que no sabe cómo engancharse a la vida. Llegados a este punto, mitad de metraje, hemos visto lo mejor de la cinta. Una primera parte espectacular que roza el cielo para poco a poco ir haciéndose más terrenal, eso sí, sin que uno pierda un ápice de interés. Audiard habla de amor sucio, grosero, bruto y cuasi dañino; y lo hace humedeciéndolo todo con un halo de ilusión y esperanza.



A tenor de lo contado es difícil explicar cómo es posible que a pesar de las circunstancias el espectador sólo vea luz al final del túnel, no la desgracia predominante. El secreto reside en esa capacidad del realizador francés para hacer un cine dispuesto para crear sensaciones en el espectador, llevándolo por los derroteros emocionales convenientes a pesar de lo arriesgado y complicado del filme. Juega con la cámara aplicando exhalaciones de luz que franquean los planos, oxigenando la asfixiante realidad, señalando los anhelos. A ese saber hacer con las imágenes se une una banda sonora atípica –desde una canción de Katy Perry, pasando por los temas compuestos por Alexandre Desplat para la ocasión, hasta una del Boss– pero que entra sin calzador y se percibe armoniosa con el conjunto. Su factura técnica es exquisita, con el detalle estrella del retoque digital por medio de la tecnología CGI. Casi por arte de magia se hacen desaparecer las piernas de Marion Cotillard. Algo sublime y que juega en contra de la película en un principio, pues desvía la atención del espectador en busca de la trampa del trucaje. Empero, no es todo mérito de las técnicas digitales también es fundamental la destreza interpretativa de la oscarizada actriz francesa –véanse: la escena del resbalón en el asiento del coche por no tener punto de apoyo, la inmovilidad de las piernas en la preciosa escena del chapuzón, ligeramente malograda por un frenético montaje en un momento que exigía reposo–.


Avisaba en el segundo párrafo de un pequeño bajón en la segunda mitad de la cinta. Habida cuenta de la calidad de la primera parte. Se debe a que la apuesta arriesgada toma rumbos más convencionales, coge un tufillo a cosas ya vistas en pantalla que tienen mucho que ver con la exoneración y las pulsiones siniestras exageradas para alcanzar el clímax dramático. Meros apuntes que le alejan de su obra maestra Un profeta y que son más propios de un habitante de Sibaris, dada la genialidad. Pues no podría ser otra la palabra para definir a una película que muestra el amor en sus múltiples formas –incluido el sexo, nunca se me había antojado, a toro pasado, tan necesaria su exhibición–, obviando el sentimentalismo de mercadillo y el romanticismo de folletín. Sin olvidar, lo que refuerza su condición de imprescindible, la complejidad de sus aristas al retratar a los afectados de una realidad adversa dominada por el azote del capitalismo más radical que convierte a las víctimas en verdugos –empleados poniendo cámaras al servicio del patrón, para espiar al trabajador–. Una reactualización de la banalidad del mal. Un ejercicio de discreta militancia, sutilmente encubierta. Complemento que enriquece la atmósfera de la brutalidad de un amor sin más concesiones que las congénitas.

Andrés Tallón Castro (elantepenultimomohicano.com)


CRÍTICA 3: La polémica del mes.

Lo mejor: el buen hacer del dúo Marion Cotillard y Matthias Schonaerts.
Lo peor: que pueda malinterpretarse como otra bonita historia de superación

Por Manuel Yáñez Murillo y Antonio Trashorras

A favor, por Antonio Trashorras.

Existe un cine europeo, y más concretamente franco-belga, que en vez de aferrarse a las palabras y las anécdotas, a los hechos y su estructuración, se vuelca en sensaciones, en materias, y, sobre todo, en el aliento y la carne. Más aún que anteriores obras, esta última película del siempre bendecido por las academias y, aun así, por encima de ellas, Audiard se inscribe en ese tronco estilístico del cual brotaron desde Benoît Jacquot hasta Gaspar Noé o los hermanos Dardenne. Pero, muy en particular, el más drástico y esencial de todos, ese Philippe Grandrieux, a cuyas maneras parece acercarse, ahora más que nunca, el director de ‘De óxido y hueso’. Y, ante el necio sentimentalismo predominante y el optimismo de rebaño, Audiard aplica mirada inmisericorde que, por fuerza, en ocasiones se diría la de un cenobita severo y reacio al masajeo de conciencias. Una historia, como casi todas las suyas, centrada en entendimientos (no romances) extremos, discapacidades y desajustes sociales, pero más volcada en lo corpóreo y, si cabe, más alejada del melodrama de lo acostumbrado en Audiard.

En contra, por Manu Yáñez Murillo.

Eminente portavoz del noir con acento galo, Jacques Audiard, autor de las afiladas ‘De latir mi corazón se ha parado’ (2005) y ‘Un Profeta’ (2009), se adentra con ‘De óxido y hueso’ en los pantanales del drama romántico con halo trágico, un registro que ya abordó en Lee mis labios (2001), una de sus películas más discretas. Si en aquella se relataba la historia de amor entre una chica sorda y un exconvicto, aquí los protagonistas de la función son un saco de músculos y una princesa desvalida. Él es una bestia primitiva y salvaje, mientras ella se presenta como una bella de alma y cuerpo amputados. Juntos se embarcan en un tour de force dramático telegrafado a golpe de cliché. Por su parte, lejos de la sobriedad formal de sus obras más interesantes, Audiard dirige su cine temperamental (de pulsiones físicas y odiseas espirituales) hacia el sentimentalismo y un cierto tremendismo. Así, más allá de su académica factura, la película acaba perdida entre un romanticismo tosco y un inquietante moralismo (de culpas y redenciones), que crece a medida que avanza la acción y que remite a los universos de Alejandro González Iñárritu y Paul Haggis.

(fotogramas.es)

sábado, 20 de febrero de 2016

Begin Again (2013)

CURSO 2015-2016. SESIÓN 6

Título original: Begin Again.
Fecha de emisión: 11 de marzo, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.




SINOPSIS

La pasión por la música lleva a Gretta (Keira Knightley) y a Dav (Adam Levine), novios desde el instituto, hasta Nueva York. Pero cuando él, una vez alcanzado el éxito y la fama, la abandona, ella se queda completamente desolada. Una noche, un productor de discos (Mark Ruffalo) recién despedido, la ve actuar en un bar de Manhattan y queda cautivado por su talento.


TRÁILER




CRÍTICA 1: Refresco de verano.

La película irlandesa Once, estrenada aquí en el 2007, fue una inesperada sorpresa que sedujo a más público del previsto. Era una obra cálida y de buen rollo en torno a un guitarrista callejero y una chica cantante. Se conocían en las calles de Dublín y acababan grabando una maqueta. La canción principal ganó el Oscar, y Once, una modesta película con perfume indie, subió a los cielos.

Ahora, su director, John Carney, nos ofrece en Begin again una historia muy, pero que muy parecida, y mantiene intacto el aroma indie, sólo que enriquecido, hablando en términos comerciales, con la presencia de dos estrellas: Keira Knightley, que encarna a una compositora y cantante anónima que acaba de romper con su vanidoso y mediático novio, y Mark Ruffalo, un productor musical separado de su mujer, que lleva varios años en dique seco pero con el estómago muy mojado por el alcohol. Como los protagonistas de Once, ambos se conocen (ahora es una Nueva York muy idealizada el escenario) y empiezan una colaboración profesional en la línea de las fábulas de superación personal que Hollywood lleva cultivando desde que las películas empezaron a hablar (y cantar). Begin again no tiene la profundidad de A propósito de Llewyn Davis, de los Coen, con la que se puede comparar, pero es fresca, acogedora y tónica, está ejemplarmente estructurada (la idea de repetir la escena inicial de la canción en el club nocturno, ahora con los arreglos que Ruffalo imagina, es ingeniosa) y dialogada (el piropo a Randy Newman como artista íntegro es memorable) y muy bien conducida por Knightley, tierna y vitalista, y un Ruffalo desaliñado, portavoz de la música independiente y creativa frente a la esclavitud del mercado.

Jordi Batlle Caminal (lavanguardia.com)


CRÍTICA 2: 'Begin Again', la magia de la música.



Estoy convencido de que todo cinéfilo tiene una pequeña lista de películas que le dan tanta pereza ver que poco importa los argumentos que hayan podido utilizar para convencerte de que estás cometiendo un error no viéndolas. Una de las mías es 'Once' (John Carney, 2006), un musical que recibió no pocas alabanzas cuando se estrenó, pero que siempre me ha transmitido una desconfianza que me llevado a pensar que simplemente era mejor ignorarla.

Todo esto va a ser bastante difícil ahora que he visto 'Begin Again' (2013), otro musical que comparte con 'Once' a John Carney, director y guionista de ambas. Tampoco es que me muriera de emoción por verla, pero uno de mis cometidos es intentar comentaros los estrenados más destacados de la semana antes de que lleguen a los cines españoles y me alegra tener que hablaros ahora de esta pequeña delicia protagonizada por Mark Ruffalo y Keira Knightley.




Uno de mis miedos hacia la película era que todo se limitara a intentar resaltar lo entrañables que eran sus protagonistas y se olvidasen de la necesidad de conquistar nuestro interés más allá de la presencia de momentos musicales más o menos potentes. Ese miedo pronto desaparece en el caso de 'Begin Again', ya que Carney juega con los puntos de vista y los saltos en el tiempo para delimitar por completo a los dos protagonistas sin caer en ningún momento en lo más evidente, lo cual ayuda a que nos surja la necesidad de saber qué va a ser de ellos.

No es que haya grandes aciertos en lo puramente visual -lo más llamativo es el momento en el que Ruffalo añade mentalmente arreglos musicales a una canción que suena en ese instante-, pero la alteración de una estructura puramente lineal, algo que dominará la función de ahí en adelante, funciona a las mil maravillas, ya que también añade una mayor intensidad a una canción que es el motivo de todo lo que sucederá en adelante, tanto por su naturaleza como musical como por la evolución emocional de sus protagonistas.

Eso sí, conviene tener en cuenta que el hecho de que 'Begin Again' sea un musical es una mera necesidad por el oficio de sus dos protagonistas, porque Ruffalo y Knightley podrían tener otra profesión de corte artístico sin que el contenido y el mensaje se resintiera de forma relevante. Sin embargo, ese toque musical es lo que convierte a la película en una obra diferente, un pequeño placer para los sentidos que la hace ser algo más que la historia de dos personajes buscando su sitio en la vida tras haber recibido golpes emocionales muy duros.




Ya contaba con una actuación solvente por parte de Ruffalo, un actor nunca lo suficientemente reconocido, pero he de confesar la grata sorpresa que me llevé con Keira Knightley, únicamente equiparable recientemente a lo sucedido con Rachel McAdams en la excelente 'Una cuestión de tiempo' ('About Time', Richard Curtis, 2013), es decir, que alcanza un nivel de adorabilidad tal -y además con sustancia- que casi sólo con eso le da para desarmar hasta al espectador más cínico. Además, la química entre ambos es innegable, por lo que la relativa superficialidad con la que se abordan sus problemas personales es algo que nunca llega a resultar algo insalvable.

No obstante, sería injusto obviar esa superficialidad, ya que impide que 'Begin Again' sea una película memorable. Tanto la conflictiva relación de Ruffalo con su hija y su antigua pareja como los problemas sentimentales de Knightley -grata sorpresa la actuación de Adam Levine, líder del grupo Maroon 5- no tienen toda la entidad que uno quisiera, sobre todo en el caso de él, donde los tópicos, que siempre están más o menos presentes en el guión de Carney, acaben jugando en su contra en un par de momentos.

Tampoco se profundiza en exceso en otros aspectos como la crítica a cierto sector de la industria musical, algo que en otro caso hubiese agradecido, pero es que la historia sencillamente no lo necesita. 'Begin Again' es un musical comercial que busca ante todo ser un chute de optimismo con un acabado musical que a veces roza el convertirse en una especie de equivalente a según qué éxitos de la música pop, pero hace todo esto sin perder su identidad -hay alguna vez que da la sensación de que Carney puede perder el control, pero no tarda en recuperarse- y siendo siempre tan agradable que sólo pude rendirme a sus encantos.

'Begin Again' no es una película rompedora y tampoco un musical memorable, pero tampoco es empalagosa, tramposa o mero algodón de azúcar cinematográfico con canciones. Estamos ante una delicia ligera y consciente de su naturaleza comercial -hay detalles en el guión de Carney que uno jamás creería que pueden suceder en la vida real-, pero sin renunciar a un toque más personal que hacen que todo aquel que pueda y quiera disfrutar con una cinta así pueda hacerlo sin grandes dificultades. Cine bonito de calidad.

Mikel Zorrilla (blogdecine.com)