jueves, 17 de enero de 2019

La doble vida de Verónica (1991)

CURSO 2018-2019. SESIÓN 4

Título original: La Double Vie de Véronique.
Fecha de emisión: 25 de enero, a las 17:00 horas.
Lugar: Salón de actos del I.E.S. Cándido Marante Expósito.
Entrada gratuita. Proyección exclusiva para los miembros del I.E.S. Cándido Marante Expósito. Largometraje expuesto en VO con subtítulos en español.
Presentación a cargo de Roberto A. Cabrera.



SINOPSIS

Weronika vive en Polonia y tiene una brillante carrera como cantante, pero padece una grave dolencia cardíaca. En Francia, a más de mil kilómetros, vive Véronique, otra joven idéntica que guarda muchas similitudes vitales con ella, como su enfermedad y su gran pasión por la música. Ambas, a pesar de la distancia y de no tener aparentemente ninguna relación, son capaces de sentir que no están solas.

TRÁILER



CRÍTICA 1


La doble vida de Verónica es una película construida a partir de intuiciones. Kieslowski hace confluir la vida de dos mujeres que, a pesar de la distancia geográfica, restan unidas en todos los aspectos más importantes de su devenir: cuentan con la misma edad, un físico idéntico y una vinculación especial con la música, y con ésta al arte en general. El director consigue que sus imágenes sean un viaje hacia la trascendencia, entendiendo este término como una exploración del 'más allá', no en un sentido religioso, sino enteramente humano: las protagonistas intuyen que están conectadas con alguien que desconocen, que no están solas en el mundo y que sus sentimientos cambian según arbitrariedades que no dominan, pero a las que se entregan con generosa convicción. Kieslowski presta todo su oficio en visibilizar lo inasible: la frágil unión de Weronica y Véronique ni puede ni debe explicarse con palabras, y por lo tanto sólo puede expresarse con un fluir de olores, colores y dolores, evitando cualquier intelectualización, diálogos trascendentes o coreografías formales que redirijan la mirada del espectador. Por ello, La doble vida de Verónica es una experiencia, una sucesión de instantes en vidas ajenas que terminan siendo propias, la posibilidad de trasladarse al otro lado del espejo y de ver el mundo que nos rodea con la familiaridad y la extrañeza melancólica de quien sabe que, tras la mundana cotidianidad, tras los confines conocidos, hay 'algo más', o tal vez 'alguien más'.

Kieslowski nutre su película con interesantes lecturas, si bien el director equilibra fondo y forma, de tal manera que su obra resulta bella y coherente sin necesidad de reparar en la carga simbólica de sus objetos. Con todo, un análisis atento de La doble vida de Verónica debe evidenciar el rico universo que preside la película. Así, el círculo de cristal con el que juegan las protagonistas es una representación del mundo, por lo que la observación de la esfera sería también un estudio de un misterio despegado de lo terrestre, ajeno a lo plausible. El hilo que Verónique rescata del cubo de basura y que Weronica tensa en sus manos no deja de ser una materialización de las débiles constantes vitales de dos seres marcados por la enfermedad. La cita constante al mundo de los juegos convierte el film en una exploración de la infancia perdida, culminada con un fuerte vínculo hacia la figura del padre: al fin y al cabo, las dos Verónicas se asoman a la complejidad de su entorno con la curiosidad, el espíritu naïf y la entrega de un niño, sin la madurez y el razonamiento lógico que puede esperarse de un adulto (Véronique dice que 'cree haberse enamorado', como si todo fuera nuevo para ella y, a la postre, todas sus emociones fueran vívidas en un grado superlativo). El amor como sublimación de un bienestar interno, el anillo como símbolo de compromiso y la música como elemento tanto narrativo como dramático redondean está ópera dividida en dos, pero en verdad parcelada en tres arias operísticas: vida-muerte-resurrección.


Uno de los aspectos más interesantes de La doble vida de Verónica es su capacidad para resultar transparente y ambigua al mismo tiempo. Kieslowski filma la película en tonos ocres, con una estética otoñal y una concepción fotográfica que bascula entre la realidad y el onirismo. Kieslowski se muestra detallista y amante de la perfección, pero la película dista de resultar acabada, o al menos no parece que esté ejecutada según la planificación más enfermiza, bajo la obsesión estética del 'auteur' tradicional. El director no juega a ser el dios de la narración (como, en ciertos momentos, sucede con el cine de Von Trier o Malick), sino un poderoso catalizador y transmisor de sensaciones; no observa su historia 'desde fuera', sino que parece entregarse al azar y a cierta 'joie de vivre' en el propio set de rodaje; y, como resultado, La doble vida de Verónica no es una burbuja de vida, sino una expresión de la vida misma, con sus sinsabores y sus alegrías, sus misterios y sus certezas. Por ello, La doble vida de Verónica es un film humilde, sin la ampulosidad de los diálogos de Bergman, rebajada del carácter político explícito de Angelopoulos, con una cadencia pausada pero nunca lenta que establece distancias con Tarkovsky. Puede afirmarse, en resumen, que con La doble vida de Verónica el cine europeo logró por primera vez una obra íntima pero no introvertida, capaz de hablar de lo intangible sin que por ello el material fílmico resultante fuera inaccesible al gran público.

Finalmente, resulta atractivo acercarse a La doble vida de Verónica a partir de los condicionantes históricos y artísticos que la dieron forma. El film de Kieslowski, en su constante dualidad, es también una metáfora de la carrera de su artífice: Weronica se transforma en Véronique, y con ella el cineasta polaco se traslada a Francia para culminar una carrera de reconocimiento internacional. La imagen que teníamos de Europa a principios de los 90, como continente físico y estado anímico, era muy diferente a la de ahora: por aquel entonces los Balcanes todavía no habían entrado en conflicto, vivíamos bajo la euforia de la Expo y los Juegos Olímpicos del 92, y creíamos (o queríamos creer) en la Unión Europea y en el hermanamiento de pueblos, por lo que una película como La doble vida de Verónica, capaz de hablar de las conexiones humanas, que reforzara la idea de que todos estamos hechos de una misma materia y que somos parte de una misma realidad, tenía mucho sentido y podía leerse como un signo positivo de los nuevos tiempos, una actualización del cine de místicos como Dreyer y de algunos de los autores citados anteriormente. Y si a nivel social y político se hablaba en términos de cohesión, las postrimerías del siglo XXI confirman la disgregación de los principios narrativos en forma de tramas paralelas, historias cruzadas, multiplicidad de narradores y destrucción de la tradicional concepción del espacio y del tiempo cinematográficos: no por casualidad, Tres colores: Rojo de Kieslowski perdió la Palma de oro pocos años después en favor de Pulp Fiction, la quintaesencia del cine de su década. La doble vida de Verónica también participaba de esa ruptura, pero su aportación era más serena, menos efectista. También más atemporal.


En resumen, La doble vida de Verónica ofrece todas las virtudes y los matices que presiden el cine de Kieslowski. Estamos ante una obra que es un 'puente de historias', y tal vez por ello conecta tanto con el cine lírico de su autor (el Decálogo y la Trilogía de colores) como con el cine de carácter político de sus inicios. La doble vida de Verónica, en otras palabras, es el título perfecto para empezar a descubrir la obra de Kieslowski, o bien para revisitarla. En próximas semanas, seguiremos explorando la filmografía de Krzysztof Kieslowski.

Xavier Vidal (cachecine.blogspot.com)


CRÍTICA 2: Dos rostros de un enigma.

El cineasta polaco Krysztof Kleslowski- se dio a conocer con su mazazo No matarás hace cuatro años, en el festival de Cannes. A partir de entonces, y desde el anonimato, alcanzó la celebridad mundial de manera tan rápida con su serie televisiva Decálogo, de la que surgió la necesidad de comprobar qué rumbo tomaba su cine con posterioridad a estas diez pequeñas y, en algunos casos, magistrales películas. ¿Se vació en el esfuerzo de Decálogo o le quedó algo que decir tras su larga encerrona en los mediometrajes de este trabajo?

La respuesta está ahí y se titula La doble vida de Verónica. Es una respuesta que resuelve la incógnita a medias, porque en ella sigue dominando el mediometraje (la duración del filme es de hora y media, pero está dividido en dos unidades de unos 45 minutos de duración cada una) y porque la doble (aunque poéticamente única) historia narrada sigue atrapada dentro de la irradiación de los ritmos y composiciones de Decálogo, hasta el punto de que a raíz de su estreno en un festival internacional se le colgó irónicamente al filme el apodo de Onceálogo. Hay algo de verdad en esta caricatura.


El filme se caracteriza, como Decálogo, por su concisión: apenas cuenta nada, pero da la impresión de que innumerables cosas se apiñan en él, como si cada mínima fracción de su tiempo adoleciera de una sobrecarga de signos que la capacidad de síntesis del cineasta aprieta en huecos mínimos. Estamos ante la indagación -elevada a poema por su intensidad lírica- en el inquietante misterio o enigma del doble. Poe, Stevenson y Dostoievski, aficionados a las zonas impenetrables del subsuelo del comportamiento, indagaron en esta idea del encuentro en el rostro de otro, como en un espejo, la prolongación del rostro propio. Estos antecedentes literarios le van como anillo al dedo al cineasta, que se mueve como el pez en el agua entre las sombras de sus sombras. Su filme está a la altura de su ambición: aborda un asunto complejo y propicio para el batacazo, pero no se lo da.

Sin embargo, esta bella película contiene un desequilibrio: es mejor la primera parte (en Polonia) que la segunda, que transcurre en París: en el lado oriental del espejo el cineasta se mueve con más precisión que en el lado occidental. La cámara de Kieslowski, que en Polonia muestra cosas y gentes con la seguridad de quien mira al entorno cotidiano, pierde precisión y divaga en París y sus ambientes: disminuye al final la fuerza de síntesis inicial y surgen en el Filme dilaciones descriptivas innecesarias. De ahí que tras escenas poderosas, se sucedan otras superfluas y por ello endebles.

Esto no impide a La doble vida de Verónica ser una obra de altos vuelos. Su desequilibrio interior no encoje la altura de sus aciertos, totales en el fascinante comienzo y parciales al Final. De ahí que las incógnitas que la obra anterior de Krzystof Kleslowski abrió sigan en parte abiertas; pero al mismo tiempo la evidencia de su talento se mantiene intacta e incluso gana terreno en esta su primera salida fuera del cerco de obsesiones bíblicas de este predicador agnóstico en su Decálogo.

Ángel Fernández-Santos (elpais.com)